LA BITÁCORA //JCPG
Requena (11/07/19)
No hay nada que me alegre en una tormenta veraniega. Será porque llevo tierra en la venas. Estas tormentas de verano siempre estuvieron asociadas a la maldad, a ese Arimán demoníaco que puede arruinar todo un año de trabajo. Los agricultores las temen. Han desarrollado todo tipo de estrategias para poder soslayarlas, para evitar sus nefastas repercusiones en los cultivos.
Arimán era uno de esos seres que representan la maldad en la vieja religión de los mazdeístas del mundo persa. Ahora que el país de los ayatolás empieza de nuevo su carrera nuclear me ha venido este nombre a la cabeza. Desde luego que podría haber hablado de nuestro demonio cristiano, pero la mente tiene estas cosas. El gobierno de Teherán parece poseído por este Arimán, y algunos de su líderes no quisiera encontrármelos ante la luz de un relámpago en medio de una noche de tormenta.
Hubo un tiempo, el tiempo heroico de la comunidad, en que la pequeña sociedad de Los Ruices desplegó todo un sistema de defensa anti-aérea contra el pedrisco, el fenómeno más negativo de las tormentas. Tiempos heroicos sin duda. Antesala de la gran división social. Momentos de unidad, quizás más ficticia que real, pero unidad ante el objetivo común: la defensa de la cosecha.
Los tiempos heroicos, como los de Homero, suelen tener perfiles bastante más diversos y menos puros de lo que pensamos. Pero aún pervivía una atmósfera de colaboración, de comunidad. Este sentimiento, esta mentalidad, había venido solidificada mediante las cooperativas. No conozco un trabajo serio sobre el papel del cooperativismo en el terreno cultural y mental. Me refiero a la construcción de un sentimiento comunitario de tono superior. Sé que se han hecho admirables contribuciones sobre historia del cooperativismo, el devenir de tal o cual institución cooperativo, los problemas que ha atravesado, las vicisitudes y estructura de cada una. Pero un trabajo serio sobre los perfiles de la mentalidad colectiva sigue siendo una asignatura pendiente.
Las mentalidades se labran en el día a día. Eran tiempos en los que existía no sólo una bodega cooperativa para poner en común la vinificación. La bodega poseía un tractor grande para desfondar. Esto no ha pervivido en la actualidad. Aunque sigue existiendo una comunidad que compra azufre y otros productos de destino agrario. Y ahora, como todo el mundo sabe, el viejo corazón comunitario estalló para dar lugar a otra cooperativa, mediante un reguero de dolor y división que puso a prueba a la aldea misma. Fueron tiempos duros, de enemistades, malas palabras, tiempos de zozobra, grises y tormentosos.
Era sonar una sirena, y el grueso de las fuerzas de autodefensas se ponía en marcha. Un auténtico ejército de tractores, con sus cohetes preparados, con sus rampas de lanzamiento ya listas. Era increíble. Un aparato militar dispuesto a defender las cosechas.
Pongamos una tormenta en nuestras vidas. Incluso una con el granizo tan destructor. Es una escuela. La que enseña la fugacidad de las seguridades. La que enseña a los niños la importancia de algunas palabras mágicas, especialmente las que están asociadas a los adverbios de negación. Las que impiden tener cosas, acumular objetos. Las que estimulan el ahorro y evitan el consumo excesivo. Hay aquí, una gran escuela, sí.
En Los Ruices, a 11 de julio de 2019