LA HISTORIA EN PÍLDORAS // Ignacio Latorre Zacarés
Una máxima de un servidor de ustedes es que todo lo que he dicho que nunca haría o volvería hacer en mi vida, lo acabo haciendo. Y aquí me tienen enfrente de la máquina garabateando una “píldora”, después de decirme que no escribiría ninguna “gragea” más para no martillear a mis improbables lectores, porque en esta cuarentena hay gente tan aburrida que hasta le leen a este humilde escribidor.
Lo cierto es que estamos en tiempos recios. Acabo de oír al presidente y nos ha dicho que estemos preparados porque lo peor está por llegar. Esperemos que pronto haya signos positivos. Nos creímos omnipotentes y una minucia que vaga por ahí ha demostrado nuestra asombrosa vulnerabilidad. Las pandemias y epidemias han estado siempre (pestes, viruelas, cóleras, difterias, tifus, gripes…); han sido cíclicas y, por cierto, casi siempre bastante más virulentas que este jodido coronavirus. Por “h” o por “b”, me ha tocado investigar bastantes pestes, cóleras y gripes en la comarca, y la historia, que según un amigo historiador no sirve para nada, nos puede aportar un rayo de esperanza en cuanto a esto de pasar calamidades.
Hemos vivido tiempos de bonanza de salud, excepto algún atisbo de gripe aviar, vacas locas, etc.; pero, hay que recordar que en la comarca las epidemias han sido muchas y desoladoras, especialmente los seis cóleras del siglo XIX. Hace ya 102 años recibimos la última gran epidemia, la gripe mal llamada “española”, y sin ya parecerse a los cóleras, también tuvo su dañina repercusión en Requena y Venta del Moro, lugares comarcanos donde se ha estudiado el fenómeno.
Pero, señoras y señores, por muy terrible que fuera la hecatombe, por mucho que fuera el miedo o pánico pasado, al final… ¡FIESTA!
Sí, así está perfectamente documentado en el caso de Requena. El cólera ha sido calificado como una “enfermedad social”, pues afectaba sobre todo a las capas sociales más bajas (la “sociedad doliente” acuñada por Peset). La desnutrición, hacinamiento y carencia de educación higiénica de las clases sociales más pobres produjo una mayor incidencia de la epidemia. Además, los pobres no podían huir como sí lo hacían las clases acomodadas y escapar a las casas de campo era el mejor remedio contra la pandemia. No existía, por tanto, el poder igualitario de la muerte en el caso del cólera.
Así que, la Corona, para garantizar la paz social y aplacar el pánico, nada más cesar las pandemias, disponía que se tomaran “todas las medidas que estimen conducentes para mantener la alegría y la serenidad en el ánimo de los habitantes”. Y así que se hacía.
Tras cada epidemia, lo primero que se organizaba, en una sociedad que aún vinculaba los conceptos de pecado y enfermedad ante la impotencia médica, era convocar un gran día de acción de gracias que incluía un tedeum y una misa solemne con un sermón encargado al cura que más excitara los ánimos de la feligresía. En 1855 se le encargó el sermón al más vehemente de todos, el cura Mislata: padre (de almas y de hijos), liberalote exaltado, impresor, boticario, quincallero y que igual excitaba a las masas para asaltar la oficina de recaudación de consumos que le daban un trabucazo en Chiva (¡Qué personaje!). En este acto, el Ayuntamiento disponía los elementos para el lucimiento de la ceremonia y se invitaba a los funcionarios, la plana mayor de la Milicia Nacional, diputados, cabildo eclesiástico, facultativos sanitarios, etc.
La sociedad requenense estaba pronta a reconocer el agradecimiento a todas aquellas personas que habían luchado desde su posición contra la enfermedad. Los sanitarios eran reconocidos con votos de gracias, recompensas económicas y memoriales positivos que eran solicitados por los propios profesionales.
También era habitual el reconocimiento a políticos (alcaldes, regidores, diputados, gobernador provincial), secretarios, auxiliares, porteros, alcaides de cárceles, alguaciles, etc.
Pero no todo eran felicitaciones. Los agradecimientos no se concedían fácilmente y muchas veces eran denegados cuando la actitud de servicio abnegado no fuera clara.
Pero, pasado el cólera, y por mucha mortandad causada, se daba la paradoja de que el Ayuntamiento preparaba festejos y diversiones para una sociedad que había dejado a muchos de sus componentes atrás y con familias absolutamente cercenadas por la epidemia. El luto se trocaba por alegría, quizás como un mecanismo psicológico para seguir vivo en una existencia que se percibía fugaz.
El cólera de 1854 se llevó por delante a bastantes requenenses (me abstengo en todo el artículo de dar cifras). Pero el Ayuntamiento lo tuvo claro y cuando paró la epidemia, decidió echar la casa por la ventana, realizar una ceremonia con todo el lucimiento y solemnidad posible y, además, literalmente “proporcionar algunas diversiones para que participen del júbilo consiguiente a la desaparición de la epidemia”. Incluso se hizo un baile de máscaras en beneficio de la Milicia Nacional.
Pero lo peor estaba por llegar, dado que en 1855 vino otro cólera más terrible. Pues bien, ante tamaña tragedia, al final lo mismo: ¡fiesta! Cuando el cólera de 1855 declinó, durante dos días se hizo luminaria general desde las 8 a las 12 de la mañana con pasacalle de la banda de la Milicia Nacional por las noches y después tocando para el público en un tablado enfrente del Ayuntamiento para “disfrutar un rato de diversión”. Es más, se decidió que no se aplazara la feria y se celebrara en los días acostumbrados en esa época que era del 8 al 15 de septiembre. Sólo hubo un voto particular en contra.
Los sepultureros requenenses de 1855 iban a lo suyo (ya les dedicamos una píldora (https://iv.revistalocal.es/columnas/historia-pildoras-sepultureros-burlones/). No paraban de enterrar coléricos por la noche y escogieron la burla como medio de escape ante la atrocidad diaria, lo que les supuso la reprimenda de los munícipes por “ofensa de la moral y de los sentimientos humanitarios y de respeto que la muerte infunde”. Aunque se llega a entender si uno lee al historiador Manuel Peña (https://cronicaglobal.elespanol.com/pensamiento/retorno-peste_329193_102.html?fbclid=IwAR3g5vwwxbJ-whaXiF3ytDDMXm8NZxI97BqK-AQJpNddEutfvya4sKv77wA) y se entera de que en Barcelona en medio de la peste de 1651, los sepultureros anunciaban su presencia con guitarras, tambores y otros divertimentos “para poder borrar de la memoria las grandes aflicciones” (en catalán en el original).
El cólera de 1865 fue leve en España, pero no en la comarca. Pasada la epidemia, a final de octubre se encargó el Tedeum, una plática fervorosa otra vez al cura Mislata y se ordenó que la banda de música municipal recorriera las calles tocando en la tarde de domingo hasta el anochecer.
Y llegó el cólera de 1885, que no fue minino. Pero recién pasada la epidemia, en octubre, se decidió que la Feria, que no había podido celebrarse antes, se realizara inmediatamente, anunciándolo al público mediante programas y poniéndolo en conocimiento de la sociedad del Ferrocarril para que en esos días concediera alguna baja en el precio del transporte. También se acordó festejar el 15 de noviembre el acto de recepción de las obras del flamante ferrocarril Utiel-Valencia sin reparar en gastos, incluyendo un arco triunfal en las calles del tránsito desde la estación al Ayuntamiento e invitando a los vecinos a poner colgaduras en sus casas y autorizando al alcalde “para que no omita medio, ni sacrificio alguno”. 632 pesetas del ala se gastaron.
En 1890, por fin llegó el último cólera y fue leve. El último caso fue un guardia civil de Quart que estaba ejerciendo en Requena, un 10 de septiembre. Había que celebrar el cese de la enfermedad y se formó una comisión organizadora de los festejos que incluso tuvo un sobrante de 600 pesetas tras la realización de las actividades lúdicas.
De las crisis emerge también lo bueno de una sociedad. Redes de mujeres que en su casa hacen mascarillas, agricultores que se ofrecen a su Ayuntamiento para desinfectar las calles, vecinos que llevan la compra a las personas mayores, gentes utilizando las redes sociales para dar a la gente lo que ellos saben (clases de gimnasia, lectura de poesía, cursos en línea…), vecinos que salen a sus balcones a aplaudir a los que trabajan contra el horrendo virus…
Estamos en lo peor, va a cambiar la percepción de nuestras vidas, pero al final del túnel siempre hay luz. Habrá que volver a la normalidad y, aún con esfuerzo, deberemos celebrar la Feria y Fiesta de la Vendimia (sí Marcela, sí), se volverá a bajar y a subir a la Serranilla de su preciosa ermita, los venturreños realizarán su monumental hoguera a la Virgen de Loreto y en Fuenterrobles se elaborará su imponente torta a la Candelaria, por ponerles unos ejemplos.
Se me cuiden, por favor.
En homenaje al personal sanitario y cuidadores de la comarca.