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LA BITÁCORA DE BRAUDEL / JCPG

Ayer, en esta revista, Julián Sánchez alumbraba un artículo filo-socialdemócrata. Adjudicaba la búsqueda de tales raíces al mismísimo Pablo Iglesias. No entraré en el artículo como tal (tampoco esto es una crítica, ni mucho menos), pero es conveniente que centremos el asunto, porque si no, no vamos a entender nada. La socialdemocracia fue un artilugio germánico (el SPD alemán, con todos sus problemas sigue siendo el gran partido de izquierda europeo; por lo menos hasta que Syriza o Podemos lo desabanquen) surgido en un momento histórico singular. Quiero decir que los complejos ideológicos, las ideas en fin, son muy importantes; pero no se explican por sí mismos; no surgen sin más, comopor generación espontánea. ¿Acaso alguien puede negar que Podemos lo tendrían complicado en un período de prosperidad económica y social? Así, la socialdemocracia nació impulsada por tres grandes fuerzas. Primero, el desapego de la baja burguesía germana y la clase obrera más bienestante al comunismo, que se abría paso con energía en torno a 1900; las ideas madre eran marxistas, pero esto rápidamente empezó a evolucionar, dando lugar a al menos dos grandes tendencias: socialdemocracia y comunismo, aunque hay que subrayar que en planos intermedios se hallaban ideas como las de Rosa Luxemburgo y Karl Liebknedt. Después, surgía en Alemania, un país recientemente unificado (en 1871, en Versalles), dominado por una elite conservadora (los “junkers” prusianos) que ansiaba encauzar el mundo obrero cada vez más numeroso (era la gran potencia industrial europea) hacia una opción menos radical que el recalcitrante comunismo; además, en un país cuyo universo cultural se había vuelto muy dramático, épico diríamos (Nietzsche, Richard Strauss, Wagner), abandonando el optimismo racionalista de Kant y Goette. Y no se puede olvidar que en 1917 triunfó la opción comunista y nació la Unión Soviética, en la que el comunismo, si había tenido algo de ecumenismo, se desembarazó de muchas cosas para embarcarse en un régimen totalitario y negador de los derechos humanos, especialmente durante el estalisnismo.

Precisamente lo que surgió de las cenizas de Hitler en el Berlín asediado y de las bombas sobre Japón fue un mundo bipolar, duramente enfrentado, como la guerra de Corea o Vietnam (por mencionar algunas) demostraron a todos. En estas circunstancias, podría decirse que Europa necesitó la socialdemocracia como régimen intermedio, social, protector, compensador de las desigualdades; las ideas fueron tan sólidas que impregnaron a sector de tipo conservador, como las democracias cristianas belga, italiana y alemana (quizás el mejor exponente el canciller Adenauer). Para evitar la caída en el comunismo, la socialdemocracia.

Pero la apariencia hace tiempo que terminó. 1989 selló el fin de la guerra fría, y con ello de la virtualidad de la socialdemocracia. El sistema liberal económico quiere imperar a toda costa; nada se opone al reinado de los grandes intereses. No lo tiene fácil, porque Asia está llamando a la puerta con fuerza. Los pobres, también.

En el fondo todo es apariencia. Aparentar lo que no se es. Esta es la clave de la política. La publicidad es apariencia y los políticos son seres empeñados en la apariencia. ¿Qué se esconde tras ellos? No lo sabemos hasta que están en el tajo. De Stalin pensaron que era el padre de los pueblos; Kennedy lleva impresa su muerte en su propio mito, pero Vietnam es parte de su legado; algunos quizás creyeron en Franco.

1989 no sólo fue la tumba de la guerra fría. Comenzó una etapa también de crudo individualismo, de culto al individuo. El individualismo más atroz corroe todo. Hasta los partidos, pero en otro sentido. Parece propio del absolutismo más rancio, pero da vergüenza oir hablar a algunos políticos cuando afirman algo así como “Eso es atribución del presidente”, “Es el secretario general el que sabe qué hay que hacer”. El culto a la personalidad no se realiza sólo por la vía de la adoración casi religiosa de Stalin o Hitler. Lo asombroso es que esto se diga, sin rubor, ante las cámaras o los micrófonos y pronunciado por gente de un país democrático. El líder, una vez más el líder: él sabe cómo salir de la crisis; él sabe qué es lo mejor. Y así hasta la extenuación.

La socialdemocracia hace tiempo que murió. Lo que pueda venir a partir de su legado no lo sabemos. Todos queremos lo mejor. Las circunstancias son difíciles y no parece que vayan a ser mucho mejores en el futuro. Vivir de las apariencias, realizar hechizos para resucitar las viejas ideas puede ser relativamente rentable en lo electoral. Pero las circunstancias han cambiado. La globalización se concilia mal con las viejas ideas. Todas tienen que cambiar, porque el mismo liberalismo sólo podrá sobrevivir si se transforma.

Me asombran los líderes que lo tienen todo tan claro. Esos que no dudan. Los que hablan y hablan sin parar. También asustan los líderes que hablan sin decir nada, aquellos de discurso hueco. Pero quizás habría que tener cuidado con los aprendices de líderes que están agazapados, grises siempre y en el futuro quién sabe de qué color. Quizás hay que sospechar, como hacía Lamartine.

En Los Ruices, a 21 de enero de 2014.

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