EL OBSERVATORIO DEL TEJO / JULIÁN SÁNCHEZ
En uno de sus siempre interesantes comentarios en su página “LA BITÁCORA DE BRAUDEL”, el profesor Juan Carlos Pérez alude al teatro de la política a las actitudes de algunos líderes públicos en referencia a la escenificación de los falsos diálogos y componendas mediáticas que últimamente se vienen produciendo por ese enorme escenario que representa la política nacional en todas sus amplias vertientes. Lo significativo del caso viene a ser que la alusión vino a ser hecha por la veterana experiencia de su propio padre, quien ya debe tener el cerebro hecho compostaje de tanta farsa y especulación que le ha llevado a ser testigo en la itinerante butaca del teatro de la vida, y lo digo por propia experiencia.
Es este mismo sentido, sería bueno considerar que a estas horas de la película, la paradoja consistente en que el máximo representante de la burguesía, los recortes, y del delfinato del supuesto máximo expoliador de los recursos públicos de Cataluña, se descuelgue en su institucional mensaje navideño mediante una alocución del siguiente tenor: “El proyecto nacional y el social se han dado la mano y caminan juntos en la voluntad y la ilusión de hacer de Cataluña un gran país”, no puede superarlo ni los más pintorescos melodramas del género “dramático chiflado” – tal y como él mismo denomina – de Pedro Almodóvar.
Siguiendo el orden del melodrama, o la comedia, como ustedes prefieran, no deja de ser chocante el alcanzar a contemplar la vivificada charla llevada a cabo por un estalinista convencido (aún disfrazado a conveniencia de socialdemócrata) como Pablo Iglesias, con el tantas veces proclamado “ogro de la derecha infernal” y “paradigma de la casta más recalcitrante” Mariano Rajoy, departiendo animadamente en los confortables sillones presidenciales de Moncloa, seguramente sobre el sexo de los ángeles, toda vez que tras la susodicha reunión, el telepredicador de la coleta se despachó a su aire, bajo la afirmación de que nunca había existido por su parte, la mínima intención de mostrar la predisposición al menor acuerdo con el actual presidente del gobierno en funciones, en todo lo concerniente al futuro inmediato de la gobernabilidad de nuestro país. O sea, teatro.
Pero lo de Pedro Sánchez ya vino a ser el sumun de la apariencia interpretativa y derrochadora de un tiempo del que los españoles no disponemos, pero ellos aparentemente sí. En consecuencia Sánchez entró en Moncloa expresando por saludo ¡NO!, se sentó diciendo ¡NO!, y se levantó despidiéndose con el tan repetido adverbio ¡NO! Estas aparentaron ser sus únicas expresiones en los veinte minutos escasos en que ambos líderes mantuvieron el contacto institucional, teatralmente orquestado.
Y tras otros veinte minutos de escenificación teatral, donde seguramente con tan amplia dedicación de tiempo y espacio daría tiempo a repasar miles de proyectos, consideraciones y expectativas de futuro para un país que espera ansiosamente conocer la próxima realidad de sus cuitas y temores, el “emergente” Albert Rivera, salió del templo monclovita efectuando la ilusionante manifestación al mundo mediático presente: “A Rajoy y a Sánchez ni investidura, ni pacto, ni Gobierno, ni ministros”. Sí señor, espíritu dialogante es lo que llamo yo a estas actitudes, y luego mentan a Dinamarca.
Teatro, puro teatro, es lo que venimos observando en el espectro político de esta España en la que nos toca vivir, donde unos supuestos líderes comprometen su prestigio y supervivencia en una victoria que luego no se produce y, en lugar a dimitir, miran para otro lado. Teatro es también el tratar de maquillar unas expectativas no conseguidas con la entrega a terceros de un supuesto proyecto social otorgando primacía a la disgregación del estado sobre la conveniencia de su cohesión social. Teatro es igualmente el anunciar ideas regeneracionistas para una sociedad herida en lo moral y en lo institucional para, posteriormente, cuando surge la posibilidad de tratar de aplicarlas, como contrapartida nos salimos del medio sin hacer siquiera un intento para llegar a poder aplicarlas. Teatro, puro y afrentante espectro de panorámica de ficción.
Y las consecuencias son verdaderamente impresionantes. Con un Partido Popular “paralizado” en sus 123 escaños y sin “amigos” aparentes en el fragmentado Congreso. Un PSOE enfrascado en luchas intestinas que el falso liderazgo de un Pedro Sánchez más proclive a la satisfacción de su propia ambición que a liderar un futuro de compromiso con su partido y con España. Un Rivera ausente, y un Pablo Iglesias de quien nadie puede predecir si hoy es comunista, mañana socialdemócrata, pasado separatista y al siguiente componedor de bicicletas, el panorama político español ya no deviene en melodrama, sino que ha adquirido por mérito singular las características propias de “sainete” y, por lo tanto, desconocemos hasta donde va a llegar esto, así como sus consecuencias.
Y mientras tanto Europa alucinando y a la expectativa. La prima de riesgo ascendiendo como el mercurio en el termómetro de un infectado, y las inversiones paralizadas. Por favor, que no hablen de diálogo, simplemente porque dialogar ¿para qué? Dialogar significa conversar, pero también escuchar, asimilar, armonizar, convencer y acordar, entre otras acepciones, pero esto también aparentan desconocerlo nuestros políticos.
Nuestros políticos, en lugar de retórica y convencionalismos maniqueos, seguramente deberían recibir clases de armonía ideológica tal y como se viene practicando en los países nórdicos, a los que, por otra parte, tanto suelen recurrir, pero cuyas características desconocen hasta lo más simple. No se puede ni se debe especular con las expectativas sociales y económicas de un país que arrastra la rémora de poseer uno de los índices de desempleo más vergonzantes del mundo y todo ello sobre la base de unos intereses espurios de quienes únicamente abrigan esperanzas de notoriedad y nombradía personal o partidista, sin tener en cuenta la circunstancia de que ya deviene mucho más que indignante que exista esta burda especulación por parte de quienes nos han llamado a las urnas a la ciudadanía a expresar una voluntad que no piensan tener en cuenta.
Teatro, puro teatro. Representación arrogante sobre las necesidades de un pueblo como el nuestro, cuya historia deja constancia de que nuestro discurrir no ha sido nunca una representación inocua, sino un auténtico drama de características más que singulares y, por el que continuamos experimentando sus consecuencias más tremebundas. Pero, lo más significativo puede ser que dicha representación todavía alcance la previsible apariencia de continuar sine díe. Para hacérselo mirar.
Julián Sánchez