Requena (20/04/17). LA BITÁCORA-JCPG
El problema de la despoblación parece que se haya descubierto ahora, cuando tiene una larga trayectoria. Algo positivo indica este debate sobre el despoblamiento de los pueblos: hay libros que causan un impacto estimable y poderoso. Este es el caso del de Sergio del Molino. Y también del programa de Évole. Esta realidad es patente, y desde hace tiempo, pero ¿qué queda tras de sí? ¿Hay algún interés por retazos de la cultura de los pequeños núcleos? En otras palabras, ¿se mantendrá algo de la cultura popular aldeana? ¿Se perderá todo? ¿Todo el legado será absorbido y metabolizado por la insaciable cultura y mentalidad urbana, que se ha dotado a sí misma de la exclusiva legitimidad para dirigir los rumbos económicos, políticos y culturales de la sociedad, una vez asimilada la sociedad rural al tradicionalismo y el conservadurismo?
No cabe duda que la operación ha sido maquiavélica. La fuerza combinada del capitalismo, generador de las ideologías afines (liberalismo) o periféricas (marxismo), y la democratización han operado la destrucción de las bases culturales que sustentaban el mundo rural. El capitalismo tenía un interés exclusivamente económico, transformador en la medida en que podía
ser el mundo rural la retaguardia de mano de obra barata para el naciente sector industrial. Las ideologías obreras como el marxismo, surgido de la entrañas del mundo decimonónico occidental en plena transformación industrial, vieron con desconfianza al mundo rural; era símbolo de atraso y apego a tradiciones pre-industriales, y como tales, ajenas al mundo del progreso, identificado evidentemente con las ciudades. El ejemplo que el comunismo soviético y chino lanzaron al mundo consistía esencialmente en el sometimiento del mundo rural a las directrices urbanas, donde reposaba el sentido del progreso. Para los soviéticos o chinos comunistas el interés del campesinado en conseguir la propiedad de la tierra era un peligro de involución; los crímenes cometidos por estos sistemas políticos, con decenas de millones de muertos reposaron en la idea de conseguir un hombre nuevo, desde luego ajeno a lo que representaba el mundo rural. Por cierto que esta idea de construcción de un hombre nuevo les unía al nazismo. El reguero de sangre de estos sistemas es tan conocido que repugna a cualquier ser humano actual amante de la libertad y respetuoso con los demás.
La democracia actual no ha sentido interés en mantener la población rural. Como consecuencia, esto significaría canalizar cuantiosos fondos, apoyos de todo tipo y servicios. El reinado absoluto de la verdad urbana sigue incólume. Por el camino quedan mientras tanto elementos económicos, pueblos enteros y una cultura inmensamente rica. Son las iniciativa individuales las que van apuntalando los pueblos: pequeños negocios turísticos, hosteleros. Pero la gran pregunta es: ¿estamos preparados para perder, quizás para siempre, un inmenso legado cultural? ¿La cultura urbana que hemos creado es tan decisiva, tan extraordinaria que puede aplastar el legado inmemorial de siglos?
En Los Ruices, a 19 de abril de 2017