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Requena (08/05/18). La Historia en Píldoras – Ignacio Latorre Zacarés

“Tengo que decirle / que la echo de menos / lo he dejado todo / por no hacerle daño / soy un Lobo bueno”. Kiko Veneno (Lobo López).

Los chicos de la foresta y las pájaras (como diría Sánchez Ferlosio) van a organizar el I Congreso de Naturaleza Meseta de Requena-Utiel y me han pedido una comunicación sobre la presencia histórica del lobo en nuestras tierras. Así que… aquí me ven, aprovechando nocturnidades para rastrear lobos entre la documentación del siglo XVI al XIX. Y haberlos, los hubo, y no pocos. Pero, también era necesario rastrear la presencia del último lobo que fue abatido por nuestros lares a principios de la segunda mitad del siglo XX y del cual disponíamos sólo de noticias orales difusas.

El paso de los años me ha llevado a superar ya la perenne timidez de ir a pueblos donde no te conocen, entrar en un bar e interrumpir la charra o partida de dominó de los parroquianos para que te cuenten aquello que te interesa, sin preámbulos de por medio. Algunas veces me acompaña mi fiel escudero Victorio (“Vitorio” para los amigos), quien con su habitual llaneza, campechanía, menguada sutileza y escasas dotes diplomáticas logra, o bien que te puedan abrir las puertas de par en par o bien salir como gato escaldado que del agua huye. Es todo un riesgo que hay que asumir. Nos hicimos todo el Cabriel preguntando por los “judas” y salimos ilesos. Así que un uno de mayo, día del trabajo, salimos en busca del último lobo para Sinarcas, pero eso ya se lo cuento al final.

Porque esta historia empieza en el siglo XVI en nuestra comarca, que es desde cuando disponemos de datos ciertos. El lobo es un animal generalista, que se adapta a cualquier tipo de medio. Fue el mamífero más extendido del planeta y posee una dieta variada y adaptable al medio que igual se nutre de ungulados silvestres, como de ganado o de carroña y hasta de basura urbana. Pero, el lobo tiene un enemigo implacable: el hombre. Si en la época de cazadores-recolectores, el lobo y el hombre tuvieron hasta conductas imitativas en las técnicas de caza y una organización social parecida (manadas con lobos reproductores, cachorros, lobos subadultos en instrucción y lobos flotantes), sin embargo, cuando el humano mudó el hacha por el arado y se hizo agricultor-ganadero pasó a tener como antagonista al lobo con el que competía por espacios (montes, pastos) y recursos (ganado, caza). No le dio tregua.

En la Edad Media comenzó la sistematicidad de la lucha contra el lobo y los mismos arzobispos impulsaban en el siglo XIII las “lobadas” en Galicia. En el entonces amplio término de Requena, desde el siglo XVI tenemos constancia de la lucha contra el depredador y como incluso en 1534 se instituyó el cargo de procurador de las penas de las ordenanzas y del pago de los lobos, de lo que se colige que el asunto de los temidos cánidos poseía su importancia.

La comarca poseía todos los condicionantes favorables para ser un buen hábitat para el lobo: una tierra despoblada que contaba en 1528 con poco más de 5.300 habitantes (incluyendo a Mira) con sólo 3,1 habitantes por kilómetro cuadrado; un paisaje tipo muy adaptable al lobo, poblado de abundantes bosques, calificados en su época como “fragosos”, y rodeado de extensas dehesas con bosques abiertos y prados arbolados de carrascas. A la poca presencia humana y paisaje favorable se le añadían los muchos recursos alimenticios como ungulados silvestres (corzos, ciervos, jabalíes) y ganado extensivo local y foráneo que transitaba por nuestras veredas y pastaba en las dehesas.

Así pues, la comarca poseía amplios territorios que permitían todos estos movimientos de la manada lobuna sorteando, en cierta manera, la persecución de su máximo antagonista, debido a la citada despoblación de extensas áreas.

El lobo es un oportunista que ahorra esfuerzos y busca la desprotección y vulnerabilidad de sus presas, como el ganado extensivo con poca protección humana (y con preferencia por las ovejas por su tamaño y docilidad) o los ejemplares jóvenes de los ungulados.

Poseemos datos significativos de captura de lobos en el antiguo término de Requena en el periodo de 1573-1613. Durante esta época, el pago de la caza de lobos se realizaba con los dineros de propios, es decir, del propio Ayuntamiento, sin, al parecer, acudir al reparto de fondos entre ganaderos, como fue habitual en otras épocas. El contable anotaba la cantidad pagada por cada lobo cazado, los animales cazados (loba, lobos, lobeznos), el nombre y condición de los cazadores y, en ocasiones, el lugar donde se cazaron y cuándo se les pagó. Recordemos que la ganadería era una fuente económica muy importante en la época (60.000 cabezas de ovejas y cabras en 1752 en la comarca).

A base de pasar hojas de cuentas y contar lobos, en el citado periodo de 1573-1613 tenemos la constancia de la captura remunerada de 16 lobas, 50 lobos, 92 lobeznos y 4 lechigadas (camadas de lobos). A estos números, hay que añadir las anotaciones genéricas de expresiones en las que no se indican el número exacto de lobos capturados y los años en que no tenemos referencias individualizadas de lobos cazados por ser apuntados en gastos “por menudo” (gastos menores varios). A base de estimar los lobos no anotados de forma individual, nos daría un número total de 287 lobos capturados en cuarenta y un años. No es moco de pavo.

Curioso es el asunto de los llamados “loberos”, cuyo nombre ya denota una cierta especialización en el oficio. La recompensa por la caza de lobos no permitiría vivir de ello, pero sí sería una ayuda económica importante. La pieza más apreciada era la loba, que se pagaba más por su capacidad reproductora; seguida del lobo adulto y como premio menor era la lechigada o camada de cachorros que solían cazarse al poco tiempo de su nacimiento, en mayo, cuando estaban más desvalidos. La media de cachorros era de cinco lobeznos, tal como aprendimos en nuestra época infantil: “cinco lobitos tiene la loba”.

Sólo se pagaba cuando el tesorero veía el lobo con sus ojos y, una vez cotizado, se le cortaban las orejas “a raíz del casco”, para evitar fraudes. A veces, traían sólo el pellejo como Arévalo de Monteagudo que venía de Ves, al otro lado del Cabriel. Dada su especialización, con algunos se alcanzaban conciertos como con Pedro Martínez de Mira, que había acordado con el Concejo de Requena el pago de cien reales por lobo.

Destacan los loberos que eran vecinos de poblaciones colindantes como Villamalea, Casas Ibáñez y Jorquera (destacaba Benito Torres con seis pagos por capturas en diferentes fechas), Minglanilla, Siete Aguas, Gestalgar, Talayuelas, Chelva, Buñol, Yátova y, especialmente, Mira.

Los lobos se cazaban en las fronteras montañosas de Requena, sin excluir territorios ajenos al otro lado del Cabriel o en Mira, pero que interesaban a Requena, pues los lobos no conocen de fronteras artificiales. En 1574, a Bartolomé Martínez de Villamalea se le pagó un ducado por un lobo matado en el río Cabriel en término de Jorquera, trayendo el lobo a Requena donde fue visto por la justicia y regimiento de la Villa. En 1584, se le pagaron doscientos maravedíes a Juan de Buega de Mira por matar una loba en el término de Mira, pero Requena y Mira poseían una obligación recíproca de pagar los lobos cazados en uno y otro término. Mira era un lugar con un pinar importante, con una buena dehesa (la de la Fuencaliente), densa vegetación y muchos ungulados silvestres.

Miguel y Juan Herre de Villamalea mataban lobos por la Derrubiada cabrielina y se les concedió permiso para instalar cepos por cualquier parte que conviniera del término por la “muchedumbre” de lobos que había, realizando pregón público para que los cepos no hicieran daño a algunas personas y animales. La Derrubiada comarcana o la de la Manchuela era una zona propicia para el lobo por estar casi en despoblación total y con pinares y alimentación propicia de corzos y ciervos, además de los ganados que pastaban por estos lares y recorrían la vereda real de trashumantes de La Mancha o San Juan.

Otra zona de caza es la frontera de Requena con el Reino de Valencia (Cortes de Pallás y Hoya de Buñol), donde los loberos solían ser moriscos de Buñol, Yátova y Siete Aguas. En 1603, uno de los lobos fue cazado en el propio mojón con Buñol por Gaspar Daquir, por lo que fue a Requena a cobrallos. Antón Martínez, anotado como del “Reino de Valencia”, en el mismo año, también mató lobos pequeños y grandes en la mojonera valenciano-castellana, lo que se gratificó con unos jugosos 4.624 maravedíes.

Muchos eran moriscos como Ubeit de Gestalgar, Mançaner, Çabali de Buñol, Aquir, Perrín y alguno más de Yátova. La expulsión de los moriscos iniciada en 1612 coincide con los últimos apuntes en los libros de cuentas sobre loberos individualizados que son de 1613. ¿Incidió la expulsión de los cristianos nuevos en la desaparición de cazadores especializados en lobos?

No obstante, también se registran pagos a vecinos locales como Martín García, Julián Sánchez (muy activo), Pedro Domínguez, Julián Olmedo, Juan Corella, Juan Sanmartín, Landete, Gonzalo Zapata o Luis García.

Los lobos continuaron merodeando por la Meseta de Requena-Utiel desde el siglo XVII al XIX. Nuestras propias poblaciones se protegían contra ellos con un curioso urbanismo de callejones o caseríos que se cerraban con puertas o barrios de casas que se disponían en torno a un gran corralón interior cerrado a las alimañas por tapiales y las propias casas, como es perceptible en Fuenterrobles, Venta del Moro o Turquía (la de San Antonio, please). Los ventanucos que daban al exterior eran mínimos para no dar facilidades a las alimañas.

En el siglo XX, prácticamente habían sido exterminados y sólo nuestros abuelos recordaban como sus padres o abuelos les habían contado historias de cuando el lobo paseaba por la comarca

No obstante, teníamos una referencia sobre un último lobo por los años 50 en la zona cercana a Sinarcas. Allí que nos dirigimos Vitorio y un servidor y, con un almuerzo de embutido de orza de por medio en el Bar de Pepe, nos informan de que vayamos hacia Talayuelas donde obtendremos más información. De camino paramos en Casillas de Ranera, donde Julia Hernández a sus 88 años nos narra como en los años 40 del siglo XX, cuando era una mozuela, a su padre los lobos le entraron en una teina de cabras en la Sierra de Talayuelas y le mataron quince o dieciséis animales. Proseguimos a Talayuelas y entramos en un bar donde interrumpimos la cháchara de unas amables parroquianas y, sorpresa, Concepción Sahuquillo de 86 años nos cuenta como en el Collado de la Plata (Aliaguilla) hacia 1950 un lobo le mató a su padre Eladio unas treinta cabras. ¡Otro dato que nos llevaba a la conclusión de que el lobo aún no era tan excepcional en la comarca mitad del siglo XX! Pero aún no teníamos la información sobre el último lobo. Un cordial practicante jubilado (al que conocía Vitorio) nos lleva a conocer a Isabel Ramírez, de 75 años, hija de pastores, quien nos informa que el último lobo lo mataron hacia 1952 entre Henarejos y Garaballa y que fue exhibido y lo vio todo el pueblo.

Así pues, cogemos de nuevo el coche y vamos a Garaballa siguiendo el olor del último lobo, cada vez más cercano, y he aquí que en un bar, como es nuestra costumbre, encontramos a Nicolás Sahuquillo de 78 años que si vio el cadáver del último lobo en el cuartel de la Guardia Civil allá por 1952. Nicolás nos lleva hacia otro testigo de los hechos, Juan, de 82 años, que recuerda como ese último lobo fue cazado a escopeta en el término de Henarejos por renteros de Henares (Garaballa), donde había un hatajo de ovejas. Se cargó entre dos personas en un macho, puesto que era un lobo muy grande, y, como ha quedado dicho, se exhibió en el cuartel de la Guardia Civil. Ya teníamos el último lobo registrado en nuestra zona y uno de los últimos de Cuenca. Misión cumplida.

A partir de la década de los setenta del pasado siglo XX, la nueva conciencia conservacionista, el sangrante despoblamiento rural y el incremento de los ungulados silvestres han acrecentado la tolerancia por parte del hombre hacia el lobo. La expansión del lobo en los finales del siglo XX es sólida y ha abandonado la categoría de especies más amenazadas de España. En 2015, se estima que la población estaba compuesta por unas trescientas manadas, lo que supone unos dos mil ejemplares, concentrados en un 95% entre Castilla-León, Galicia y Asturias.

José Agustín Goytisolo versificaba: “Érase una vez un lobito bueno /al que maltrataban / todos los corderos”. El estimado poeta Rafa Coloma, en una verdadera inversión del cuento, situó a Pinocho seduciendo al lobo feroz, Wendy esnifando a Campanilla y a Caperucita haciendo striptease y Javier Gm, verso libre, lo redondeó cuando escribió: “El lobo tiene dientes de Caperucita / y el cuento / a tomar por saco”.

En el medio está la virtud entre posturas polarizadas integristas pro-lobo y anti-lobo. Ya hay zonas en que se han llegado a acuerdos e incluso la población se beneficia del llamado “turismo del lobo”, como en la Sierra de la Culebra. Ni tan malo, ni tan bueno, en el equilibrio seguramente esté la solución para ambos competidores: el lobo y el hombre.

Conseguida la referencia del último lobo, nos dispusimos a celebrarlo por esa Serranía conquense en esta maravillosa primavera de agua a discreción (río de la Laguna, arroyo Almagrero, río Cuervo y Trabaque) y metiéndonos en Cañete entre pecho y espalda unos manjares cárnicos que para sí hubiera querido el canis lupus. “Que en todos los trabajos se fuma” o eso dicen.

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