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LOS COMBATIVOS REQUENENSES.

Víctor Manuel Galán Tendero.

Entre 1667 y 1686 se interrumpe el relato de las actas municipales, pues no han llegado a nosotros las de aquellos años de graves problemas. Gracias a una referencia hecha en la reunión municipal del 18 de enero de 1691 conocemos los incidentes que terminaron en tumulto.

La Francia de Luis XIV había embestido con fuerza a la España de Carlos II en los Países Bajos del Sur y en el Franco Condado en la guerra de 1673-78. La frontera catalana también acusaba su acometida. El valor de los tercios pertenecía al pasado, y la monarquía se vio abocada a pedir a las exhaustas localidades de Castilla soldados para el frente. Como no se lograron tropas en cantidad y calidad suficiente, se terminó por convertir esta imposición en un pago de dinero, la contribución de milicias.

Aquella solución tampoco fue de gran ayuda, precisamente, y sus débitos se valoraron en más de 7.000 reales. La sobrecarga tributaria y los desajustes monetarios golpeaban con dureza a los castellanos. En otros lugares del imperio español la insurrección había tomado alas, como en la Mesina de 1676.

Antes de la firma de la paz de Nimega el 10 de agosto de 1678 se produjeron los siguientes hechos. La gente del pueblo más modesta, la plebe, salió al campo al toque de campanas a rebato. Era el equivalente al aviso catalán de somatent ante el peligro para todos los vecinos, convocados por las campanas para que acudieran desde donde se encontraran, interrumpiendo sus quehaceres. Se añade que se tocó sin temor a Dios ni al rey, muestra del carácter subversivo del aviso: el arrebato había perdido su carácter oficialista.

Los amotinados a veces se dirigían a la cárcel, en delicado estado, y liberaron a los presos, que no serían simples delincuentes comunes, sino reos de resistencia al pago del tributo, como aconteció bajo el corregidor Antonio Laparra hacia 1683. La justicia popular no validaba su pena de ningún modo.

Representante de la autoridad real, el corregidor debía en consecuencia de sosegar los ánimos, de restablecer el orden. No lo consiguió don Antonio Valcarcer, que fue blanco de la ira popular, atribuyéndole excesos contra el común de las gentes.

Le dieron de puñaladas en la calle, y se refugió en una casa, que quisieron incendiar los amotinados. La salida del Santísimo Sacramento del convento del Carmen evitó tal extremo, calmando las revueltas aguas.

Como en otras muchas localidades de la Castilla del XVII, el tumulto requenense no apuntaba contra el rey, sino contra los excesos de sus servidores. Los regidores y los poderosos locales se mostraron cautelosos, no llevando la contraria a los alzados y favoreciendo su indulto. Gracias al miedo a la agitación se logró no pagar las milicias entre 1684 y 1686, y reclamar no hacerlo a principios de 1691 en nueva guerra contra Francia, pues con menor fundamento otros lugares se habían levantado y hecho armas. A la fiel Requena no se le debía ni podía someter a prueba.

Al maltratado corregidor Valcarcer le aguardaba otra cuchillada. A finales del verano de 1679 fue apartado de su responsabilidad ante las acusaciones del virrey de Valencia de haber desvalijado el correo real, la estafeta. Es muy probable que en el estallido de la protesta tuviera mucha responsabilidad su carencia de tacto y su interpretación expeditiva de las órdenes regias. La mano izquierda era más que necesaria en aquellas circunstancias.

Fuentes.

ARCHIVO MUNICIPAL DE REQUENA, Libro de actas municipales de 1686 a 1695, nº. 3269.

ARCHIVO DE LA CORONA DE ARAGÓN, Consejo de Aragón, Legajos 0581, nº. 067.

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