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  • Requena se une a las manifestaciones realizadas en toda España contra esta sentencia injusta
  • Realmente estamos indignadas, cabreadas y avergonzadas por la sentencia
  • Se ha leido una carta, que aunque no escrita por la victima em concrreto de este hecho, describe con exactitud el malestar generado

Requena (27/04/18).

La asociación “Mujeres por Derecho” queremos mostrar nuestra más absoluta indignación  por la sentencia de la manada, emitida ayer por la Audiencia Provincial de Navarra.

Un sentimiento de indignación, de frustración y de profunda rabia nos ha invadido al conocer el resultado de una sentencia, que tras más de cuatro meses de espera,  llegó ayer.

Y se cumplieron las peores previsiones. La sentencia, después de hacer un relato detallado de los hechos, en el que todo el mundo vemos la narración exacta de una terrible y evidente violación, no  reconoce el delito de violación ni de agresión sexual, sino solo de abusos sexuales.  Los jueces y la jueza la describen con detalle, pero no saben reconocerla, porque no saben nada de feminismo o de igualdad, ni de violencia machista. Y, evidentemente, para aplicar justicia sobre estos casos es imprescindible que todo el personal del mundo de la judicatura tenga una formación en violencia de género.

Porque, al fin y al cabo, está tan arraigada en nuestro mundo la cultura de la violación,  está tan normalizada en la guerra y en la paz, en el cine, en la música, en la literatura, en la publicidad, que todavía cuesta ver una violación como un atentado a los derechos fundamentales de las personas, de las mujeres.

Y en la realidad se produce una violación en nuestro país cada 8 horas, todos los días. Y sin embargo solo una de cada ocho mujeres que son violadas se atreve a denunciarlo. Pero, es que es tan difícil denunciarlo, y que las crean, y que no las cuestionen, y que no las culpabilicen a ellas, y que no resulten nuevamente victimizadas.

Pensábamos que esta iba a ser una sentencia ejemplar. Reunía todos los requisitos para que fuera una sentencia ejemplarizante. Vivimos en un país que tiene las leyes más avanzadas, pioneras en el mundo, en materia de violencia de género. Veníamos de vivir una jornada histórica el pasado 8 de marzo, con una huelga feminista en España, para reivindicar igualdad real y visibilizar la fuerza del cambio en nuestra sociedad, que ha sido referencia en muchos países.

Y sin embargo, el juicio de  “la manada” tiene el regusto del más rancio patriarcado. Ellos son un ejemplo del machismo más extremo, pero también más cotidiano, más normal y socialmente aceptado. Pero en muchos momentos pareció que se la estaba juzgando a ella: por no resistirse, por ir sola, por no estar donde debía, por ir borracha, porque no le dolió lo que el magistrado consideraba que debía doler, por recuperarse  y seguir con su vida. Según los hechos probados en la sentencia, los procesados “tiraron de ella” para meterla en un portal donde la penetraron hasta seis veces “sin su aquiescencia”. Pero el tribunal no entiende que haya violencia ni intimidación, por lo que no lo considera violación.

Se trata de una sentencia que ejemplifica en realidad lo que es la justicia patriarcal, que muestra el papel de las mujeres en esta sociedad, lo que somos, lo que son nuestros cuerpos, nuestra libertad, lo que es la sexualidad femenina y la sexualidad masculina. Una sentencia en la que no se deja salida a las mujeres frente a las agresiones de las que podemos ser víctimas. ¿Qué se supone que tenemos que hacer las mujeres si nos violan? Los jueces que la condenan admiten que ella no consintió, que se vio superada, intimidada y obligada.  Sin embargo, el grado de resistencia ante esa situación parece que no fue suficiente para que entiendan que fue una agresión. Por lo visto tenía que haberse resistido más, aunque eso hubiera supuesto un mayor riesgo de que se ensañaran más con ella o, incluso, de que la mataran.

La indignación y la rabia se apoderaron de nuestra sociedad nada más hacerse pública la sentencia, e inmediatamente las organizaciones de mujeres en todo el país empezaron a coordinar sus actuaciones y a salir por la tarde a concentrarse a las puertas de los ayuntamientos de todos los pueblos y ciudades, para poner de manifiesto el sentimiento de disconformidad con esa sentencia que no representa el sentir mayoritario de una sociedad que en la que va creciendo la tolerancia cero al machismo y sus violencias.

También en Requena participamos de esas movilizaciones, y convocamos una concentración a las 20 h en la puerta del Ayuntamiento, en la que participaron un importante grupo de personas de todas las edades, mujeres y hombres, jóvenes, niños y niñas, para mostrar su apoyo la joven que sufrió la violación, y para pedir una justicia que proteja a las mujeres, a nuestras hijas y nietas, para que se sientan seguras por las calles. Fue muy emocionante cuando algunas chicas muy jóvenes  tomaron la palabra para poner de manifiesto que las violaciones y todas las violencias machistas son un problema que sufrimos las mujeres pero que realmente es un problema de  algunos hombres que no nos respetan y consideran en términos de igualdad.  Y que ellas quieren sentirse seguras, con la misma libertad para divertirse y para vivir, sin ser juzgadas o criminalizadas solo por ser mujeres.

Salimos a la calle porque sentíamos rabia e indignación, pero no impotencia. Porque esta rabia la estamos convirtiendo en fuerza, en empoderamiento, en capacidad de cambio y transformación de una sociedad que queremos más justa y más igualitaria.

Y juntas y juntos, lo vamos a conseguir.

Carta

La Justicia española dice que no es violación, es abuso. Por lo tanto, 9 años de prisión, de los cuales ya han cumplido 2. Absueltos de agresión sexual.

Vivo en un país en el que no se considera agresión sexual que 5 hombres me metan de noche en un portal, agarrándome de las muñecas, cuando estoy en estado de embriaguez, aprovechando su evidente superioridad física y numérica. No se considera agresión sexual que me penetren simultáneamente – a mí y a mis 18 años – por la boca, por el ano y por la vagina mientras me graban con sus móviles. No se considera agresión sexual que, en esas condiciones, eyaculen dentro de mí y lo hagan sin preservativo. No se considera agresión sexual que ellos estén tan cachondos como eufóricos, jaleándose y pidiendo a gritos turno para metérmela, mientras yo no hago ni la más mínima muestra de estar disfrutando de la situación. Vivo en un país en el que no hay ni rastro de agresión sexual en que los que hablaban de que “hay que llevar burundanga, que luego queremos violar todos” difundan vídeos con contenido sexual en los que yo aparezco. Siete vídeos explícitos en los que se ve cómo me humillan y me vejan. No hay rastro de agresión sexual cuando, después de su fechoría, ellos se van a seguir la fiesta y a mí me dejan tirada en el portal, sin ropa, robándome el móvil antes de marcharse para que no pueda ponerme en contacto con nadie.  Nada hace pensar que haya sufrido un agresión sexual aunque esté sola de madrugada, llorando en un banco de una ciudad desconocida, hasta que una pareja me encuentra y llama a la Policía. No hay agresión sexual aunque los guardias, el personal médico y mi estrés post-traumático digan lo contrario. No hay agresión sexual aunque, dos años después, siga necesitando asistencia psicológica. No hay agresión sexual porque la educación sexual en mi país nos la ha enseñado el porno.

Vivo en un país en el que la Justicia da carta blanca a violadores y asesinos y me dice que si siento que me van a violar, no puedo entrar en estado de shock. Tengo que gritar mucho, patalear una barbaridad y oponer toda la resistencia física que mi cuerpo me permita para que me hagan daño. Para que se me note después. Sangre, moratones y alguna fractura, como mínimo. Para que controle ese instinto de supervivencia que me sale en situaciones de pánico y, en vez de enfrentarme a esas bestias contra las que sé no puedo, decida volverme tan loca que mi asesinato pueda ayudar a que alguien ahí fuera crea mi versión. Vivo en un país en el que aceptar ser violada para poder seguir con vida no se entiende. “Si no quería que la penetraran entre cinco, ¿por qué no se marchó de allí?” De aquella ratonera. No puedo con uno, estando en plenas facultades, y quieren que pueda con varios, sin estarlo. Pero también vivo en un país en el que enfrentarme a mi violador, sabiendo las consecuencias fatales que puede tener, tampoco se entiende. “¿A quién se le ocurre plantarle(s) cara sabiendo que tiene todas las de perder?” Además, si les denuncio, me dicen que es mentira. Que les quiero joder la vida, aunque no les conozca de nada. Y si no les denuncio, me dicen que porqué no lo hago si es verdad. Que cómo soy tan tonta.

Vivo en un país en el que, haga lo que haga, las preguntas siempre me las hacen a mí. Supongo que la sociedad se centra en lo que yo hago (o dejo de hacer) porque todavía no tienen el valor suficiente para preguntarse a sí mismos qué estamos haciendo mal para que lo que me hicieron a mí, se lo hagan – con total certeza – a tres mujeres al día en España. Qué estamos haciendo mal para que sólo una de cada 8 mujeres violadas en nuestro país decida presentar una denuncia. Qué estamos haciendo mal para que sigamos siendo objeto de uso y consumo. Vivo en un país en el que todavía le debemos nuestro cuerpo a ellos. Se nos cosifica hasta la saciedad y, al final, somos eso. Sólo un cuerpo. Inerte. Un cuerpo. Sin vida. De hecho, mira hasta qué punto se nos cosifica que, aunque parezca increíble, muchos aún no tienen claro cuándo estamos disfrutando y cuándo estamos sufriendo. Les importamos tanto que no lo saben diferenciar. Sólo somos un cuerpo. Sin más.

Vivo en un país en el que sé que antes de tener 25 años, podré volver a encontrármelos en cualquier calle, en cualquier fiesta, en cualquier ciudad. A José Ángel Prenda, Alfonso Jesús Cabezuelo, Jesús Escudero, Ángel Boza y Antonio Guerrero (de izquierda a derecha en la imagen). Podré cruzármelos de nuevo y será entonces cuando todos los pedazos que intento reconstruir a diario, vuelvan a tambalearse. Por mí y por todas mis compañeras. Pero seguiré luchando con objetivo muy claro. Como decía aquella yaya, “que lo que no tuve para mí, sea para vosotras”. Hermanas.

NOTA MUY IMPORTANTE: No soy la chica de la violación de San Fermín, aunque podía haberlo sido. Sólo escribo en primera persona para que la empatía en este país despierte de una vez por todas.

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