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Requena (21/05/19)

Cómo somos las personas. No nos gusta nada que nos lleven la contraria. Ni tan siquiera escuchar opiniones distintas a la nuestra. Y sin embargo, saltamos como un resorte si no nos dejan hablar y expresarnos, porque es necesaria la libertad de expresión, poder opinar y que nos escuchen. Menuda contradicción. Preferimos aceptar la libertad para decir lo que a uno le venga en gana (con respeto y educación) y después darnos la vuelta y criticar y maldecir si no lo compartimos. La verdad, si podemos, pelamos a cualquiera. Y es que la vida es una gran obra de teatro. Actuamos durante casi todo el día. Es más, solo paramos cuando dormimos. Por mucho que nos jactemos de ello, de que somos honestos o sinceros, claros o trasparentes, jamás decimos lo que realmente pensamos, ni en casa, ni en la calle, ni en el trabajo, porque sería un suicidio social.

Es entonces cuando nos subimos al carro de las corrientes ideológicas para estar seguros parapetados tras ellas. Preferimos escondernos entre el grupo que defiende un todo y callarnos nuestras propias ideas. Es la espiral del silencio que nos arrastra cómodamente al redil. Como el mundo de los partidos políticos, que nos coarta de la plena libertad para ordenar el caos que supondría decir sin tapujos lo que pensamos, que nos obliga a agruparnos y a callar nuestras diferencias, que nos hace diferir con los demás sobre cosas que nos parecen bien pero no son oportunas y que en definitiva, nos lleva a comportarnos como si fuera mejor una realidad ficticia que lo que verdaderamente nos importa que no es otra cosa que sentirnos útiles, valorados y libres. Todo por esa adictiva sensación de creer que estamos decidiendo algo importante con el voto. Sí, nuestro voto es importante, pero solo si votamos y estamos al tanto de lo que votamos, porque ¿cuántos de nosotros nos hemos preocupado de saber qué votamos? Pues no, porque no nos importa el contenido sino la forma, el ademán, el gesto, la sensación de sentirnos bien con lo que hacemos y de cumplir, de pertenecer y ayudar al grupo, al partido. Y en el fondo se trata de eso, de cumplir para obtener una impresión de plenitud, de pertenencia, de utilidad. Somos responsables y nos debemos a los demás y al partido. Siempre me ha resultado curioso ver como tanta gente vota lo mismo, en fila, sin peros ni diretes a nada, como una máquina engrasada que no tiene fallos. Todos a una. Pero ninguno decimos lo que pensamos realmente sobre las cosas, porque no sería políticamente correcto, nos mirarían como esquiroles, bichos raros a los que nos separarían del rebaño ¡qué horror! No, es mejor seguir actuando y fingiendo que estamos de acuerdo porque a estas alturas, poco o nada cambiaríamos leyendo los programas de los partidos y preocupándonos, porque básicamente dicen lo mismo, sobre todo en lugares como Requena, donde todos los partidos políticos y sus candidatos quieren lo mejor para el pueblo. Digo yo que habrá que elegir uno y votarle ¿o no? …

 

Pablix

 

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