HISTORIA EN PÍLDORAS / Ignacio Latorre Zacarés
Dícese que uno hace la “visita del médico” cuando brevemente pasa por una casa de un familiar o amigo. Hace dos días un compañero me recordó la citada expresión tras un paso fugaz por su morada y enseguida mi cabeza se fue hacia los médicos que me salen continuamente por las actas, así que pensé: “aquí tengo la píldora de este fin de semana”. Y es que algo de eso pasaba en la Requena del XVI. Veamos.
En el XVI, era el Concejo el que debía asegurar la presencia de un médico en la villa y eso no era siempre fácil. Muchas actas de la primera mitad del siglo traslucen los problemas de los regidores requenenses para encontrar o retener a un doctor. El salario del médico solía consistir en una cantidad aportada por el Concejo para que atendiera a los pobres y no pudientes más asegurarle un número pertinente de casas donde cobraba directamente el médico. Los 12.000 maravedíes que se pagaba al médico Calvo más 100 ducados (37.500 maravedíes) aportados por particulares en 1521 ya no conseguían atraer a nadie en 1527 y se pensaba en incrementar la aportación del concejo hasta 20.000 maravedíes. Mientras tanto se sucedían los médicos (Diego de Vallejo, Juan Bernalte). El Concejo buscaba más casas igualadas para sostener la asistencia médica en la población, en torno a las cincuenta. Al final se consiguió que aceptara quedarse el maestre Cristóbal por 15.000 maravedíes más las casas igualadas. Pero pronto volvieron los problemas, pues al parecer el Doctor Cristóbal no quería residir en la villa lo que era inaceptable para los gobernantes requenenses. Finalmente, se logró su compromiso de residir en la ciudad, excepto en caso de peste en la que no estaba obligado a vivir en la Villa, pero sí en el amplio término. No era algo casual esta salvedad, pues en casos de epidemias muchos médicos huían pues sus conocimientos no podían parar estas pandemias, a la vez que era un riesgo para sus vidas. En muchas ocasiones el mejor medicamento ante una epidemia era la huída (pasó con la peste y pasó con el cólera).
En 1530 tendemos constancia de la contratación del primer médico que sabemos era natural de la propia Requena, el doctor Miguel García que aceptaba el cargo por 120 ducados y 80 casas igualadas. El contrato era por tres años y llevaba aparejada la obligación de residencia en la villa y visita del hospital. Parece que el requenense García tuvo sus problemas en su patria chica, pues en 1535 se acordó despedirlo, no pagarle el salario de un año y buscar un “médico bueno y honesto” (¿No lo era el Sr. García?). Se le volvió a renovar en el cargo, pero en 1538 Miguel García se marchó a Valencia sin cumplir su renovado contrato de tres años.
Pero los médicos seguían desfilando. Tampoco convenció a los requenenses el sucesor, el licenciado Juan de Benavides al que en 1542 se le dijo directamente que si se quería quedar de médico que lo hiciera de balde, pues el consistorio contraba de nuevo por tres años al maestre Cristóbal por tres años a 40 ducados cada uno (los consabidos 15.000 maravedíes). En ese año, 1542, ejercían en Requena dos médicos, los citados García y Cristóbal, y además el cirujano maestre Andrés, por lo que el Concejo dictaminó que los 15.000 maravedíes se repartieran entre los dos médicos y se pagara al cirujano con 3.000 maravedíes. Como se ve, el cirujano denota ya una especialidad en el estamento sanitario requenense. Por cierto, que la primera denominación era la de cirujano-barbero ya que era habitual alternar ambos oficios.
Los médicos debían inspeccionar, además, el estado de las boticas con sus medicinas, compuestos y simples, aceites, pólvoras, piedras y jarabes. En 1545 se detectaron problemas en las tres boticas que existían en Requena y se ordenó que ningún boticario hiciera compuesto magistral alguno sin la presencia de un médico aprobado por la villa para que se examinaran los simples que eran utilizados y que en el bote de la medicina se pusiera el día, mes y año y la rúbrica del médico (¿les suena esto del etiquetado?). Como se ve, la política sanitaria emanaba desde los propios órganos municipales.
A veces se buscaba asistencia médica supletoria ante algún drama epidémico. En noviembre de 1558 se estaban produciendo muertes en Requena, sin saber si era la peste. Así pues, se contrató al doctor Soler de Valencia quien estuvo nueve días atendiendo y curando enfermos. Se le pagó 18 ducados. No era fácil contratar un médico con una ciudad invadida por la enfermedad. En el mismo noviembre de 1558, con los apestados trasladados a la casa junto a la ermita de Nuestra Señora de Gracia (actual convento de San Francisco), se contrató al cirujano Francisco Guzmán con un elevado salario de 24 ducados por un mes con la obligación de realizar dos visitas diarias al hospital. Las visitas del médico, por tanto.