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Requena ( 06/02/18). La Historia en Píldoras /Ignacio Latorre Zacarés

La gandulería es un vicio o actitud, como ustedes prefieran, que está muy mal visto en las áreas rurales donde el pan se conquista con un elevado esfuerzo físico. La gente de campo siempre ha recelado del que se gana la vida sin el literal sudor de la frente que produce la azada o instrumento análogo. Como los pocos que estaban en los pueblos sin ser agricultores o albañiles (también muy esforzados) eran los escasos oficinistas municipales y los guardias civiles se espetaba aquello de: “eres más gandul que la chaqueta de un guardia”. Señalar a alguien de gandul o vago es un oprobio no menor en el agro. Como siempre hay excepciones, yo tengo un amigo que desde que era joven llevaba con orgullo su intrínseca vagancia y reconocía abiertamente que era de natural gandul. Sin embargo, al amigo la vida le ha llevado por otros derroteros y ha tenido que trabajar algo más de lo esperado e, incluso, se ha llegado a herniar (el colmo de un aspirante a gandul).

Lo dicho, en el agro, eso de escaquearse de la faena física es pecado casi capital y el maestro Yeves en su inconmensurable diccionario de habla comarcal (seguramente el más exhaustivo de España) reservó un sinfín de sinónimos utilizados en nuestra Meseta para designar a un holgazán: badanas, cagamandurrias, candonga, gandinga, engolfarse, gandumbas, maduro, manta, perdis, perrángano, perro, sabanazas, zangamingón, zangarriana, zanguango, mangoniar, vagante y vagamundo. Ahí es ná.

Pero al igual que le pasa a mi amigo en la actualidad, a los haraganes de otros siglos tampoco les dejaban llevar la vida a su natural y libérrimo aire, porque hasta para los ociosos hay leyes y arbitristas.

Pues sí señores, para muchos vagos el destino que les esperaba era el glorioso ejército imperial. Desde Carlos I en 1528, los Austrias y los Borbones recurrieron para nutrir el ejército a las levas de vagos y maleantes hasta establecerse el servicio militar obligatorio con la Constitución de 1812 y la reglamentación de 1837. Como pueden suponer, con estos mimbres, los resultados del ejército español en muchos casos fueron los que fueron.

Es más, con las luces de la Ilustración del siglo XVIII se impulsó la recluta de vagos como soldados y Carlos III ordenó varias veces la leva de tales elementos. Por una parte se conseguía alcanzar un cupo de soldados al que no llegaban sólo con los voluntarios y sorteados, eran baratos y, dentro del sentido filantrópico de los ilustrados, era una manera de apartar de la ociosidad a aquellos marginados e intentar reinsertarlos en una sociedad trabajadora. Fueron muchos los tratadistas que se dedicaron al “mal de los vagos” con un sentido humanitario de regeneración, pero finalmente las soluciones aplicadas eran las mismas: llevarlos al ejército o ser mano de obra barata en obras públicas (como los arsenales de El Ferrol). Ser improductivo en una sociedad que busca ser productiva era mal negocio: “Al gandul y al pobre todo les cuesta doble”.

La leva era un reclutamiento forzoso y ocasional para el Ejército que se dio hasta el establecimiento del servicio militar obligatorio y que incluía la llamada leva general u honrada, las leva de quinta o de sorteo y la citada leva de vagos y maleantes.

En 1636 una provisión real de Felipe IV dirigida a Requena explicaba que era la tercera vez que se realizaba reparto de soldados y como no se llegaba a número con los voluntarios y sorteados se ordenaba que se: “eche mano de la gente ociosa y mal entretenida de la república sin perdonar a nadie hasta llegar al número” para la guardia de los presidios. En 1639, las leyes de leva ordenaban en primer lugar echar mano de la gente ociosa y mal entretenida de la calidad que fuera (lo dicho: ¡menudos mimbres para ganar guerras!).

La propia Requena en 1741, en plena efervescencia de la industria sedera, argumentó que casi todos los mozos solteros trabajaban en las fábricas y que se había conseguido la autorización para poder elegir a los soldados entre “gente vagamunda y mal entretenida” y así no sortear a los mozos trabajadores. Por lo tanto, se hizo averiguación del modo de vida de solteros y se reclutaron cuatro vagos del casco de Requena, uno de Fuenterrobles, uno de Camporrobles y dos de Villargordo, que habían sido elegidos a propia petición del alcalde pedáneo porque “eran escandalosos y mal entretenidos y que convenía fuesen a servir a Su Majestad”. Por lo visto, en Venta del Moro eran muy afanosos, pues no reclutaron a ningún malentretenido.

Recordemos que a Requena se le asignaba un cupo de soldados para toda su Tierra según el sistema de quintas que empezó a funcionar en 1704, heredado de los franceses, en el que se llamaba a un quinto de la población de solteros al reclutamiento mediante sorteo (y de ahí el nombre de “quintas”). Pero caros lectores si los hubiere, también en la época el escaqueo era de consideración. En 1768, en la parroquia de Santa María de Requena, de 125 mozos solteros en edad, 70 no llegaban a la talla (mal equipo de baloncesto) y 31 los declaraban exentos, muchos por alegar estar mancos de una mano, mancos de ambas manos, tuertos, cojos, quebrados, fatuos (tontos), padecer del corazón o enfermedad habitual. Uno piensa que si así estaban los mozos solteros en edad de merecer, como estaría el resto de los requenenses. Otros alegaban ser hijos únicos de viuda o de padres sexagenarios y alguno estar tonsurado (clérigo), ser estudiante matriculado o tener dos pares de labor o mulas. Sólo faltaba la exención de la quinta por ser “hijo de padre exagerado” como se autotitulaba mi progenitor. Un mozo alegó tener al padre quebrado y utilizar anteojos (gafas a la antigua), pero aquí el corregidor no coló y dio el “no ha lugar” a causa de exención tan meliflua y rebuscada. Al final, de los 125 sólo quedaron hábiles veinticuatro y de éstos se eligieron a cinco soldados (ya era tener mala suerte). Algo parecido pasaba en la parroquia de San Nicolás de Requena del mismo año, donde de 76 mozos, cincuenta y dos fueron descartados por cortos de talla, once por impedimentos diversos y al final quedaron sólo trece disponibles de los que salieron cinco soldados.

Pero… ¿qué se suponía que era un vago en el siglo XVIII? Pues en el catálogo oficial de vagos de 1745 se incluía una gran variedad de elementos susceptibles de tan calamitosa definición: los que vivían sin saberse su oficio o beneficio (de esos aún quedan legión); los jugadores; los que frecuentan compañías sospechosas o parajes raros (esto lo cumplo yo); los que estando sanos y robustos van pidiendo limosna de puerta en puerta; el soldado inválido que cobra su paga y a la vez mendiga; el mal hijo que escandaliza y no trabaja en casa; los amancebados; los que le dan a la botella; los que organizan rondas y bailes no autorizados; los menores que lleven armas; los jornaleros que trabajan un día y descansan muchos; el que da mala vida a su mujer; los menores mendigantes; los gaiteros (que me expliquen por qué los gaiteros eran oficialmente vagos y no los que tocaran la guitarra o la zambomba); los saltimbanquis y feriantes que van con inventos, linternas mágicas (¡?) y animales; a los turroneros (esto no sé si valdría en Jijona). Pero como parece que el catálogo de vagos se les quedó corto, incluyeron posteriormente a los de vida “libre y voluptuosa”; los que dormían en la calle; los que a deshoras están en casas de juego y tabernas; los vendedores ambulantes de efigies de yeso (¿?), perfumes, anteojos y otras menudencias; los que en las ferias vendan cintas, cordones, hebillas y pañuelos (qué manía con los feriantes); y los caldereros y buhoneros sin quitarles el ojo a los malteses y genoveses que practicaban esa profesión de vender baratijas. Pero ahí no queda la cosa, porque también se consideraban ociosos a los “romeros o peregrinos que extravían el camino” (esto parece escrito para la Pantoja) y lo mismo para los loberos y saludadores o sanadores Más les hubiera valido indicar quién no era vago, hubiéramos acabado antes.

Pero no se aceptaba tampoco a cualquier vago. En 1775 se prefería a solteros entre 17 y 36 años, sin delito feo y con más de cinco pies de altura (un metro cuarenta centímetros). Ir al ejército no era tontería, pues les tocaba pasar cinco años, con lo cual muchos desertaban (¿Qué hubiera hecho usted?).

Como vagos también estaban considerados individuos con delitos como fue el caso de José Juan Lázaro, vago oficial de Utiel. En 1781, un preocupado corregidor de Utiel solicitó a su homólogo de Requena que pusiera los medios necesarios para capturar al citado maleante utielano. El individuo en cuestión había robado en las Casas de Utiel y dado a la fuga. Salieron en su captura con la oportunidad de la noche e incluso estuvo acorralado, pero se le escapó a la justicia de Utiel por el tejado. El corregidor utielano poseía noticias de que el maleante se hallaba en término de Requena, concretamente en la aldea venturreña de Las Monjas o en la Casa Garrido. Para facilitar su captura, el corregidor utielano facilitó al requenense una descripción inmisericorde del tal Lázaro: indicaba que era “muy cauteloso” y “gran pájaro” y físicamente era de “estatura como de dos varas y algo más, cara morena y fea, delgado de piernas, algo picado de viruelas, pelo castaño cortado con cofia, vestido de chupa y chaleco pardos, calzones ordinarios de jergueta, alpargatas de cáñamo, edad de 46 años…”. Vamos que el “gran pájaro” era vago y más feo que pegarle a un padre y que como canta Fermín Pardo: “Ni sé cavar, ni labrar / y tampoco segar hierba / la que se case conmigo / buen pelindango se lleva”.

Pasan los años, los siglos y siguen sin dejar a los vagos en paz. En 1933, las Cortes de la II República aprobaron “La Gandula”, como se apodó popularmente a la Ley de Vagos y Maleantes, pensada inicialmente para regenerar a mendigos, vagabundos, rufianes y proxenetas. Pero su intención primigenia fue alterada y endurecida hasta crear campos de internamiento para los ociosos, uno de ellos en ¡Guinea Ecuatorial! Por si fuera poco, Franco amplió la ley para incluir la indigna represión de homosexuales y transexuales que aún se agravó más con la Ley sobre Peligrosidad y Rehabilitación Social de 1970 en los estertores del régimen dictatorial. Por cierto, ley a la que le cantó el grupo Cucharada liderado por un joven Manolo Tena.

A los vagos no les dejaban/dejan en paz, pero yo sí a ustedes, por lo menos hasta dentro de dos semanas.

Comparte: Vagos, Cagamandurrias, Zanguangos y el “Gran Pájaro” de Utiel