LA BITÁCORA DE BRAUDEL. Por Juan Carlos Pérez García.
En ocasiones, las conmemoraciones son interesantes porque permiten desarrollar con tranquilidad y profundidad determinados debates. Es lo que está sucediendo con la Primera Guerra Mundial, la Gran Guerra, como la conocen italianos, alemanes, británicos y franceses. La Biblioteca Pública reúne estos días sus libros y documentos sobre este decisivo acontecimiento del siglo XX. Tan decisivo que sin él no habría existido la Segunda, y a lo mejor tampoco el Comunismo soviético ni la gran crisis de 1929. Pero esto es ficción. Entretanto, es interesante aprovechar la conmemoración para leer sobre el conflicto que inició la larga serie de conflictos del siglo XX.
En este artículo quisiera orientar hacia dos destinos. El primero es un comentario acerca de algunos de los últimos libros que he leído. Un historiador español, de moda en los medios de comunicación, ha dedicado un libro excepcional al siglo XX y a la guerra. Se trata de Julián Casanova y su libro Europa contra Europa, una obra que contempla la realidad de una Europa que marca el siglo XX luchando entre sí en una especie de guerra civil. Resulta interesante y subraya algunos aspectos que muchas veces otros libros descuidan u orillan.
El libro de Christopher Clark destaca cómo el estallido de la guerra se debió a un conjunto de errores en cadena de los grandes gobernantes de errores de los líderes de las grandes potencias, que pusieron en marcha un mecanismo que vino a actuar con bastante automatismo. Incluso pareció en algún momento que dicho mecanismo escapaba a cualquier control. Austria-Hungría creía que podía aplastar el nacionalismo serbio, ya decididamente escorado hacia la violencia terrorista, mediante un ultimátum que era inaceptable para cualquier Estado soberano. Pero entonces intervino la Rusia de Nicolás II, autoproclamada defensora de los serbios y, en general, de los pueblos eslavos. La intervención de Rusia encendió las alarmas en Berlín y Alemania entró en la guerra. A su vez esto condujo a la contienda a franceses y británicos, con sus respectivos imperios coloniales. Sólo unos pocos pacifistas levantaron la voz en contra de la sangre. El nacionalismo impulsó el ardor guerrero de las naciones. El libro de Clark es importante también porque privilegia la idea de desmantelamiento catastrófico del sistema de alianzas forjado por el canciller Bismarck durante muchos años (básicamente 1871, batalla de Sedán, y 1890, salida de la cancillería), diseñado para evitar que Alemania cayera en una guerra en dos frentes. Lo alemanes creían que un país republicano como Francia jamás se aliaría con una monárquica y autocrática Rusia. Los tiempos habían cambiado, y los franceses, como en el siglo XVII cuando Richelieu estrechó lazos con el Imperio Turco para derrotar a los Austrias de España, actuaron en razón de sus propios intereses de estado, olvidando las razones morales.
El segundo destino de esta colaboración es resaltar la importancia del conflicto en la historia de España. La guerra se inició en agosto; los soldados fueron al frente entre alegría, con esplendorosos uniformes y convencidos de que para el otoño estarían de vuelta. España acababa de salir de la Semana Trágica (1909) y había vivido el experimento de las reformas de Maura, mientras asistió a las reformas sociales y fiscales del liberalismo de Canalejas, asesinado en 1912 por el terrorismo anarquista. Era una España repleta de fantasmas: un anarquismo que iniciaba su ascenso entre la clase obrera y campesina; un campo en efervescencia, carcomido por el mal reparto de la propiedad y la miseria; un movimieto obrero en ascenso; un intervencionismo militar en África, frente a las cábilas rifeñas cada vez más penetradas de espíritu nacionalista (destacado papel de Abd-El-Krin).
Así que España interpretó el gran conflicto europeo en clave peninsular. España se quedó al margen de la gran masacre, de la culpa, del odio, del miedo a las segundas partes. Pero se aproximó a la hecatombre a partir de sus propios fantasmas. La primera guerra mundial era la primera global desde el Congreso de Viena de 1815. desde aquel momento los conflictos fueron localizados, a lo sumo implicaron a 2 o 3 potencias, o se trataron de enfrentamientos civiles donde metieron las narices algunas potencias, o incluso conflictos coloniales en los que se discernía entre la “civilizada” cultura de los “avanzados” blancos y la cultura atrasada de las gentes de “color”. España hizo su guerra contra napoleón (1808-1814), asistió desde un segundo plano al Congreso de Viena, y desde entonces vivió un gran proceso de introspección hasta que la revolución septembrina de 1868 provocó graves tensiones en Europa. Por el contrario, España se implicó decisivamente en Marruecos, área considerada estratégica, y le crecieron las dificultades en Cuba, donde el proceso independentista comenzó a crecer.
Sin embargo, el país permaneció neutral. La opinión pública se dividió. Hasta la misma familia real lo estaba, cosa que el rey Alfonso XIII pudo conjurar dedicándose a los heridos del bando aliado. Aliadófilos y germanófilos se enfrentaron en un debate oneroso mientras la opinión pública era inundada diariamente con oleadas de papel cuché con imágenes sobre la marcha de la contienda. Al permanecer al margen, la sociedad español desarrolló dos ideas claves sobre sí misma. Una: la idea de superioridad moral, mientras los empresarios y terratenientes hacían buenos negocios abasteciendo a los contendientes en la guerra, y mientras los precios más básicos ascendían a tales niveles que acabaron hundiendo el poder adquisitivo de las clases trabajadoras (desde 1917 el movimiento obrero cobró mucha fuerza y estallaron muchos conflictos). Y la otra: la cristalización del principio del carácter excepcional de la historia española, que acabó por impregnar a una parte sustancial de los intelectuales. Ya los escritores y pensadores del 98 (la época del desastre en Cuba, la rendición ante los Estados Unidos) habían hecho mucho al cargar las tintas sobre el atraso, las contradicciones sociales del país y las necesidades de cambio, que acabaron por cristalizar en el denominado Regeneracionismo y la emergencia de los nacionalismos periféricos.
Pero España vivió su propia hecatombe. En 1921 el desastre de Annual arrambló con la vida de miles de soldados y consolidó un fuerte sentimiento antimilitarista ya antiguo. El golpe de Primo de Rivera estaba anunciado desde aquel año; empezó entonces la cuenta atrás. Hasta más o menos 1930 el país vivió una etapa de expansión económica, en tanto la dictadura garantizaba el orden público. La segunda República, venida con una espectacular ilusión sobre el futuro del país, acabó dando paso a una guerra civil que mató como mínimo a 400.000 soldados, dejando a parte sacas, asesinatos en los paseíllos, etc. no tuvimos nuestro 1929. No lo necesitamos, porque la política de la postguerra ya hundió hasta el extremo al país que necesitó los años 1960 para igualar el desarrollo alcanzado hasta 1936. la dictadura hundió el bienestar de los españoles hasta extremos indescriptibles. Tampoco tuvimos Segunda Guerra Mundial; tampoco nos hizo falta, porque ya teníamos el régimen de Franco.
Por tanto, hay que aplaudir la iniciativa de la Biblioteca para poner a disposición de los lectores los fondos que posee sobre 1914. no sé si los libros aquí traídos están allí, en cualquier caso me consta que hay algunos verdaderamente decisivos para entender este conflicto y sus ecos.
En Los Ruices, a 26 de marzo de 2014.