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Cuaderno de Campo. La Naturaleza en la Meseta de Requena-Utiel

Javier Armero Iranzo   /   23 de abril de 2019

Avutarda en vuelo, foto de José Ventura.

En esta primavera se está llevando a cabo un censo nacional de avutardas. Se trata de una actualización demográfica del estado de sus poblaciones a escala estatal que coordina la Sociedad Española de Ornitología (SEO).

La avutarda es, sin lugar a dudas, un referente de primer orden en la ornitología ibérica por varias razones: su extraordinario tamaño, no en balde es el ave voladora española que alcanza un mayor peso; su relativa abundancia nacional con respecto al resto de efectivos europeos; y su contrastado papel como especie bioindicadora de los paisajes cerealistas extensivos donde habita.

Ahora es buen momento para salir al campo para detectar a estas tímidas aves, ya que por estas fechas se reúnen en bandos en unos determinados puntos de la estepa agraria y en donde los machos desarrollan un espectacular cortejo nupcial. Pocos comportamientos de celo son tan vistosos en Europa como los que llevan a cabo estos titanes alados con el fin de atraer hacia ellos a las hembras e iniciar el proceso reproductor. Buena oportunidad también para contarlas y ofrecer unas estimas lo más ajustadas posibles de los distintos núcleos poblacionales ibéricos.

En la actualidad, desgraciadamente, la avutarda ya no se distribuye como especie reproductora por la Meseta de Requena-Utiel. De los últimos años apenas se cuenta con una única observación (de Andrés López) de un ejemplar divagante. En concreto de un solitario individuo en los llanos cerealistas de Sinarcas cerca del límite con Talayuelas el 17 de junio de 2016. Ya más antigua es la referencia de un ejemplar atropellado en la carretera de Villargordo del Cabriel a Camporrobles a mediados de los años 90, en el mejor reducto pseudoestepario de la comarca. Todavía más lejana en el tiempo es una cita de dos aves vistas en La Vegana (Utiel) por Alfredo Pérez en los años 60 cuando aquel paraje todavía estaba conformado por cultivos de cereal (hoy en día sobre todo son campos de almendros); quizás unos de los últimos individuos indígenas en la comarca.

Las primeras referencias escritas de la existencia de esta especie en la Meseta de Requena-Utiel datan de 1851 y corresponden a las Investigaciones hidrológicas sobre los manantiales minero-medicinales de la ciudad de Requena en la provincia de Cuenca, de Joaquín Fernández López. En ese trabajo se cita a la avutarda en la jurisdicción, aparte de otras aves propias de ambientes esteparios como la calandria o la codorniz; especies que en la actualidad son muy escasas y de distribución muy restringida.

Las transformaciones agrarias que se han venido realizando en los últimos siglos, pero especialmente durante el XIX, tendentes a la plantación masiva de viñedo en sustitución de extensos terrenos de labor debieron afectar muy negativamente la distribución y la demografía de las avutardas.  Es muy posible que la existencia de esta especie en la comarca llegara ya muy mermada a inicios del XX.

La estepa cerealista de La Manchuela, un paisaje en peligro de desaparición.

Hoy las poblaciones reproductoras más cercanas de la avutarda se encuentran ya al otro lado del río Cabriel, apoco más de veinte kilómetros del límite provincial. Concretamente, todavía sobrevive un grupo de avutardas nidificantes entre los municipios de Villanueva de la Jara y Quintanar del Rey al oeste, de Villagarcía del Llano al Sur, y de Iniesta y Ledaña al este.

Y bien dicho eso de sobrevive ya que su futuro está realmente amenazado por los acusados cambios en los tipos de cultivo que se vienen dando en los últimos años en esta demarcación. Parece que la historia se vuelve a repetir, pero ahora en La Manchuela conquense. Una verdadera pena.

Pocas aves imponen tanto el poderío, la majestuosidad y la elegancia como la avutarda.  Hace ya dos décadas que los miembros de la delegación comarcal en Requena-Utiel de la Societat Valenciana d’Ornitologia conocen esta población de La Manchuela. Se han hecho conteos de individuos en época de cría durante varias temporadas en este intervalo de tiempo y la cifra se ha ido manteniendo en torno a 40. Y más o menos esa cifra, es la que ha salido también este año, aprovechando el citado Censo Nacional de Avutarda, lo que corrobora la fidelidad de la especie año tras año a sus territorios de cortejo y de reproducción. En concreto este año se han podido contabilizar un total de 38 ejemplares. No obstante se sabe de otro grupo, algo más alejado y que seguramente mantiene algún tipo de contacto e intercambio genético con éste, pero que no ha podido ser contabilizado en la presente campaña.

Lamentablemente, la impresión que en los últimos años ya se iba dando de modificación paisajística se ha acentuado una barbaridad a día de hoy. Desde luego la avutarda, en La Manchuela conquense, está en trance de desaparición por pérdida de hábitat adecuado para sus requerimientos ecológicos esenciales. Y tras ella, una completa comunidad ornítica exclusiva de estos ambientes y excepcional desde el punto de vista de la diversidad. Pero empecemos primero con la avutarda, la especie señera por antonomasia de las estepas ibéricas y euroasiáticas.

La avutarda, un titán alado. Foto de José Ventura.

La avutarda es un ave realmente inconfundible. Corpulenta, maciza, de hábitos principalmente terrestre, y grande, muy grande. Los machos llegan a superar incluso los 18 kilogramos de peso; y eso se nota en su característico vuelo batido, lento y costoso. De cuerpo erguido, con patas grandes y poderosas, y cuello bien desarrollado. En el plumaje predominan los colores pardos y ocres, ideales para camuflarse entre los barbechos y terrones de las llanuras agrícolas. Sin embargo, durante estas fechas, llama mucho la atención los tonos blancos inmaculados de las regiones ventrales que exhibe a modo de un reclamo visual bien perceptible desde grandes distancias.

España alberga aproximadamente la mitad de la población mundial de avutardas, según se desprende de la monografía que publicó la SEO en 2005 y que conviene actualizar este año. En concreto, en base a la suma de estimaciones parciales de las diferentes comunidades autónomas, se estableció un contingente reproductor nacional de unos 22.800-24.5000 ejemplares.

Las mayores poblaciones se concentraron en aquel momento en Castilla-León, con unos 10.700 individuos, seguidos por Extremadura con otros 5.500-6.500, y Castilla-La Mancha con 4.750-5.500. El resto de efectivos se distribuía de una manera mucho menos numerosa por otras regiones como Madrid, Andalucía, Aragón y Navarra, siendo ya anecdótica su presencia en Murcia o en la Comunidad Valenciana. En esta última apenas se registraron 4 ejemplares por entonces en el Valle de Ayora, pero que en realidad formaban parte de un grupo mayor que se extendía por los municipios limítrofes de la provincia de Albacete.

En todas estas demarcaciones la avutarda ocupaba, y sigue ocupando, principalmente extensos llanos agrícolas dedicados al cultivo de cereales de secano (trigo, cebada, centeno,…). No obstante también aparece en cultivos de leguminosas, barbechos, pastizales naturales y terrenos abandonados y cubiertos de herbazales. En cualquier caso busca terrenos amplios que le proporcionen tranquilidad frente a injerencias humanas.

Originariamente la especie debió habitar las estepas naturales euroasiáticas, pero sin duda fue favorecida por la secular deforestación de amplias regiones en pro de una cultura agrícola extensiva en la que el cereal tuvo un peso específico fundamental ya desde el Neolítico. Un nuevo paisaje se iba haciendo hueco en la naturaleza de la mano del hombre. Y con él muchas aves, más propias de otros ambientes esteparios, iban colonizando nuevas regiones. Así, lo que hoy conocemos por Castilla La Mancha, por poner un ejemplo bien conocido, no debe parecerse en absoluto al paisaje eminentemente boscoso que encontrarían los romanos hace ya más de dos milenios cuando invadieron la península.

Las avutardas se mueven de aquí para allá en estos ambientes desarbolados consumiendo gran cantidad de brotes tiernos y semillas; y muchos invertebrados en el tiempo en que estamos: grillos, saltamontes y otros insectos de buen tamaño.

Pero quizás lo que más fascina de la conducta de estos formidables animales es su ciclo reproductor, especialmente su vistosa parada nupcial. Aquí en La Manchuela, hacia finales de marzo y sobre todo a principios de abril se concentran todos los machos reproductores de la contornada en una zona muy concreta que los ornitólogos técnicamente denominan lek. Allí año tras año, por lo que se ha podido comprobar, se desarrolla un espectacular comportamiento de celo en que estos machos despliegan todo su plumaje en una exhibición sin parangón, al menos en nuestras latitudes.

El macho se muestra altivo, orgulloso de su plumaje y envergadura, y se muestra a otros individuos con las alas abiertas, la cola erguida y el cuello hinchado. En ocasiones se suceden las persecuciones entre machos, las escaramuzas o incluso lo duelos entre otros soberbios ejemplares. Y todo ello ante la presencia de las hembras, que con un cuerpo claramente menor y un plumaje mucho más modesto esperan el resultado de tan ritualizado comportamiento. Un espectáculo que el naturalista tiene bien anotado en su agenda y que no desea perderse; aunque sea apostado en la lejanía con la ayuda de un telescopio terrestre.

Una vez suceden las cópulas, todo es ya discreción en el mundo de las avutardas. Los machos se desentienden por completo de las hembras, y éstas buscan un lugar oculto en el suelo donde depositar sus huevos (de uno a tres, normalmente). Los pollitos, que nacen tras 3-4 semanas de incubación completarán su desarrollo en compañía de la madre hasta finales del verano o principios del otoño, si son capaces de soportar las durísimas condiciones climatológicas estivales. Normalmente las hembras se dispersan en las inmediaciones de su territorio natal, mientras que los machos suelen dirigirse a zonas más lejanas llegándose a reproducir en otros leks diferentes cuando alcanzan su madurez sexual, a los 4-5 años de edad.

Preciosa la avutarda, y preciosa la zona donde viven. Aquí, en La Manchuela, la primavera se viste con los bellos colores verdes de la siembra recién regada por las lluvias, y que contrasta con los marrones de la tierra repleta de humedad.

Calandria cantando desde el aire. Foto de Iván Moya

Magníficos colores y magníficos sonidos. No hay otra cantinela más bonita que la de la estepa cerealista en primavera. Es un gozo oír cantar y cantar hasta la extenuación a las calandrias, que emiten sus melodiosos trinos en todas direcciones desde el propio cielo, ante la escasez de resaltes en el terreno. No paran las calandrias, otra ave típicamente esteparia pero de evidente menor envergadura y muy diferente en cuanto a estructura corporal. En realidad, la calandria Melanocorypha calandra  es un pájaro; de colores parduzcos, sin apenas referencias distintivas en el diseño de su plumaje. Carencias cromáticas y morfológicas que suple hábilmente con una capacidad sin igual para el canto.

Cerrar los ojos en la campiña conquense, dejar que el aire fresco del mes de abril acaricie la cara, oler a tierra mojada y escuchar a la calandria es poco menos que estar en el paraíso.

Pero hay más reclamos alados en el paisaje y que completarán una gloriosa a jornada de campo. Una pléyade de aves exclusivas de estos ambientes herbáceos esperan a ser identificadas por el curioso naturalista. Sisones Tetrax tetrax, ortegas Pterocles orientalis, gangas Pterocles alchata, alcaravanes Burhinus oedicnemus y codornices Coturnix coturnix constituyen referencias de la mayor importancia en la ornitocenosis de La Manchuela.  Todas ellas aún pueden observarse en los trigales, baldíos y barbechos de esta comarca, a pesar de que se encuentran en franco retroceso demográfico a nivel nacional. A pesar de ello, España contaba en 2005 (último año en que se censaron estas especies para el conjunto del país) con las mayores poblaciones europeas de las tres primeras especies: unos 71. 000-147.000 sisones, 8.000-11.000  gangas y otras 8.500-13.500 ortegas.

La verdad es que es un verdadero lujo poder contar aquí en La Manchuela con este tipo de especies tan sumamente raras en Europa. Y lo mismo ocurre con otra especie ligada a los medios desarbolados y todavía presente en estos municipios del este de la provincia de Cuenca: el cernícalo primilla Falco naumanni. Se trata de un halconcillo que, desde tiempos inmemoriales, viene usando edificios y construcciones humanas para reproducirse. Otra especie que ha salido beneficiada de la compañía del hombre y que ha colonizado amplias zonas cultivadas, donde se alimenta principalmente de grillos y saltamontes que se crían en los campos herbáceos de secano.

Cernícalo primilla en el tejado de una casa de campo.

En esta comarca existen colonias de cría en algunos de sus municipios, especialmente en aquellos en que el paisaje sigue manteniendo amplias zonas de cultivos cerealistas. A modo de ejemplo, y aunque ya han pasado dieciocho años y ya toca hacer una actualización de los muestreos, la SVO en Requena-Utiel estimó una población de 66 parejas en el ámbito territorial de La Manchuela comprendido entre los ríos Júcar y Cabriel, contando por tanto con parte de las provincias de Cuenca y de Albacete, y teniendo como límite más septentrional la autovía A-3. En concreto se encontraron primillas reproductores en los siguientes cascos urbanos de entre un total de 31 (entre paréntesis el número de parejas nidificantes): Villanueva de la Jara (16), Ledaña (6), Villagarcía del Llano (5), Madrigueras (20), Motilleja (5), Mahora (12), Navas de Jorquera (1) y Golosalvo (1).

El cernícalo primilla es una bonita rapaz característica de estos espacios abiertos, pero no la única. También se han podido citar dos aves de presa muy poco conocidas por el paisanaje y que llegan a criar en el suelo: el aguilucho cenizo Circus pygargus y el lagunero Circus aeruginosus.

Las poblaciones ibéricas de sisón acusan un severo declive poblacional. Foto de Iván Moya

Por otro lado, los pinares islas, tan comunes por aquí, diversifican el ambiente estepario acogiendo aves tan interesantes como el ratonero Buteo buteo, el águila calzada Aquila pennata, el azor Accipiter gentilis o el búho chico Asio otus, entre otras. Y, por si fuera poco, las casas de labor y corrales proporcionan el sustrato ideal para que las lechuzas Tyto alba o los mochuelos Athene noctua puedan refugiarse y criar. En fin, una rica comunidad de aves que dan fe de la notable importancia ecológica que tienen estos parajes.

Cuánto valor les otorgan a estos campos. Y qué lástima que sus futuros se vean amenazados por la disminución de este paisaje extensivo tradicional.

Muchas de estas aves se encuentran atravesando un declive poblacional severo en nuestro país. Ya no son tan abundantes como lo eran décadas atrás. Aquí en La Manchuela también se notan esas evidencias. Los cambios en el paisaje son tan acusados que hacen peligrar sus densidades actuales e incluso, para el caso sobretodo de la avutarda, su continuidad en los próximos años.

Nuevos viñedos en La Manchuela conquense

Cada vez más se están plantando más y más viñas. Los emparrados proliferan por doquier. Pero no sólo nuevos viñedos sino que también aparecen por aquí y por allá plantones de almendros e incluso de olivos. La verdad es que de unos años a esta parte el paisaje agrícola no es el mismo. Y claro está, no tiene el mismo atractivo para un tipo de aves que llevaban allí siglos y siglos. Cada vez tienen menos espacio para vivir; es evidente.

Y ello, no es un problema sólo de aquí, sino que es bastante generalizado  por toda la geografía española. Malos tiempos para las aves esteparias; el último bastión de Europa está seriamente amenazado. España, al abrigo de la Política Agraria Comunitaria, está dirigiéndose hacia una agricultura intensiva tendente, únicamente al aumento de la producción, frente a otras directrices basadas en la sostenibilidad ambiental de las tierras agrícolas o en la calidad final del producto. Como consecuencia de ello, y al igual que ocurre por toda Europa, las aves ligadas ancestralmente a los medios de cultivo están disminuyendo rápidamente. Triste panorama.

Al pasear por muchos parajes de La Manchuela conquense, antes ricos en aves esteparias, se confirma el drama: se reducen las hectáreas dedicadas a cultivos de herbáceas y leguminosas en beneficio de cultivos de mayor rentabilidad económica;  se destruyen los linderos entre parcelas (muy importantes como refugio y despensa alimentaria); y se generaliza el uso de productos químicos que afectan notablemente a la producción de artrópodos, fundamentales en la dieta de muchas aves.

Además, apenas se conservan ya los paisajes en mosaico que tanto necesitan todo este tipo de especies, especialmente las avutardas. En estos espacios tradicionales se iban rotando los cultivos y se dejaban todos los años barbechos, de tal manera que las aves encontraban aquí unas condiciones óptimas para poder alimentarse, y especialmente en las épocas más sensibles como son los periodos de crianza en que los pollos necesitan un importante suministro proteico.

Desde luego la reversión del problema es compleja y debe pasar por un análisis en profundidad de la problemática.  Análisis que contemple no sólo la preservación de esos extraordinarios valores naturales como son sus aves sino también la figura del agricultor como artífice de un paisaje singular. Es por ello por lo que debe primar otro modelo de agricultura, auspiciada y sostenida por las administraciones nacionales y europeas, en que no sólo la producción sin más sea el objetivo a conseguir sino también la protección y la preservación de las especies más amenazadas a escala internacional.

Esperemos que esas reflexiones lleguen a tiempo. En cualquier caso ahora toca dar luz y visibilidad a un territorio de extraordinario valor y que hasta ahora no tenido la atención que se merece por parte de las administraciones. Ojalá este texto sirva para ello.

Mientras tanto, avutardas y sisones, ortegas y calandrias, y alcaravanes y primillas reivindican la estepa cerealista conquense una primavera más como lo han venido haciendo sus antepasados durante siglos y siglos.

Una sugerente invitación.

JAVIER ARMERO IRANZO

Gracias a José Ventura, Víctor París e Iván Moya por la cesión de sus magníficas fotografías.

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