Esta no es la defensa de ideologías políticas ni de ningún partido. Es una cuestión de respeto mutuo entre las personas y sus decisiones.
Desde los resultados de las últimas elecciones en España no han dejado de sucederse una serie de reacciones por todo el país. Algunas de celebración, otras de reflexión, otras de lamentos. Todas forman parte de la normalidad propia de estos días. Sin embargo, he de llamar la atención a aquellas reacciones de intolerancia por los resultados, por las ideas diferentes, rayando en los insultos a otros votantes porque estos decidieron una opción diferente con calificativos despectivos como «borregos», «imbéciles», «gilipollas», “país enfermo” y muchísimas otras.
Me pregunto qué diferencia se demuestra cayendo en lo mismo que se critica, o cómo se sientan las bases para el diálogo, o cómo se construye una sociedad inclusiva sobre la base del insulto, el rechazo o la intolerancia. ¿Cómo pretender mover a reflexionar y convencer a otros, siquiera atraer su interés a escuchar, si lo primero que se hace es tratarle irrespetuosamente?
Entre los amigos, incluso entre las familias, existen diferentes preferencias políticas. ¿Significa esto que se puede insultarles, burlarse de ellos o dejar de apreciarles porque no votan como uno quiere?
A pesar de que una elección política obtenga más votos en las elecciones, no se puede ser tan ingenuo de pensar que al día siguiente los problemas desaparecerán porque los elegidos tengan una suerte de halo, una receta mágica que los resolverá sin ninguna participación ciudadana aun cuando tengan buenos deseos. No lo digo yo, la historia y la experiencia lo dicen una y otra vez: los problemas siguen y seguirán allí, y todos, absolutamente todos sin excepción, tenemos que trabajar en conjunto para resolverlos. Por ello, ¿por qué no, en lugar de caer en el insulto fácil o en la burla que solo contribuyen a polarizar o dividir a las personas, tomar mejor un tiempo para la reflexión personal, para la autocrítica, para mejorar y trabajar las propias debilidades? Porque una cosa es segura: si las personas han optado por otras propuestas diferentes es porque no se ha sabido convencerles de las propias, sea mediante el debate, la argumentación mediante la palabra, la confrontación mediante el argumento respetuoso que mueva a la reflexión y no a la polarización como portadores ni representantes de verdades absolutas.
Dialogar y reflexionar siempre es constructivo, más aun cuando se hace entre quienes piensan diferente. Insultar no. Demostremos todos que estamos por encima de la intolerancia y que verdaderamente aceptamos la democracia, a pesar de sus debilidades o deficiencias, trabajando para mejorarla y erradicar juntos los graves problemas que nos aquejan como sociedad. Lo contrario es preferir la imposición que tanto aborrecemos quienes valoramos la libertad, la igualdad y la justicia.