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LA BITÁCORA DE BRAUDEL / JCPG

En nuestra historia, de pocos tiempos podemos hablar de un proceso de poblamiento de la tierra con una población cada vez más abundante. Quizás, sin trasladarnos mucho hacia atrás, uno de estos períodos históricos fue el siglo XIX. Fue una época de enormes dificultades, de guerras, de inestabilidad política proverbial; pero, cómo son las cosas: también fue una época de grandes esperanzas. La tierra, lo que pisamos, se convirtió en la máquina que condujo al progreso. El cereal fue el producto estrella durante mucho tiempo; luego llegó la vid, que produjo un escalón más de progreso. Cientos de personas, desperdigados en caseríos y aldeas, pusieron en cultivo hectáreas y hectáreas de tierra yerma.

Cuando escribo estos renglones, acabo de ver el rostro del conde de Villamar. Está en el libro de Juan Piqueras sobre San Antonio. No me quiero olvidar del trabajo del profesor Piqueras; seguramente no hay otra persona que lleve la comarca y sus habitantes tan bien definida en la cabeza. Pero lo del conde de Villamar viene a colación del asunto de la tierra. Era un gran propietario de tierra, uno de esos con capacidad, en los tiempos de la Restauración, para decidir casi todo. Sin ir más lejos le pertenecía mi pueblo, Los Ruices. Todavía llamamos la casa del conde a la de la entrada. Fue torturado y asesinado en las negras jornadas que dieron lugar a la gigantesca tragedia de la guerra civil.

Entre unos cuantos propietarios manejaban la tierra y a sus campesinos, a aquellos que la trabajaban día a día. Las cosas han cambiado mucho y desde luego lo han hecho a mejor. El siglo XX nos ha legado una pulverización de la gran hacienda de raíces tradicionales. El siglo XXI está produciendo una nueva definición de la gran propiedad.

Fueron los intereses de los grandes los que decidieron las cosas en el pasado. La agregación a la provincia de Valencia en 1851 fue una de las decisiones más sonadas. Carece de sentido preguntarse si fue una decisión positiva o no. La historia habida hasta aquí no puede cambiarse, así que mejor no calentarse la cabeza con planteamientos absurdos. Fueron ellos los que impulsaron la construcción de una línea de tren que la tierra no demandaba; para qué el tren si la gente no tenía para viajar.

Los intereses. Una y otra vez los intereses. No fueron los intereses los que impulsaron la salida, la emigración de tanta gente de la tierra rumbo a las grandes ciudades industriales. Fue el hambre, la necesidad, la miseria. Hasta hoy esta es la misma situación que vivimos. Somos pocos y con poco peso y esto se nota; y se nota cada vez más. El panorama de la sociedad está cambiando con rapidez y nos pilla en situación bastante débil.

Ninguna, o casi ninguna, de las decisiones que toma Valencia tienen en cuenta ni nuestras necesidades ni nuestros intereses. Y es asunto que nada tiene que ver con colores políticos. Lo vimos cuando se discutió la última reforma del Estatuto de Autonomía: el castellano o español no es una lengua propia de los valencianos, sino la lengua del Estado. Tan asombroso como parece es en la realidad escrita sobre el papel.

Ahora llegó el tema del plurilingüismo, un fantoche legal ideado con el objetivo de superar la vieja bandera de la izquierda valenciana: la lengua, pero no la nuestra, sino el valenciano. En medio, nosotros: la historia nos ha hecho de cultura castellana, hablamos castellano y poco hemos conocido el follón montado con las banderas hace décadas en Valencia.

Hemos dado a Valencia a nuestra propia gente, nuestros vinos, nuestros impuestos; ¿tenemos que sacrificar algo de nuestro ser cultural para no ser considerados churros allí abajo? En 1851 nos adherimos a una Valencia que poco o nada tiene que ver con la de hoy. ¿Para ahogar las protestas de agrupaciones como Escola Valenciana o STEPV tenemos que sacrificarnos todavía más?

Estas son las estelas de nuestro viaje a la insignificancia. Pero mira que escribir cosas tan pesadas en fin de año. No hay que descansar en la defensa de lo propio, sencillamente porque otros no paran nunca; y lo peor de todo: a veces pasan por encima de las personas. Algo sé de esto.

En Los Ruices, a 31 de diciembre de 2014.

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