Utiel, Requena y San Antonio: disponible la presentación telemática de alegaciones al proyecto Biorequena
Leer más
Entrega de alegaciones de A.S.P.U.R. a Delegación de Gobierno de parcelas dañadas por la DANA
Leer más
La Torre abre su memoria: una exposición para no olvidar la fuerza de la DANA y la solidaridad del pueblo
Leer más
  • Este viernes, 5 de agosto de 2025, Don Fernando oficializó su última Eucaristía  como párroco de Requena tras 9 años en nuestra ciudad y aldeas.
  • Su misión ahora será, junto con el rector y el director espiritual del Seminario Mayor de Moncada, la de acoger, acompañar y alentar a los seminaristas en su proceso de discernimiento vocacional.

Requena (06/09/25)

Discurso de despedida:

«El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres». Este versículo del salmo 125 me ha acompañado siempre que he llegado a una Parroquia y luego me he despedido de ella. Es curioso que podamos hablar de alegría cuando en el corazón está la sombra de la tristeza por la partida y la separación, pero desde los ojos de la Fe esta cita nos habla de la confianza en Dios, es Él quién cruza nuestros caminos y, por eso, estamos alegres, porque hemos podido compartir este tiempo juntos. Hoy doy gracias a Dios, y creo que también lo puedo hacer en nombre de todos, por estos nueve años de historia compartida. Esta misa, pues, no es un homenaje a un sacerdote, sino solo al que tiene el verdadero protagonismo en nuestra historia y en la vida de la Iglesia, que siempre es Él. Gracias, Señor, por tu inmensa bondad y generosidad, gracias por los dones recibidos y gracias por hacer de nosotros, cada uno según su vocación, instrumentos de tu misericordia.

En muchas ocasiones puede parecer que el párroco solo viene a enseñar, pero os puedo decir, que el párroco también tiene que aprender, y cada destino ha sido para mí un aprendizaje que me ha enriquecido y me ha hecho crecer. Así que mis primeras palabras de agradecimiento hacia vosotros son por esto, por ayudarme, por acompañarme y ser instrumentos de la voluntad de Dios en mi vida. Por los momentos alegres que me habéis hecho pasar y por los momentos de sufrimiento y lágrimas, que también los ha habido, que me han hecho madurar y confiar más en la fuerza del Señor y menos en mí, porque como dice san Pablo, en la debilidad se manifiesta la fortaleza de Dios.

Han sido nueve años en los que, acogiendo la labor realizada por mis predecesores, juntos hemos crecido en Comunidad, como familia, siguiendo la guía de lo que el Espíritu va suscitando a su Iglesia hoy. Una llamada constante a ser una Iglesia cercana que no espera a que los demás acudan, sino que, como una verdadera madre, sale a la búsqueda de sus hijos, para acercarlos a su abrazo materno y reunirlos en su regazo. Debo decir que aún queda mucho por andar, pero también puedo decir que no nos hemos quedado con los brazos cruzados, y no lo digo solo por todas las actividades pastorales que hemos desarrollado estos años, sino por todo el buen hacer que en lo ordinario y escondido hemos sabido hacer cada uno de nosotros en medio de nuestras familias y vecinos.

«Un hogar de puertas abiertas» hemos insistido en estos años. Un solo hogar. Cuando llegué sé que me precedía un tiempo, en parte doloroso, en los que se tuvo que terminar de consolidar ese proceso apasionante de la unificación, al menos pastoralmente, de las dos parroquias y que llegó con el nombramiento de un solo párroco. Digo esto porque en el fondo todo esto ha supuesto salir de la comodidad y de “lo de siempre” para adaptarnos a la realidad a la que como Comunidad estamos llamados hoy y que es, sin duda, nuestro mayor testimonio, porque no perdemos cuando nos unimos, sino que ganamos todos y nos enriquecemos, somos una sola familia, y de esto es de lo que me siento más orgulloso cuando hablo de Requena, porque sois ejemplo para otros lugares que están llamados a hacer este mismo proceso. No permitáis que nadie ni nada os divida.

Recuerdo que, al llegar y conoceros, la imagen que venía a mi mente era la de un solar dispuesto para poder construir sobre él una etapa nueva. Y así, nos pusimos el casco amarillo y nos pusimos manos a la obra, casi literalmente, para establecer los cimientos de la renovación de la estructura de nuestra Comunidad, bajo las directrices de aquel proyecto en el que una grúa marcaba un proceso de edificación pastoral, el PEP. Y precisamente hoy, un solar, el ‘Solar del Carmen’ se ha convertido en la expresión física de ese compartir familiar comunitario y de esa apertura a nuestros vecinos.

En este sentido, permitidme que comparta con vosotros los sentimientos más hermosos que me han compartido en mi paso por Requena, los sentimientos de una persona que tras estar alejada durante años por diversas circunstancias, y tras sentirse acogida en la Parroquia me escribió algo así como: «Gracias, porque he podido descubrir que yo también tengo mi sitio en la vida de la Iglesia». Estas palabras en mi corazón lo resumen todo, y ya por la experiencia de esta sola persona han valido todos los esfuerzos de estos nueve años.

Pero, por supuesto, no podemos olvidar que es la Eucaristía la que realmente realiza y actualiza esta unidad, de ahí que ese espíritu de construir juntos también se ha manifestado, no solo en las Eucaristías, sino en la apertura de la Capilla de adoración permanente que es el signo, también visible, de que el que construye nuestra Comunidad es Cristo y no nuestra mera voluntad, porque como dice otro salmo: «Si el Señor no construye la casa en vano se cansan los albañiles».

Siempre he dicho que de las experiencias más hermosas de la vida de un sacerdote, además de administrar los sacramentos, es poder ver pasar a Dios por la vida de las personas, y hoy también puedo decir que he sido testigo del paso de Dios por la vida de esta Comunidad.

No puedo dejar de dar gracias a Dios por todo lo compartido con vosotros estos años. Especialmente daros las gracias a los que colaboráis de un modo más comprometido con la vida parroquial y que, de manera generosa y callada, hacéis posible que nuestra comunidad camine y cumpla con su misión: los consejos de pastoral y de economía, catequistas, voluntarios de Cáritas y Manos Unidas, los matrimonios, los Juniors, los miembros de las cofradías y hermandades, quienes preparan la liturgia, los que animan con la música y el canto nuestras celebraciones, los encargados de las sacristías, de la limpieza y ornato de los templos, los que participáis en grupo de formación, los que colaboráis en las tareas de despacho y administración… Cada gesto de servicio ha sido para mí un testimonio vivo del Evangelio.

Y no puedo evitar dar las gracias, a los que de un modo más especial habéis querido trabajar codo con codo conmigo. Gracias por aguantar y padecer mis ocurrencias, pero sobre todo por hacer posible muchas de ellas. Gracias por tener un corazón grande y un gran sentido de comunidad. Gracias de corazón.

Y no me gusta dar nombres, pero en mi corazón tengo la necesidad de hacerlo y permitidme que lo haga. Gracias, Pablo, por querer tanto a esta Comunidad, por desear siempre su bien, por ser instrumento de paz y concordia, por tu gran corazón que no deja indiferente a nadie. Y muchas gracias por haber estado a mi lado todo este tiempo. El Señor que sabe ver en los escondido te lo recompensará.

Y me dejo para el final, no a los menos importantes, sino a mis hermanos sacerdotes. A los que pasaron, que no han sido pocos, en estos nueve años y con los que he tenido la dicha de poder compartir con ellos este servicio en Requena, doy gracias por todo lo que de ellos he aprendido. Un recuerdo muy especial a D. Juan que ya nos acompaña desde el cielo y, todavía entre nosotros a Abel, los dos han sido para mí un grandísimo ejemplo de fraternidad sacerdotal.

Doy gracias también por los que en estos años llegaron a nuestra Comunidad como seminaristas y tuvimos el privilegio de acompañarlos en su última etapa de su formación y que ahora ya son sacerdotes: Catalín, Santiago e Ignacio, a través de cada uno de ellos el Señor me exigió un corazón de padre que ahora me servirá para acompañar a los seminaristas en mi nueva misión. De cada uno de ellos también he aprendido a ver cómo Dios no sigue un patrón establecido, sino que por caminos diversos toca y llama. Cada sí es personal y distinto y eso enriquece la vida de la Iglesia. Ahora os toca seguir cuidando a Jaume, que D.m. el próximo octubre será ordenado diácono. Jaume gracia por estar aquí, hoy nos seguimos viendo en la vida del Seminario. Y aprovecho para que recéis por las vocaciones, en especial a la vida sacerdotal, (por que si no me quedo en el paro).

Pero no me olvido de dos sacerdotes que han sido fundamentales en estos últimos años, Francisco y Óscar, a vosotros os ha tocado vivir este momento de mi despedida, hoy soy yo el que se marcha. Siempre he dicho que el Señor me ha cuidado, me ha mimado de modo especial, lo digo de verdad, y ha sabido poner a mi lado a las personas que necesito en cada momento. En esta etapa última os ha puesto a vosotros. Gracias, Francisco, por tu gran sonrisa y tu alegría, por el testimonio de tu fe tan llena de esperanza que te sostiene siempre en los momentos de dificultad. Gracias, Óscar, por tus abrazos, desde que tú llegaste a Requena todos nos abrazamos un poco más y nos hace más hermanos. Gracias porque eres un superviviente y eso me recuerda, porque lo he podido ver en tu historia, que a pesar de las dificultades y contratiempos Dios siempre provee y nunca abandona, no lo olvides. Gracias a los dos por vuestras palabras de aliento en lo momentos difíciles y por vuestras muestras de cariño constantes. Gracias también a los sacerdotes que hoy nos acompañáis, Cristóbal, párroco de Utiel y de la Venta del Moro, a Félix que nos está ayudando en este tiempo y que al final de mes partirá a su nuevo destino a Jávea, e Ignacio. , e Ignacio, una gran persona y ahora también un gran y buen pastor.

Y junto a los sacerdotes, agradezco esta tarde también la gran labor e intercesión de las congregaciones religiosas: las Hermanitas de los ancianos desamparados y las Madres Agustinas en Requena, y las Misioneras del Verbum Dei en Siete Aguas. Sin olvidar el paso de las Dominicas de la Anunciata y las Trinitarias.

No puedo terminar sin agradecer más allá de los muros de este Templo todo las relaciones y colaboraciones con las instituciones, asociaciones y distintas entidades de Requena, relaciones cordiales, cercanas y que han permitido que la Parroquia sea parte activa en el entramado social de Requena: al Ayuntamiento, tanto sus corporaciones municipales como sus trabajadores, a la policía local y la Guardia civil, (este año tendréis que ensayar para que alguien os cante el Himno a la Virgen del Pilar, yo lo haré desde el Seminario). Las Asociaciones con las que hemos podido colaborar o han colaborado con la Parroquia, especialmente a las Amas de Casa y a Cantares viejos. La Fiesta de la Vendimia que con sus actividades entrelazan durante todo el año la vida de tantos requenenses y en verano las convierte en fiesta. También el Hospital y las Residencias, las empresas, las Fundaciones… Permitidme también que haga mención especialmente a la Fundación Ciudad de Requena que en estos años ha colaborado de modo especial en la conservación de nuestro rico patrimonio. Gracias por sus ayudas económicas y también por la confianza que siempre han manifestado a mi persona. Esta última ayuda, en dos fases, devolverá su esplendor a este emblemático Templo del Carmen.

Pero no sería correcto concluir este discurso sin pedir perdón, y no porque toca, sino de corazón, como tantas veces lo he hecho en mi corazón y en la confesión cuando he sido consciente de mis fallos. Pedir perdón no es mostrar debilidad, sino reconocerla, y eso, aunque es incómodo, siempre hace mucho bien. Por eso, sé también que ha habido momentos en los que no he sabido llegar a todos como me habría gustado. O dar la respuesta que el otro necesitaba. O simplemente no se ha dado respuesta. En lo que os haya podido fallar como persona y como párroco, os pido humildemente perdón. Soy consciente de mis limitaciones, que no son pocas, pero estoy seguro de que el Señor ha sabido actuar incluso en mi fragilidad, porque es Él quien verdaderamente guía a su pueblo.

Ahora emprendo un nuevo camino en el Seminario Mayor. Allí me esperan jóvenes que han escuchado la llamada de Dios y que necesitan ser acompañados en su discernimiento y en su formación. Es una tarea delicada y hermosa: ayudar a que surjan pastores según el corazón de Cristo. Os confieso que me asusta la responsabilidad, porque no se trata solo de enseñar, sino sobre todo de testimoniar con la vida. Y sé que en este ministerio llevaré conmigo todo lo que he aprendido de vosotros, y de las parroquias en las que he estado, de las cuales alguno hoy estáis presentes, gracias. La paciencia, la alegría, la cercanía y la fe sencilla que de todos he aprendido serán para mí una escuela de la que beber cada día.

No dejéis de rezar por mí. Necesito vuestra oración para ser fiel en esta nueva misión y para mantener vivo el vínculo con esta comunidad que tanto quiero. Y yo, desde Moncada, rezaré por vosotros, por vuestras familias, por vuestros proyectos, por los enfermos y los mayores, por los niños y jóvenes, por los que buscan trabajo, por los que luchan por mantener la esperanza en medio de las dificultades, y también por los migrantes, a los que he tenido la oportunidad de conocer más personalmente, y en los que he tocado las heridas de las injusticias y la violencia deben huir de sus hogares buscando un futuro mejor.

Quisiera dejaros también una petición: seguid siendo una comunidad acogedora, abierta, unida en torno a la Eucaristía y al amor fraterno. No dejéis que nada ni nadie os quite la alegría del Evangelio. Ayudad siempre a los más necesitados, sed testigos de misericordia y de perdón. Y cuidad mucho a vuestro nuevo párroco, D. Francisco, como me habéis cuidado a mí. Él vendrá con sus dones y su estilo que enriquecerá esta nueva etapa en la que estamos llamados a evangelizar de un modo más activo, entre todos sabréis caminar juntos en la fe.

En la vida de la Fe no existe la despedida, ni siquiera en la muerte, por eso prefiero deciros «hasta pronto». Estoy seguro de que nos volveremos a encontrar en distintas ocasiones, porque los caminos de la Iglesia siempre nos sorprenden. Y mientras tanto, quedamos unidos en la oración y en la Eucaristía, que es el lugar donde las distancias desaparecen.

Quiero concluir con palabras de san Pablo a los filipenses que expresan lo que siento: «Doy gracias a mi Dios cada vez que me acuerdo de vosotros. Siempre y en todas mis oraciones pido con alegría por todos vosotros, pensando en la colaboración que habéis prestado al Evangelio desde el primer día hasta hoy» (Flp 1,3-5). Así lo experimento yo: como un agradecimiento inmenso a Dios por haberme permitido ser vuestro pastor durante este tiempo.

No acabo sin acordarme de ella, nuestra querida Virgen de los Dolores, que desde su altar nos acompaña en la vida, especialmente en el dolor y el sufrimiento. Al mirar su imagen no puedo olvidar los momentos de la tormenta de nieve que ya sufrí con vosotros en mi primer invierno en Requena, la pandemia que nos obligó a adaptarnos como personas y como comunidad, y la reciente DANA. Momentos que nos recuerdan que, como ella, debemos ser sensibles y actuar fraternalmente ante el sufrimiento del otro y, por otro lado, abandonarnos en las manos de Dios. Que ella os acompañe siempre con su ternura de Madre. Que ella os guíe hacia su Hijo Jesús, fuente de vida y de esperanza. Que en ella encontréis el camino de la paz y la unidad.

Y hoy le pido a San Nicolás que, como él, tenga un corazón de buen pastor, que en la dificultad no me rinda ni me canse de hacer el bien, especialmente a los últimos. Y que sepa ser instrumento en las manos del Señor. En la pandemia no faltó la Caminata de los lunes, yo la hacía en nombre de todos y presentaba ante su altar vuestras intenciones. Hoy os pido que, cada lunes, no dejéis de pedirle a nuestro santo patrón por este pobre sacerdote.

De corazón, gracias por todo lo compartido. Me despido con afecto, pero sobre todo con la certeza de que permanecemos unidos en Cristo».

Rezamos por él, y nos preparamos para acoger con alegría a nuestros nuevo párroco, D. Francisco Murillo, que tomará posesión como párroco de nuestras parroquias y de las aldeas el próximo domingo 21 de septiembre a las 18h en El Carmen.

¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!

 

Comparte: Despedida de Don Fernando Carrasco Fernández, párroco de Requena, antes de su nueva etapa