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LA BITACORA /JCPG

Está poblando el Instituto. Es como una pequeña invasión, como una marea que va subiendo. Se va notando con el paso del tiempo, no de manera repentina. Camina por el pasillo, entra en un aula, les habla a sus alumnos de competencias, de la Wikipedia, de la alfabetización digital. Sale del aula, ante la llamada del Jefe de Estudios –ese ser airado y cariacontecido-, que lleva mal los cambios de la rutina profesoral, porque le falta por presentar adecuadamente los estándares. Cuando llegue a la sala de profesores, le dice, me dedicaré a colocar los verbos adecuados. Esto de los verbos es muy importante. Recuerden si no aquella famosa y grosera anécdota de Camilo José Cela en el Senado. Papeleo barato que nadie leerá, ni falta que hace.

Los zombis son cada vez una ingente masa. Nuestros alumnos llevan camino de serlo. No tardarán mucho. Necesitan aprender a escribir, a hablar, bien. Necesitan leer mucho. Comprender las matemáticas, la historia y la geografía. Pero Internet acabará por convertirlos en zombis. Algunos de sus profesores ya lo son. Hace años ya que conocí a uno que se vanagloriaba de tener más y más obras literarias clásicas españolas digitalizadas. Aún me pregunto cómo todo un profesor de Literatura podía estar seducido por la red. Ahora lo sé: era un ejemplar temprano de zombi.

Hoy he estado en la biblioteca. 20 chavales, lo que significa veinte bocas hablando y la mitad voceando, han atravesado los trescientos metros entre su clase y la biblioteca. Han armado follón, un cierto follón, sí. Inevitable, por otro lado, porque son adolescentes, y a esas edades el que no lo armaba era porque no tenía sangre corriendo por sus venas. Han llegado, han tomado notas y han consultado las lecturas que han de realizar para una actividad que nos llevará varias semanas. El zombi de turno ha venido a recordarme que en la biblioteca, a esa hora completamente vacía –se supone que las bibliotecas atesoran conocimiento-, se está en silencio. Los zombis no comprenden que los chavales que todavía no son muertos vivientes hablan, se piropean, se miran el culo, se dicen cosas soeces y hasta se dan algunos golpes. Espero que tarden mucho en ser zombis y consiga que lean en la biblioteca, aun a costa de cierto disturbio para el zombi que ocupa el despacho de al lado.

Espero que cada vez seamos más los resistentes y podamos meter algo de duda racional en las neuronas de nuestros chavales, antes que el veneno zombi de internet, las competencias y los estándares acabe con ellos. ¿Volverán las aguas a su cauce? Sobre todo espero una alegría, por pequeña que se, mañana, el día de la Lotería, así, con mayúsculas.

En Los Ruices, a 21 de diciembre de 2016

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