Cuaderno de Campo. La Naturaleza en la Meseta de Requena-Utiel
Javier Armero Iranzo / 9 de mayo de 2019
Hace apenas unos minutos que me ha llegado otra terrible noticia relacionada con la electrocución de aves en nuestra comarca. Esta vez han sido tres buitres leonados, Gyps fulvus, los que han perecido en un apoyo de conducción eléctrica en el término municipal de Utiel. Parece ser que la descarga ha alcanzado a los tres individuos a la vez al poco de posarse en la cruceta de dicha estructura.
Tres animales más. Una lamentable pérdida que se suma a una larga lista que no parece tener final. Terrorífica epidemia que salpica de muerte no sólo la Meseta de Requena-Utiel, sino todo el territorio nacional.
En lo que llevamos de año son ya casi cincuenta aves las que han sido encontradas al pie de los apoyos en algunos de los muchos tendidos eléctricos que recorren la comarca. Un elevado número que a buen seguro sorprenderá a más de un lector pero que sin duda es muchísimo menor que la cifra real de bajas que se deben estar produciendo en la demarcación. Es realmente una sangría. Una sangría intolerable.
Buitres, águilas y búhos, entre otros animales, terminan su vida entre la maraña de cables y postes que recorren campos y montes en Requena-Utiel. Triste final para unas criaturas magníficas y que otorgan un notable valor a la biodiversidad comarcal.
Unas muertes silenciosas, ya no sólo para las gentes del campo que en sus rutinas diarias no reparan en tan penosas pérdidas sino también para muchos naturalistas, más entretenidos en buscar tal o cual especie que le hace ilusión contemplar.
Hoy han sido tres buitres, y quizás mañana sean cuervos, culebreras, ratoneros o quién sabe qué. El caso es que las muertes continuarán un año tras otro si esto no se remedia. En líneas generales cabe decir que las infraestructuras de conducción eléctrica que existen actualmente en la comarca distan mucho de ser inocuas para las aves. Sucesos como el de estos pobres buitres, desgraciadamente, se continuarán repitiendo si no se acondicionan correctamente tanto torretas, que las aves utilizan como posaderos y oteaderos, como los propios cables conductores, que suponen también una contrastada problemática por colisión contra ellos.
Con este Cuaderno de Campo se inicia una trilogía que durante las próximas semanas tratará de informar y sensibilizar a la población sobre una de las afecciones más serias que sacuden la naturaleza comarcal. El impacto de este tipo de infraestructuras eléctricas sobre las aves de la Meseta de Requena-Utiel, la responsabilidad de los propietarios de las mismas, la normativa y legislación a las que son sometidas y las propuestas de conservación de cara a un futuro inmediato son aspectos que la sociedad actual debe conocer para posicionarse ante una problemática realmente grave a día de hoy. Ojalá hechos tan lamentables y, desgraciadamente tan previsibles, como la muerte de estos buitres no se vuelvan a repetir. Es cuestión de tiempo, pero esperemos que sea el menor posible.
Muerte en las líneas eléctricas. Accidentes que afectan tanto a estorninos o palomas, aves ciertamente abundantes, como a otras mucho más escasas como son las aves rapaces. Incluso para alguna de estas últimas especies suponen la mayor causa de mortalidad a la que se enfrentan. Así, por ejemplo, los diarios de tirada nacional se hacían eco hace apenas unos días de la muerte por electrocución de hasta seis ejemplares diferentes de águila imperial en la provincia de Albacete sólo durante los meses de marzo y abril de este mismo año. Desgraciada noticia que ha trascendido por el trabajo incansable del colectivo de Agentes Medioambientales y asociaciones ecologistas de dicha provincia, como la Sociedad Albacetense de Ornitología. Entidades que se han empeñado en dar visibilidad a un problema que hasta hacía muy poco apenas era conocido por la sociedad.
Seis águilas imperiales en nuestra vecina provincia en apenas dos meses. Sencillamente, brutal. Intolerable. Y no es más que un ejemplo, eso sí cercano a la Meseta de Requena-Utiel, de los muchos que empiezan a conocerse en cada uno de los rincones de la geografía nacional. Es muy complicado que especies con unas tasas de reproducción tan limitadas como las grandes águilas, y en concreto las imperiales, puedan reponerse de las bajas que todos los años sufren por su interacción con las líneas eléctricas.
Para el águila perdicera, la joya de la ornitofauna comarcal, la situación es prácticamente idéntica. Sus principales amenazas son, precisamente, los tendidos eléctricos, donde caen muchos individuos año tras año por la querencia a posarse en lo alto de sus apoyos. Y así le va a la especie. Lleva años con una demografía estancada a nivel nacional y con serios problemas de supervivencia, especialmente en las zonas de dispersión de juveniles y en las poblaciones más periféricas de su área de distribución ibérica.
En Cataluña, por ejemplo, donde la Universidad de Barcelona cuenta con un equipo de seguimiento e investigación sobre esta especie desde hace décadas, se ha podido saber que han perecido electrocutados al menos 92 ejemplares desde 1990 hasta 2016. Cifras insostenibles y que probablemente no sean muy diferentes a las que se dan en la Comunitat Valenciana o en otras regiones con presencia de la especie.
Y aquí va otro dato más, igualmente orientativo, que nos hace temer por el futuro inmediato de esta valiosa especie, emblema de la fauna comarcal, y que en Requena-Utiel concentra una de las poblaciones más importantes del este peninsular. Entre 2010 y 2016 de las 128 águilas perdiceras liberadas en España en el seno del proyecto Life-Bonelli, todas ellas marcadas con transmisores de localización vía satélite, nada menos que una quinta parte murió electrocutada.
Una verdadera barbaridad. Del total de bajas registradas, la electrocución supuso un 42%, siendo el factor de amenaza más determinante de la especie.
Aquí, en la Meseta de Requena-Utiel, este año se está intensificando el esfuerzo en conocer más afondo la problemática de las líneas eléctricas con las aves silvestres. En concreto, los Agentes Medioambientales de la comarca están incrementando las revisiones de líneas eléctricas, detectando la mortalidad de fauna silvestre que ocasionan. Y los datos que van acumulando son realmente alarmantes: en apenas cuatro meses llevan ya 47 aves muertas, contando estos tres últimos buitres.
Hay cientos de kilómetros de tendidos eléctricos en la comarca y desde luego no es nada sencillo localizar a sus presuntas víctimas. Además los terrenos en los que están situados son, generalmente, poco accesibles. Para colmo, el riesgo de que los cadáveres sean desplazados o comidos por otros animales hace que muchísimas veces no haya indicios de las muertes.
Se sabe, por distintos estudios científicos realizados en España y en el extranjero, que la tasa de detectabilidad de los cadáveres en el campo es muy baja y que apenas llega al 25% cuando las personas que los buscan no tienen demasiada experiencia o la cobertura vegetal del suelo es densa. Pero además, se ha podido comprobar que la tasa de desaparición de los cadáveres es muy rápida. Así se ha estimado que entre el 10 y el 70% de los cuerpos ya ha desaparecido al mes de la muerte, llegando hasta casi el 90% a los dos días de la misma si son aves de pequeño tamaño. Aun así, las cifras cosechadas en estos cuatro meses son realmente escalofriantes.
Recientemente, la delegación comarcal de la Societat Valenciana d’Ornitologia ha solicitado al Servicio de Vida Silvestre de la Generalitat Valenciana un informe estadístico sobre la casuística de esta problemática a nivel comarcal. Tras analizarlo se confirma, más si cabe, la gravedad del asunto ya que en los últimos quince años completos, de 2004 a 2018 inclusive, tan sólo aparecen registrados 188 casos de aves electrocutadas y 17 colisionadas. Y se reitera eso de “tan sólo” ya que la incidencia del problema debe ser muchísimo mayor. Simplemente la enorme dificultad de encontrar las víctimas de estos sucesosparece minimizar el problema, incluso a efectos de estadísticas oficiales de ingreso en los centros de recuperación de fauna institucionales.
Si esos datos, por ejemplo de electrocución, se comparan con las cifras obtenidas en estos cuatro primeros meses de 2019 en los que se ha intensificado el muestreo en las líneas eléctricas se podría estimar la gravedad del asunto. Si la tasa de localización permaneciera constante a lo largo del año, que es muy probable que así sea, se alcanzaría al finalizar la temporada nada menos que unas 140 aves; 1.400 en 10 años; y quizás en torno a 2.100 en quince temporadas. Muy lejos por tanto de esas 188 que figuran en los datos oficiales de registro. Más de diez veces más. Y si además tenemos en cuenta lo dicho en lo que respecta a las tasas de detectabilidad y de desaparición de los cuerpos la cifra real toma una dimensión tremenda. Una enorme y silenciosa tragedia; ciertamente desapercibida para la sociedad e incluso para los organismos oficiales.
Lo que sí que puede servir de esa estadística oficial de electrocuciones y colisiones en los tendidos de la Meseta de Requena-Utiel es para saber qué tipos de aves son las más afectadas. Así, en lo que respecta a electrocuciones destacan por encima del resto las aves rapaces diurnas y nocturnas, con 73 y 53 ejemplares involucrados, respectivamente. El resto lo componen en gran medida el grupo de los córvidos, y con menos incidencia estorninos, cigüeñas y palomas.
Llama la atención que son las rapaces las aves más afectadas por esta problemática muy por encima de las demás. Y son precisamente estas aves las más valiosas de cara a su conservación ya que, por su posición en las pirámides tróficas, son necesariamente mucho más escasas que el resto, aspecto que incrementa todavía más la problemática general de estas infraestructuras energéticas.
Entre las distintas especies afectadas predominan, lógicamente, aquellas más abundantes en la comarca como son el ratonero común Buteo buteo con 20 ejemplares y el cernícalo vulgar Falco tinnunculus con 17. Sin embargo merece la pena destacar los casos de electrocuciones de las dos aves más interesantes en la comarca desde el punto de vista de la conservación: el águila real Aquila chrysaetos con 6 individuos, y el águila perdicera Aquila fasciata con 4 aves. Sabiendo que estas cifras están infravaloradas, seguramente en un orden superior a las diez veces por las razones anteriormente explicadas, se comprende que la mortalidad de este tipo de aves tan sumamente escasas es realmente insostenible en el tiempo y que hay que afrontar con celeridad una solución efectiva del problema.
El resto de aves rapaces accidentadas en esos quince años de referencia son las siguientes: culebrera europea Circaetus gallicus con 7 ejemplares; águila calzada Aquila pennata con 4; azor Accipiter gentilis también con 4; gavilán Accipiter nisus con 2; e incluso se cuenta con un ave de cetrería, el ratonero de Harris Parabuteo unicinctus.
Para el caso de las rapaces nocturnas, aparte de un único cárabo Strix aluco, llama poderosamente la atención la concurrencia de casos en una de ellas, el búho real Bubo bubo, que con 52 ejemplares es la especie que acumula mayor número de afecciones del total de las aves. Nada menos que el 27,7% del total general considerado. Su tendencia a utilizar los apoyos eléctricos como atalaya de caza y su enorme envergadura, que facilita el contacto con los distintos elementos eléctricos de la cruceta, hacen que las descargas se ceben con él. Y recordemos, no son 52 búhos reales muertos en quince años (que ya de por sí sería para alarmarse), sino que son 52 búhos reales los que han podido ser encontrados.
Además, al analizar estos listados, salta una sorpresa más cuando se confirma la presencia también en ellos de tres mamíferos: dos ginetas Genetta genetta y una garduña Martes foina. Estos animales, excelentes trepadores, muy posiblemente debieron caer muertos por la descarga producida al intentar capturar de noche algún ave que descansaría en lo alto del apoyo eléctrico. Hay que hacer constar que este tipo de hechos ya han sido documentados en otros estudios y en otras localidades españolas.
En cuanto a colisiones con los cables de las líneas eléctricas apenas se tienen 17 datos en el registro oficial de incidencias en ese periodo de quince años, cuando la afección real ha debido ser muchas veces superior. En este caso la dificultad de encontrar los cadáveres en el campo es todavía más difícil que para el asunto de las electrocuciones, que se concentran en unos puntos mucho más concretos. Muchas veces las aves al caer, malheridas, se desplazan unos pocos metros hacia los laterales buscando protección entre la vegetación y muriendo, habitualmente, fuera de la vista de las personas que transitan por allí o de los Agentes Medioambientales que buscan las posibles incidencias. Una muerte invisible.
La distribución de la casuística por especies es algo similar a la de las electrocuciones. Así siete sucesos corresponden a aves rapaces diurnas (cuatro águilas calzadas, una culebrera, un ratonero y un cernícalo vulgar) y tres a nocturnas (un búho real, un búho chico Asio otus y una lechuza común Tyto alba); tres a zancudas (dos cigüeñas blancas Ciconia ciconia y una garza real Ardea cinerea), dos a palomas domésticas Columba livia domestica y otras dos a paseriformes (un triguero Emberiza calandra y una curruca capirotada Sylvia atricapilla).
Electrocuciones y colisiones contra los cables. Cientos de kilómetros de líneas eléctricas que actúan como verdaderos cepos distribuidos en campos y sierras. Una amenaza evidente de terribles consecuencias.
Nunca se pensó que el transporte energético iba a tener este tipo de daños colaterales sobre la fauna. Cada semana; o mejor dicho, cada día que pasa probablemente algún ave cae víctima de un mal diseño de estas infraestructuras humanas. Y de eso se hablará en el próximo Cuaderno de Campo; de por qué unas líneas son más peligrosas que otras y qué factores condicionan las incidencias en ellas.
Mientras tanto, toca hoy reflexionar sobre un hecho realmente grave cuyos datos expuestos en el presente artículo sobrecogen. Hoy han sido tres buitres. Desgraciadamente, no serán los últimos.
Una sangría intolerable.
JAVIER ARMERO IRANZO
Dedicado a los Agentes Medioambientales de La Meseta de Requena-Utiel por su trabajo en favor de la conservación de la rica naturaleza comarcal. Agradezco, igualmente, la cesión de sus fotografías para ilustrar este artículo.