LA HISTORIA EN PÍLDORAS/ Ignacio Latorre Zacarés
La verdad es que llaman la atención. Vas conduciendo por el trazado de lo que en tiempos fue el antiguo camino real a Madrid y cada cierto tiempo, de once a dieciséis kilómetros, aparecen a derecha o a izquierda sobre una loma o cerro, siempre elevados. Su aspecto de torres militares (que no es fortuito) facilitan la habitual confusión: ¿son torres vigías? ¿son musulmanas o ya de la conquista? Pues no, son torres de telégrafo óptico y de mediados del siglo XIX. En la comarca tenemos la suerte de que las cinco torres están en relativo buen estado, ya que el 36% de las que se construyeron en su día para la red de telegrafía óptica han desaparecido. Además, desde 2011 son Bienes de Interés Cultural lo que, al menos, les salva de un posible derribo y facilita su conservación y restauración.
Las señales ópticas y auditivas han sido utilizadas toda la vida como medio de comunicación: véase campanas, silbidos como en La Gomera, trompetas, tambores, humo o hogueras. Nuestros cronistas hablan de antiguas ahumadas que llegaban a comunicar el castillo de Chinchilla con el de Requena para alertar de movimiento de tropas o avances militares.
Un salto cualitativo en el mundo de las comunicaciones acaeció cuando los tradicionales jinetes portadores de mensajes fueron sustituidos por las torres de señales ópticas que acortaban la comunicación de noticias de dos, tres o más días a sólo una o dos horas. Las señales ópticas se convirtieron así en el wifi del siglo XIX; sin necesidad de cable, ni alambres de por medio, se comunicaban noticias entre centros alejados.
La telegrafía óptica fue utilizada por primera vez en Francia en 1793, en pleno contexto revolucionario, como medio de mensajería rápida de noticias en una época de grandes cambios políticos. El primer telégrafo óptico fue diseñado por Claude Chappe y pronto se desarrolló en Francia todo un entramado de estaciones y torres distribuidas en varias líneas y una extensión total de casi 5.000 kilómetros.
En España pronto empezamos a experimentar, aunque la adopción del sistema fue mucho más tardío (¡qué inventen ellos!). Agustín de Betancourt casi logró colar su modelo de telégrafo óptico a la Academia de Ciencias en Francia en 1797, pero la oposición del mencionado Chappe lo impidió. En 1805 entró en funcionamiento un telégrafo óptico en Cádiz diseñado por el teniente coronel de ingenieros Francisco Hurtado para la vigilancia y la defensa de la costa gaditana con motivo de la guerra contra Inglaterra. También entre 1831-1834, el teniente de navío Juan José de Lerena proyectó una línea de telegrafía óptica para comunicar Madrid y los Reales Sitios, construyéndose varias estaciones que unían Madrid con Aranjuez, La Granja de San Ildefonso, Riofrío y El Pardo.
El 1 de marzo de 1844 se aprobó, por fin, la construcción de una red de telegrafía óptica española en forma radial (todo en España se proyectaba radial) para conectar Madrid con todas las capitales de provincia. Llegaba bastante tarde la red, pues cuando se dio la orden, ya se estaba experimentando en otros países con la telegrafía eléctrica que dejó totalmente obsoleta la óptica. Total, que después del gran esfuerzo inversor que se realizó con la construcción de un gran número de torres equipadas con sus respectivos telégrafos, a los pocos años de ponerse en funcionamiento ya carecían de utilidad.
El proyecto se encargó al Coronel del Estado Mayor José María Mathé Aragua que fue quien ganó el concurso. Era un programa estatal que debía cubrir las necesidades políticas y administrativas del gobierno, de la Corte, del Ejército y de las autoridades encargadas de mantener el orden público. Carecían de uso público. Como muestra, los mensajes eran sobre visitas reales y la salud de sus altezas, las actuaciones de las Cortes, los alborotos populares, los movimientos de buques de guerra y de tropas, la bolsa e incluso en el cifrado de mensajes estaba previsto la posibilidad de comunicar un atentado con sus variantes de fracasado o realizado.
Se proyectaron ocho líneas telegráficas, pero, finalmente, sólo se construyeron la línea 1 de Madrid a Irún, la línea 2 de Madrid a Barcelona y la línea 3 de Madrid a Cádiz. La primera que se construyó fue la de Madrid a Irún con sus cincuenta y dos torres que empezaron a transmitir en octubre de 1846.
Nuestros telégrafos comarcanos corresponden a la línea 2 de Madrid-Barcelona por Valencia, aunque la que llegó a funcionar fue el tramo Madrid-Valencia con sus 30 torres, cinco de las cuales se ubican en nuestra comarca. La línea Madrid-Valencia comenzó su construcción en 1848 y empezó a funcionar un año más tarde. Su construcción fue casi a la par que la carretera de Las Cabrillas de Lucio del Valle que finalizó en Contreras en 1851.
La primera estación de la línea Madrid-Valencia estaba en la calle Alcalá de Madrid. A la comarca llegaban las señales ópticas cruzando el gran tajo del Cabriel (de unos 400 metros de altitud) desde los 874 metros de altitud del telégrafo de La Mochuelo en la Graja de Iniesta hasta los 923 metros de altitud del Alto de la Paradilla de Villargordo que era el número 21 de la línea. Justamente este tramo es el de mayor distancia entre dos torreones, 17,117 kilómetros, dado el accidente cabrielino, ubicando los torreones justamente antes de la depresión de nuestro profundo y entonces indomable río que siempre constituyó una gran dificultad para las comunicaciones (y para la telegrafía también). Todo ello viene a decir que sólo con veinte torreones el mensaje llegaba de Madrid a la comarca y, sin embargo, otras cinco se necesitaban para cruzarla y, además, de éstas, tres se ubican dentro del término municipal de Requena, caso único en toda la línea. Fue justamente en nuestra Meseta comarcana donde la telegrafía óptica encontró más accidentes geográficos a salvar.
El telégrafo de Villargordo se ha restaurado no hace mucho tiempo y está dotado de paneles explicativos. Además, está en un área plenamente visitable con sus búnkeres de la Guerra Civil, trincheras de las guerras de la Independencia y carlistas y un paisaje privilegiado con el mirador de Peñas Blancas oteando el Cabriel y la senda del barranco Moluengo (anímense, que tienen una buena visita).
De Villargordo la señal se dirigía al telégrafo de Fuenterrobles en la sierra de la Bicuerca. De la Bicuerca a la loma de la Jedrea en San Antonio, al lado mismo de la Autovía. Aún dos torreones de telégrafos se ubican en la comarca: el número 24 en la Atalaya de Requena y el 25 en El Rebollar. Las señales del Rebollar se iban ya hacia El Portillo en Buñol. En la comarca todos los telégrafos están ubicados sobre cerros o lomas con cierta accesibilidad y no sobre edificios públicos, castillos o iglesias como sucedía en algunos núcleos urbanos.
A pesar de su uso civil, su aspecto es defensivo o militar debido a la inseguridad de la época (guerras carlistas, bandolerismo) y a la implicación en el servicio de muchos militares, empezando por Mathé. Si observamos las de la comarca, todas son muy parecidas: tres alturas con planta baja ataludada y con troneras o aspilleras en su parte inferior. Generalmente, la puerta de acceso no se encontraba en la planta baja, sino en el primer piso al que se accedía con una escalera móvil de madera. En el segundo piso había además un vano. En la azotea se encontraba el telégrafo en sí, un combinado de persianas y hierros a modo de tablero visual ajedrezado de espacios negros y vacíos alternados con el que se elaboraban los códigos. Además, en un lateral se situaba una bola cuyo desplazamiento avisaba a los torreros de incidencias en el servicio: averías, niebla, ausencia de respuesta de una torre a otra, etc.
Su emplazamiento era muy estudiado y buscaba siempre una distancia entre dos y tres leguas, estar cerca de trazados viarios y poblaciones para evitar ataques y, evidentemente, situarlos sobre lugares elevados.
Los torreros debían observar a la torre de vanguardia y la de la retaguardia. Cuando recibían una señal comprobaban si la siguiente torre estaba disponible y con buena visibilidad. Anotaba el mensaje recibido y seguidamente lo repetía a la torre posterior. Si el siguiente torrero estaba ausente, el torrero anterior situaba la bola del telégrafo en la posición de ausente, recibía todo el mensaje y anotaba los signos en el cuaderno de volante para efectuarlos cuando fuera posible.
Curiosamente, al ser mensajes gubernamentales, éstos estaban cifrados y los operarios de telegrafía que realizaban las señales no sabían descifrarlos, lo que quedaba reservado para los facultativos. El cuerpo de trabajadores de telégrafos estaba sumamente jerarquizado y su estructura y organización era un calco de la militar. En cada torre trabajaban dos torreros y un auxiliar, sobre ellos estaba el inspector de línea de 1ª y de 2ª.
El telégrafo óptico fue una revolución en las comunicaciones pues acortó la comunicación de una noticia de varios días a unas horas. El problema, como siempre, es que a España el sistema llegó muy tarde y las torres se quedaron sin funcionalidad en menos de diez años. Hacia 1855 se abrió al servicio público, ya que la telegrafía eléctrica estaba sustituyendo a la óptica. La rápida obsolescencia de la tecnología viene, por tanto, de lejos.
El 14 de mayo de 1876, Francisco Rey, jefe de la Estación Telegráfica de Requena comunicaba al alcalde que al día siguiente se abría el servicio oficial y privado de la telegrafía eléctrica de la comarca y que lo comunicara a todas las poblaciones de su partido según oficio que se conserva en el Archivo de Requena.
La telegrafía óptica fue el paso anterior a la telegrafía eléctrica que constituyó ya un verdadero hito en el progreso de las comunicaciones y que puede considerarse como antecedente directo de los modernos sistemas de telecomunicaciones: teléfono, internet, móviles… Entre las ahumadas y el wifi, nuestros telégrafos. Cuidémoslos, expliquémoslos y que no se nos caigan como la cobertura del móvil.