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Requena (21/07/17) LA BITÁCORA /JCPG

Las cepas de Tardana se identifican con una alta producción. En general, proliferaron en las tierras al Norte y Oeste de Los Ruices, aunque el tío Vicente acabó por plantarlas en el tramo desde la rambla de Las Zorras a la aldea, incluyendo el Pedazo de las Ánimas.

A nadie sorprendo si digo que los tiempos están cambiando. Tampoco sorprendo a nadie si afirmo que el paisaje de nuestra tierra está cambiando. Es el sino de nuestra especie: cambiar el paisaje, el físico y el integral de nuestras vidas. Ha sido así, al menos, desde la revolución neolítica. Pero las transformaciones de la globalización son profundas y se empiezan a notar abundantemente. Es una etapa nueva la que la mecanización y el emparrado han inaugurado; pero, como un efecto remolino, se están llevando por delante elementos que han sido cruciales en el universo de las gentes de la Meseta de Requena y Utiel. Los modos de vida se han trabucado, pero también los cultivos.

Después de la guerra civil, en Los Ruices comenzó a despuntar el cultivo de la tardana, una cepa generosa a todos los niveles: apenas produce racimas, que siempre son un engorro a la hora de vendimiar a mano, y echa mucha uva. En su contra, tenía la facilidad para contraer cenicilla, una lacra en aquellos tiempos duros de la postguerra hasta que se dio con el azufre.

Una vez que las grandes ciudades restablecieron mínimamente los marcos de la vida, se generó un mercado de fruta. De Los Ruices salieron durante dos décadas camiones y camiones cargados con uva de tardana destinada a las mesas de Madrid, Bilbao u otras capitales.

Pasados los años, vistos los procesos de cambio producidos en la vida rural de esta tierra, uno puede sorprenderse de los radicales bandazos que la vida proporciona. El ascenso del mercado del cava está produciendo la aniquilación de la superficie dedicada en Los Ruices a Tardana –creo que merece las mayúsculas-, en beneficio del macabeo. Los agoreros, pero con fundamento, aún recuerdan el fiasco final producido con la plantación de cencibel y el estado ruinoso de este cultivo, como apocalíptica advertencia a los que se deciden por el macabeo. Se profiere así un viejo mensaje del campesino acostumbrado a recibir los palos de la naturaleza como de las autoridades: “Cuando todo esté de macabeo, pasará como con el cencibel”. Descaminados o no, la realidad es que el proceso de sustitución se está produciendo.

Una de las transformaciones más significativas ha sido el emparrado, que ha traído aparejado la introducción del riego a goteo; de otra forma, el emparrado quizás sería inviable en tierras que reciben tan poca agua anualmente.
            Habrá quien advierta que la sustitución no sólo afecta a la Tardana, sino también al Bobal. Es verdad, pero, en principio, es la Tardana el eslabón más débil de la viticultura en la comarca, en tanto el Bobal se beneficia de una promoción notable. La Tardana, hay que decirlo, no interesa. Interesa el macabeo, para tener amplias superficies en el papel de las hectáreas de cava.

Sin embargo, la Tardana, al menos en Los Ruices ha desempeñado un papel notabilísimo. Los durísimos tiempos de la postguerra contemplaron la conversión de esta uva en solicitada fruta de mesa. Las chicas jóvenes estaban dedicadas a limpiar los granos malos de cada uva y embalar adecuadamente la fruta. Era una labor que se realizaba en los porches. Una labor femenina, aunque a veces también interviniera algún chico. Y era un trabajo que durante dos décadas ocupaba a las chicas adolescentes de Los Ruices, algunas de Las Monjas, menos de Los Marcos, e incluso otras llegadas de Utiel. Una labor delicada: limpiar y presentar la joya blanca que era la Tardana.

El tío Marcos y la tía Antonia, los renteros de don Pedro, un propietario de la Casilla Caracol, estaban construyéndose su casa junto a la escuela; habían echado aguas, pero el edifico aún no estaba a punto. Los compradores de uva alquilaron el edificio para realizar la labor de limpieza y embalaje. Allí se reunió a cuarenta o cincuenta muchachas que realizaban las tareas. Y allí se sintetizaron las vivencias más cotidianas y vulgares junto a las aspiraciones más significativas de toda juventud.

Los Ruices era un pequeño universo para las jóvenes. Algún resquicio de conexión con el exterior les proporcionaban las fiestas de las aldeas vecinas. En mayo Los Ruices celebraba su fiesta de la Virgen del Milagro, precedida por la de Los Marcos con su San Isidro. Pero en julio la Virgen del Carmen de Las Monjas daba oportunidad para que la gente obtuviera diversión. Por supuesto, la mayoría de los trayectos se hacían a pie, por la red de caminos, antiquísimos que hoy también están en cuestión.

La nueva diosa es el Macabeo. Ha sido entronizada por obra y gracia de la producción de cava. Hoy por hoy, su proceso de conquista parece imparable. Son tantos los años de penuria, las dificultades y estrecheces pasadas por las familias rurales, que el macabeo viene a ser una bendición divina.
            El universo de estas adolescentes se estaba abriendo en los años cincuenta. Pero a la manera de aquel tiempo. Por ejemplo, por alguna razón de tipo familiar o de amistad, en la casa del tío Vicente, un caserón enorme y espléndido en la calle Mayor –que sigue el trayecto del viejo Camino de Iniesta-, se había instalado una chica bellísima, de procedencia venturreña, llamada Conchín. La belleza de esta joven causó sensación entre el público masculino y un coro de pretendientes se cuenta en su nómina. Finalmente, fue un comprador de uva Tardana de Catadau el que obtuvo el beneplácito de la belleza. Esta chica proporcionó a las jóvenes de Los Ruices una nueva aspiración: aprender a coser; pero también conocer la Venta del Moro, que la mayoría no conocían. Hay que decir que entre Venta del Moro y Los Ruices hay hoy 9 kilómetros, una ridiculez, pero la mayoría no habían pisado la urbe venturreña. También debe subrayar que en esta historia Requena pinta poco, pues era Utiel el lugar donde la gente se dirigía a comprar. Entre Los Ruices y Utiel hay unos 8-9 kilómetros a través del Camino de Utiel que se incorpora a la carretera en Los Pelendengues, pero aún después traza un recorrido por atajos hacia la Casa de la Viña. Los propios compradores de uva venían de Utiel, no de Requena; no porque fuesen utielanos, sino porque allí pernoctaban.

La belleza de Conchín y la Tardana. Conchín acompañó a las chicas a Casas de Eufemia, al cine donde ponían “El pescador de coplas”, que permitía lucir las dotes de canto de Juanito Valderrama. Una película de impacto en Los Ruices y en Casas de Eufemia, que todavía muchas personas recuerdan con agrado haberla visto en aquel cine de Casas de Eufemia.

La Tardana concitó entonces muchos acontecimientos. Los compradores adquirían la uva comprando a kilos y a veces a un tanteo por la viña; eran ellos los que ponían vendimiadores, camiones y chicas para arreglar y embalar. Era un desahogo para los agricultores. Y el precio era bueno. Aún recuerda mi padre, un adolescente entonces, cómo un comprador el pagó a mi abuelo Conra 83.000 pesetas, que se dice pronto, en aquellos tiempos. Era buen negocio y por eso la plantación de tardana fue aumentando.

Este pudo ser uno de los primeros camiones que transportaban uva de mesa a las grandes ciudades desde Los Ruices, un Pegaso “Mofletes”, basado en un motor Hispano-Suiza a gasolina. Los conductores descansaban durante el día y aprovechaban la tarde y la noche para transportan la mercancía a su destino. 
            Sin embargo, no se hacía vino con ella. Se destinaba siempre a la mesa. Fue ya en los años 60 cuando en la Cooperativa, un avispado enólogo, comenzó a trabajar con esta uva. El vino, quien lo conozca, es estupendo. Algunos lo denigrarán para elevar el valor de esas plantas foráneas de moda: macabeo, viura, verdejo. Esto es otro vino diferente. Si no que lo pregunten en Freixenet o marcas de este estilo en Cataluña, que lo han utilizado durante décadas para sus cavas.

Pero el tiempo de la Tardana parece acabarse. Quedará un residuo, hasta que una nueva moda o una promoción interesada la recupere otra vez. Es el sino de los tiempos. La Tardana pudo meter en el bolsillo de muchos agricultores un dinero que en los tiempos duros venía bien. Proporcionó trabajo a las jóvenes de la contornada. Dio ocasiones para el flirteo y el amor.

Hoy la casa del tío Marcos y la tía Antonia está ocupada por la Sociedad de Riegos de Los Ruices. Las jóvenes de entonces tienen hoy más de setenta años, pero algunas todavía conservan una memoria extraordinaria de aquel tiempo. Conchín tuvo hdos hijos y vivió en Catadau. Dicen que en una ocasión afirmó: “Hay que venir a Los Ruices a enamorarse”. Ironías del destino: Los Ruices es una aldea hoy amenazada por la oleada de modernidad que significa el culto a la diosa ciudad.

En Los Ruices, 18 de julio de 2017.

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