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EL OBSERVATORIO DEL TEJO / JULIAN SANCHEZ

El pasado miércoles día 18, asistí en Madrid en el teatro Bellas Artes, a la representación teatral Coriolano, tragedia en cinco actos en verso y prosa de William Shakespeare. Dicha representación se realizaba como jornada inaugural de la exposición en Madrid de la LXI extensión del Festival Internacional del Teatro Clásico de Mérida.

La fuente de la obra viene a ser la vida de Coriolano basada en las Vidas paralelas de Plutarco, que Shakespeare leyó en la traducción de Thomas North (1579), hecha sobre la francesa de Jacques Amyot.

Resulta increíble el observar la similitud del comportamiento sociopolítico de la propia colectividad independientemente de la época en que las personas comenzamos a organizar nuestro comportamiento de una forma en la que tratamos de denominar civilización. Una tragedia que fue escrita hacia 1607-1608,  y representada probablemente a principios de 1608 y que guarda extraordinarias similitudes con la sociedad actual que lucha por sobrevivir a una crisis económica y de valores, con todos sus dilemas y significaciones de explotación, corrupción, egolatrismo, envidias, conspiraciones y luchas de poder hasta el exterminio.

En la trama de este drama histórico, se nos presenta a una sociedad en plena crisis de la República romana, asolada por la corrupción de las clases dominantes elevadas a la cúpula del poder merced a la lucha y el sacrificio de la plebe, a quienes enviaron a dejarse la vida en sus luchas por la prevalencia de Roma ante sus más enconados enemigos, especialmente el pueblo volsco cuya cabeza visible era el general Tulo Aufidio, enemigo irreconciliable de Cayo Marcio, quien recibió el sobrenombre de “Coriolano” debido a sus prodigios de valor mostrados en la guerra contra los volscos y más concretamente en la toma de la ciudad de Corioli.

Shakespeare quiere hacernos experimentar la historia concentrando todo el interés en el protagonista, enriqueciendo con muchos detalles el relato plutarquiano y haciendo resaltar dicho carácter en contraste con la multitud, lo que siempre se denominó plebe, cuya estupidez y volubilidad se muestra en contraposición a la cerrazón orgullosa del patricio, lo que le venía a considerarle enormemente impopular, pese a los esfuerzos que en sentido contrario se empecinaban en mostrar Menenio Agripa, su suegro, y Volumnia, su madre, mujer experta en el arte del disimulo y la demagogia, quien trata pertinazmente de persuadir a su hijo a que disimule para conseguir el consulado, aunque para ello deba de arrodillarse ante los patricios plebeyos.

Sin embargo ambos mediadores fracasan cuando al propiciar un encuentro entre las partes, en el que supuestamente Coriolano ha de mendigar los votos de los plebeyos, la altiva actitud del militar los exige a la plebe con una actitud de desafío más que de humildad.

Realmente el talante de las clases no ha venido experimentando modificación alguna a través de los tiempos, únicamente la variación de estatus social de la persona es lo que le hace variar su forma de ser y pensar. Sociedades asoladas por la crisis cuya circunstancia viene producida por la guerra, la corrupción, los desahucios y la ambición de las minorías, pese a que la “Ley Valeria”, promulgada por el Senado romano reconocía la gracia de la exoneración de la deuda a los combatientes plebeyos y sus familias, pero cuya aplicación no llegó a llevarse a cabo como consecuencia de las presiones de los grandes capitalistas romanos, circunstancias éstas que les sobrellevaban a ser pasto de la demagogia y el populismo, estrategia utilizada por los voceros más significativos con intención de intentar escalar los peldaños de elevación social a efectos de, una vez instalados en las influencias del poder olvidarse de su procedencia y de quienes allí les alzaron.

No deviene, si atendemos a los propios antecedentes, muy esperanzador nuestro futuro social, habida cuenta de las escasas diferencias en el comportamiento social que se han venido produciendo desde tiempos de la época plutarquiana (entre los siglos I y II de la era cristiana) hasta nuestros días, cuando una tragedia basada en las circunstancias y comportamientos sociales habituales, podría haberse elaborado, con todos sus puntos y comas, por dramaturgos de dicha época, de la de Shakespeare, o por Antonio Buero Vallejo o Muñoz Molina, pongamos por ejemplo, representando la misma historia con idénticos hechos producidos en cada periodo en cuestión.

Algo hormiguea de forma ancestral en los adentros del comportamiento individual y colectivo que  mueve a la sociedad a actuar con idéntico mimetismo, independientemente de la época en que tenga objeto la realidad social en cuestión, únicamente nos puede hacer variar dicha conducta, tal y como anteriormente ya comenté, la intrínseca superación del propio estatus en su acepción particular, y eso nos hace víctimas y verdugos de la demagogia, la altivez y el egoísmo, actitudes éstas enemigas irreconciliables de los valores básicos del comportamiento social idealizado que conforman la honradez, la igualdad, la fraternidad y la solidaridad.

Para concluir vuelvo a referirme a Arturo Pérez Reverte en una de sus perlas recientes: «Si tenemos a un pueblo analfabeto, y tenemos democracias con pueblos analfabetos que son de baja calidad, un pueblo analfabeto es más manipulable y más prisionero de determinados discursos».

Es la cultura el parámetro trascendente que al final nos hará libres, provocando la capacidad de discernimiento y de erradicación de la manipulación de nuestras ideas y actitudes originadas por la demagogia, la altivez y el egoísmo más pertinaz.

Julián Sánchez

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