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Requena (19/07/18) La Bitácora – JCPG
Existe en El Escorial un documento de excepcional valor: el llamado Atlas de El Escorial, que posee 21 mapas manuscritos de toda la Península Ibérica. El documento ha despertado auténticas fantasías cartográficas, pero nos interesa traerlo a estos renglones, porque es el más antiguo documento cartográfico que conocemos que hace referencia a un sitio que pudiera identificarse con El Violante. Se trata de Pulante.

He aquí la casa de Julián Colón. En el frontis, 1911. Anuncia también que estamos en el Violante. Aún se puede entrar a ella sin riesgos. El desnivel del terreno hace que la planta baja esté por debajo del nivel del suelo trasero; por eso cuando entramos, agradecemos el frescor. La vivienda debió de ser el lugar en el que se desarrollaron los acontecimientos en torno a la enfermedad y muerte del anciano Colón.
La confección del Atlas parece ser bastante minuciosa y está basada en un mapa previo, cuya escala está trazada en leguas. Así que estamos ante un documento preciso para los términos de la época. Las poblaciones se marcan con un círculo y dentro del círculo se da una punzada, porque fueron marcados con un compás sobre el mapa de leguas. Geoffrey Parker ya advirtió de la detallada medición del terreno que había precedido a la confección del Atlas.
 
Este fragmento del Atlas fue publicado en su día por la Asociación de Amigos de Venta del Moro. ¿Es Pulante el Violante? La repetición del mismo topónimo en el área oriental junto a La Balsa introduce demasiada incertidumbre. Por otra parte, ¿su situación frente a Toya no permite pensar en Los Isidros, por ejemplo? Y quizás Aldea Seca pueda ser Los Ruices, o incluso el Villarejo.
El Violante o los Violantes

Las últimas lluvias han sido generosas con esta tierra repleta de viñas. Han regado campos y montes, e incluso en las ramblas es posible ver algunas cuantiosas avenidas, naturalmente por el rastro dejado en el cauce. Han caído hasta terraplenes en la rambla de la Esteruela, a la altura del Violante, o, como a veces aún dicen algunos, los Violantes. Y no van descaminados, como ahora después comentaremos. Ha caído tanta lluvia en las páginas finales de la primavera que los ribazos están plenos de hierbajos. Arde el sol desde hace días y estas hierbas empiezan a tomar un tono marrón claro. Es el signo del verano.

Me encamino hacia estos caseríos una tarde calurosa, pero ya está soplando el solano, y en el olor se nota que es un viento fresco. El solano es uno de esos vientos que uno se pasa el día esperando, sobre todo cuando estás trabajando en el campo y el sol cae con justicia sobre tus costillas. Ya va a soplar el solano; ahora enseguida empezará a soplar el solano; y así cepa tras cepa.

El gran pino, testigo mudo del tiempo. El nevasco del año pasado se cobró su tributo.
En realidad, el Violante es sólo una parte de un conjunto de caseríos. Se trata de las Casas de Tortas; las Casas de en medio, que, curiosamente, jamás han tenido un nombre, y el Violante. Incluso doscientos metros más allá es posible encontrar, en el camino que va hacia la Esteruela, la Casa de la Sardina. En la actualidad, se tiende a pensar que esta forma de vida, este hábitat, carece de sentido, pero encuentra si explicación en una génesis ligada al trabajo de diferentes fincas.

En efecto, varias fincas son el origen de estos caseríos. Hoy están abandonados, pero hace unas décadas eran el hogar de medio centenar de personas. Su oficio, la agricultura y el pastoreo del ganado.

Viña, vino, cimientos de la existencia.

El aire del abandono es tan fuerte como el solano, y lo impregna todo con una atmósfera tristona. Las antiguas familias han hecho vida en Utiel o en Requena. En algunas casas aún quedan los mudos testigos de la existencia vital: muebles, velas, algunas botellas, una taza. El rastro humano.
Signos de vida recientes. Aún hay quien siente las conexiones con este pequeño poblado.
Como en tantos otros lugares de nuestra tierra, las viviendas disponen del lugar de habitación, el corral, la cuadra y la bodega. En la bodega, que es una parte bien interesante, existen trullos y depósitos, pero una de las casas posee también una bodega para los conos. Los conos eran viejas construcciones destinadas a almacenar el vino que no se había vendido. Por alguna razón había que esperar a colocar el vino en otro momento; los conos eran el recipiente ideal para mantenerlo. Tenían una forma similar a la de las tinajas, pero eran de obra.

Los cimientos sobre los que se construyeron estas pequeñas aldeas que componen los Violantes fueron la agricultura y el pastoreo extensivo de ovejas y cabras. Eran el medio de vida de las gentes del campo, y la fuente de ingresos de una burguesía residente en Utiel y Requena que marcaba convenientemente las distancias con la clase campesina que estaba instalada en sus propiedades.

Don Eduardo García venía en vendimias a las Casas de Tortas. Para supervisar las operaciones. Se alojaba en el piso superior de la casa de los renteros. El binomio trullo/depósito está omnipresente en todas, y también en la casa de este hombre de Requena, hijo de Janini, el de la Enológica. En el trullo se elaboraba el vino, que finalmente iba a parar al depósito. Al venderlos, llegaban los comerciantes con sus transportes. Primero, las mulas, que debían ser fuertes para transportar tantas arrobas. Después, pequeños camiones, como aquel que no tenía ni luces, pero circulaba perfectamente.

La Casa de Tortas, junto al camino que conduce a la Esteruela. Está dotada de su propio pararrayos. El amo, Eduardo García, se alojaba en el piso superior. El corral de bloques lateral fue construido hace algunos años para solar de una explotación ganadera, pero hoy está también abandonado.
La vida era el cultivo de las viñas. Las familias necesitaron al macho durante mucho tiempo: era imprescindible para labrar y tirar de los carros. En el poyo de las casas, se sentaban los lugareños al caer la tarde. La madre de Vicente tomaba el fresco frente a la casa, a la sombra de un pino señorial. Hoy sopla un solano refrescante ue te reconcilia con el ardiente verano. Dan ganas de sentar bajo el pino, pero tenemos que seguir visitando el pueblo.

Una bodega tenía, además del trullo y los depósitos, sus propios conos de almacenaje. Está en el Violante y podía guardar nada menos que 40.000 arrobas de vino. Casi nada. Era una finca grande. Una casa justo al lado señala en su frontispicio la fecha fundacional: 1911, y el rótulo Violante. Gente de vino, de doblar los lomos ante el sol ardiente y ante el frío invernal. Seres humanos recios, construidos a fuer de trabajo y privaciones.
 
La bodega dotada de conos ya se ha venido abajo. Este es el futuro que le espera a todas las casas, me dice uno de los acompañante, y añade, me da mucha pena.
 Viñas, bodega, vino, personas. ¿Con qué raíces nos identificamos hoy? Dar la espalda a la ruralidad puede resultar una operación peligrosa. No cuidar el campo, abandonarlo a merced del mundo globalizado, es un riesgo fuerte. Tal vez nuestro mundo, urbano, industrial, tecnificado, encuentra tantos problemas porque ha roto su cadena de conexión con el mundo rural. Porque empaqueta el pollo como si se tratara de un juguete o el último modelo de un teléfono móvil. Marcamos las distancias con el instante primigenio, con nuestra génesis. Nos separamos del mundo rural y perdemos el alma en el universo de inmensas ciudades. Creo que a muchos les inquieta su origen, a muchos seres urbanos. Se empeñan en negarlo cada día con sus hábitos, con sus rutinas. Es la lógica de este capitalismo financiero.

Eran tiempos de grandes fincas y de arrendatarios y jornaleros. Los tiempos del tío Colón y don Eduardo García. Las explotaciones cerealeras estaban dando paso a la viña, gracias a los beneficios obtenidos por la venta de vino. Las fiestas de los alrededores, ya en Utiel o Requena, como en las aldeas de Los Ruices o Casas de Eufemia, servían para establecer relaciones humanas y para conocer a la gente recién llegada, atraída por la disposición de trabajo para sostener su precaria economía familiar.

Hablar de grandes fincas significa también hacerlo de grandes familias arruinadas. La conversación con los dos sabios que me acompañan lleva a este terreno. Familias que habían construido enormes propiedades, que poseían inmensas cantidades de tierra, y que, por el arte de unos herederos manirrotos, acabaron por venderlo todo en pequeños lotes. Mejor para los pequeños agricultores, que han resultado ser los grandes beneficiados del deceso de estas grandes propiedades históricas. Es que los herederos eran unos gandulacos, me dicen; nada más comenzar empezaron a vender tierras. El rostro de esta comarca ha cambiado por completo en unas cuantas décadas. La ruina de la vieja burguesía rural, orgullosa y altanera, ha facilitado el encumbramiento de las familias de pequeños agricultores.

Unas pocas viviendas siguen siendo cuidadas por sus dueños. Les resultan de utilidad en el trabajo de las viñas. Incluso alguien ha construido obra nueva.
Las cañadas que discurren entre los tres conjuntos de caseríos son muy feraces. Ofrecen una tierra generosa para quien sabe trabajarla. Hoy se ven algunos pedazos abandonados, mientras que otros aún siguen cultivados. El sistema de riego colectivo de Los Ruices ha sido vital en la gigantesca sequía que se vive. Mucha gente cree que ya no hay sequía, me dice un sabio que me acompaña, pero los viejos manantiales hace muchos años que no son lo que eran. Como no asentir ante la sabiduría de la experiencia.

Ya escribí sobre el Violante, y recuerdo haber dicho que no resulta fácil vivir en un sitio como éste. El agua estaba en la rambla, que está cerca, y, como siempre, las mujeres acudían a su curso a lavar la ropa de la casa. Pero llegaron a hacer un pozo que resultó salino. En el caserío del Violante realizaron una mina de agua, es decir, un pozo al que se accedía andando. De aquí obtenían agua, un bien muy preciado en un territorio como éste.

Muchos panes deben de haberse cocido en este viejo horno. Como siempre, lleno de mierda.
Mirando la Esteruela.

Andar. Por el camino que une los tres núcleos de viviendas y dirigirse al Este, buscando el tajo que ha construido la Esteruela. La Esteruela es una rambla que finalmente desagua en otras ramblas que luego enlazan con el Cabriel. Descendemos por un camino ya maltrecho y algo olvidado, pero por él podemos bajar hasta el Saltaero.

La caprichosa rambla ha hecho de las suyas. El Saltaero ha sido reducido a un pequeño salto, pues la parte baja se ha enrunado y algunas rocas han caído. Es sólo una sombra de lo que fue. La última riada ha marcado un buen nivel. Las lluvias últimas han sido abundantes y contundentes.

Tierra inmejorable para monte. La húmeda Esteruela es el marco idóneo donde crecen los pinos y las carrascas. Una balsa antigua está allí, me indica Vicente un pequeño montículo. Tiene las paredes desconchadas y, efectivamente, parece muy antiguo. Nadie me da pistas sobre sus constructores.
 
El Saltaero ya está enrunado, como resultado de las avenidas, y también han caído bloques de piedra. No se ha visto nunca seco, se dice, hasta hace unos años. Una advertencia para los que crean que no existe sequía.
 Ante la mitología del abandono.

No hay luz ni agua potable en los Violantes. La existencia aquí no fue nunca fácil. Tener que cargar con los cántaros constantemente para traer agua del pozo empezó a ser inverosímil cuando las aldeas empezaron a construir sus redes de alcantarillado y suministro de aguas. ¿Tú crees que era vida estar aquí sin agua y sin luz?, me pregunta, mirándome a la cara, uno de los sabios que me acompañan. El esfuerzo de aquellas mujeres que bajaban cargadas a la Esteruela, algunos metros más abajo del Saltaero, para lavar la ropa sucia es hoy simplemente un recuerdo que la gente de hoy nos parece increíble.

Una película de los años setenta representa bien el universo que rodeaba a la gente de pequeñas aldeas como ésta. En “Vente a Alemania, Pepe” (1971), Pedro Lazaga dirigió un magnífico elenco actoral, que condensaba los grandes tipos culturales y sociales del tiempo. El gran Landa personificaba al campesino paleto, casi primitivo, que, llegado a Alemania, queda encandilado con la mieles de la vida germánica, símbolo del progreso técnico y el bienestar, y también de la libertad sexual. Una enfermedad cultural, la seducción de la ciudad, les entró a los habitantes del Violante. Landa volvió a su pueblo, porque el franquismo de entonces requería la exaltación cinematográfica del regreso a los orígenes. Los habitantes del Violante no volvieron a vivir aquí. Muchos regresan a diario a trabajar las tierras de su familia. Otros han olvidado probablemente de dónde procede su linaje.

En la casa de Colón, el hogar. Probablemente la más fresca en verano. Ha sido cuidada durante años, aunque ya empieza a acusar el tiempo. Sus balconadas metálicas hace años que fueron robadas.
Procedemos de aquí, del mundo rural, de las aldeas. Nunca en los medios hay un campesino, un pastor. Sí para servir a un espectador u oyente que piensa en lo rural con el aire de lo bucólico, con la conciencia de quien afirma aquello de qué bien viven los del pueblo, no sé de qué se quejan; para inmediatamente hacer profesión de fe urbana y salir a su balcón a respirar el aire irrespirable de los lugares contaminados que son las ciudades.

Vivimos una crisis de comunicación. Nunca ha habido tanta comunicación. Radios, teles, tertulias, periódicos, internet. Nunca, tanta incomunicación. Vivimos en inmensos enjambres urbanos en que apenas nos conocemos. La gente del Violante sabía casi todo de todos. Por supuesto, conocían el árbol genealógico de cada uno. Esto es totalmente imposible en las ciudades.

El Violante. Los Violantes. Aún quedan las ruinas de algunas casas y otras mejor cuidadas. Hay esperanza. Los herederos que vuelven cada día a trabajar sus tierras están haciendo la revolución. Y ellos lo saben. Los nuevos medios tecnológicos los sitúan ante la tierra y ante el mundo como pioneros de una transformación económica. Sus antepasados superaron la fase del arrendamiento y el cereal y apostaron por la propiedad y la viña. Fueron estos abuelos y padres los que protagonizaron la primera fase de la revolución. Aunque sea una frase hecha, nunca ha tenido más contenido: la revolución está en marcha.

Sobre el Atlas:

Antonio Crespo Sanz, (2009), “El Atlas de El Escorial”, revista Ciudades, 12, Universidad de Valladolid.

(2013), “Herramientas y metodología para el análisis de mapas antiguos”, (26), en red http://www.tiemposmodernos.org/tm3/index.php/tm/article/viewFile/335/378

En Los Ruices, a 17 de julio de 2018.

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