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Requena(21/11/17).LA HISTORIA EN PÍLDORAS-Ignacio Latorre Zacarés
Leo en uno de mis periódicos de referencia (aún existen) un último informe de la benemérita Cáritas donde indica que el 60% de los parados valencianos y el 40% de los ocupados temporalmente son pobres y que los indicadores van a peor; todo ello a pesar de que nuestro reverendísimo arzobispo valentino y cardenal de procedencia comarcana crea que la cifras de pobreza se exageran, pues no hay tanto menesteroso bajo los puentes (¿!). Para el que lee documentos históricos, la pobreza es un tema recurrente y que aparece en algunas épocas con una intensidad desbordante. Jardiel Poncela decía que cuando se veía a un pobre comer una merluza era señal que uno de los dos estaban muy mal. En la comarca era muy difícil ver a un pobre comiendo una merluza porque aquí sólo llegaba el bacalao y la sardina de cuba (en minúscula).

Lo cierto es que nuestros concejos se preocuparon por la pobreza, a pesar de que gobernaba una oligarquía de familias que estaba en los cargos municipales velando por sus intereses para lo cual llegaron a comprar sus puestos mediante las regidurías perpetuas. Ya les hablé como el Concejo de Requena se esforzaba por conseguir una cobertura médica y farmacéutica suficiente para la población y pagaba a los médicos y boticarios para que atendieran gratis a los pobres. Al doctor Rullo lo contrataron en el tiempo de la peste de 1599 para atender a “pobres y miserables”.

Son muchos los acuerdos municipales en los que se retrata la preocupación por los más necesitados. En 1526, en una reunión del Concejo junto con vecinos pecheros (paganos), se decidió que el agobiante impuesto del servicio real de Carlos V se pagara mediante las sisas (impuestos) a los productos y no por pecho con el fin de no dañar más a viudas y pobres. También en 1528 se ratificó la costumbre antigua de que los regidores y el justicia pudieren perdonar parte de las penas a las personas que ellos vieren, pues la mayor parte recaían en personas pobres. La Pascua de Navidad de 1537 se presentaba dura y con hambre y se ordenó un reparto de cincuenta fanegas de trigo entre los pobres y necesitados (algo así como el “Plácido” de García Berlanga). Siguiendo una costumbre bíblica, en 1545 a los ganados se les prohibió entrar en la viña hasta que la racima fuera aprovechada por los pobres. Una cédula real de 1560 eximió a Utiel del pago de ciertos tributos por el estado de pobreza en que había quedado tras el paso de la peste. Y es que las epidemias a quien más afectaban era a los pobres (la llamada “muerte selectiva”) y por eso los hospitales que se montaban para la ocasión estaban casi íntegramente dedicados a ellos.

En 1536 a los venderos de pan se les amenazó con dar su pan a los “pobres vergonzantes”, pues en la época se diferenciaba entre el pobre de solemnidad que es aquel en el que su estado de carencia le obligaba a mendigar, especialmente en las fiestas y solemnidades (y de ahí el nombre) y los pobres vergonzantes que debido a su estado social no pedían o lo hacían con recato. En mayo de 1592 y ante la falta de trigo, se decidió en Requena la compra en La Mancha del preciado cereal y además conseguir dinero para socorrer a los “pobres vergonzantes” que se estaban muriendo de hambre. Ya en el siglo XIX, el derecho civil certificó la expresión “pobres de solemnidad” como el de los ciudadanos con el derecho a gozar de justicia gratuita.

Necesidad hubo siempre en las sociedades agrarias tradicionales donde la precaria economía agraria sólo aseguraba a una parte importante de la población la mera subsistencia con un nivel alimenticio deficiente. Si había escasez de cereales y alza de precio (vigorizada por la especulación) la mortalidad se incrementaba significativamente porque hambre,

enfermedad y muerte era un triángulo cierto y malvado. Esta subsistencia claramente deficitaria y con un mínimo de aportes calóricos y vitamínicos provocó que en España el ciclo demográfico antiguo, donde el número de nacimientos y muertes estaban equiparados, se superó mucho más tardíamente que en otros países europeos. Los pobres tuvieron que acudir a casi todas las prácticas más deleznables: comer cebada, hierbas, bellotas, raíces malas, alimentos en mal estado y hasta la geofagia, coprofagia y otras cosas horrorosas y lamentables. El concejo bajaba el precio del vino en mal estado para que lo pudieran comprar los pobres.

El concepto de pobreza variaba con el tiempo y así tenemos como en el Catastro del Marqués de la Ensenada de 1752 de Requena sólo consideraban “pobres de solemnidad” a los que tenían una casa o cueva donde recogerse, con el fin de que nadie se escapara de la tributación; pero es fácilmente deducible que entre los ciento quince jornaleros muchos estaban en el límite de la subsistencia. En Requena se computaron once familias pobres de solemnidad que vivían de pedir limosna de puerta en puerta y en la portería del convento. Además, estaban los menores huérfanos de padre y madre que se mantenían como podían. Generalmente, aquella gente que no alcanzaba los noventa reales de vellón eran los considerados pobres. En el mismo Catastro en Utiel declararon treinta pobres de solemnidad; en Villargordo subsistían más que vivían cinco viudas pobres de solemnidad, tres menores y José Baeza que estaba ausente; en Caudete cuatro pobres de solemnidad más otras cuatro viudas y tres menores pobres, aunque al menos todos dormían bajo techo; en Fuenterrobles no habían pobres de solemnidad, aunque sí vecinos con carencias; en Camporrobles así consideran a cuatro viudas y siete hombres y finalmente, en la joya de la corona (léase Venta del Moro), sólo computan a dos pobres hombres que no llegaban a esos noventa reales de vellón.

Las respuestas particulares al Catastro de la Ensenada de Requena, única localidad comarcana donde se conservan, nos permiten adentrarnos en la vida de estos solemnes pobres como Lucas Picazo, impedido, de 35 años con mujer y dos hijos y sin ningún bien; Pablo Ortega de 60 años casado con una mujer veinte años menor y ermitaño de la Ermita de Santa Cruz que mal sustentaba a sus cuatro hijos; Joseph Domingo de 63 años con mujer y una hija y que poco ganaba de su oficio de cubero; Matías Plaza viudo y con una hija vivía en una casa a medio construir y sin habitaciones en Las Peñas; Francisco Toledo, viudo, vivía en una cueva en Las Peñas de 1,80 de ancho por 4,60 de largo; Marcos Real con 66 años también vivía en una cueva pero un poco mayor y gozaba el lujo de poseer cocina; Antonio Álvarez, su mujer y dos alnadas o hijas de segundos matrimonios que vivían de limosna sin ningún bien; Francisco Ramírez Beato de 85 años estaba casado con Simona que tenía ¡35 años menos! y dos hijos y vivían en una casa en la calle Cantero que no llegaba a dos metros de ancho y nueve de largo; Agustín Sánchez Espejo a sus 78 años sólo se tenía a sí mismo; Magdalena Gómez con sus 90 años y Teresa Gómez vivían juntas y sin absolutamente nada; Nicolás Plaza de 78 años vivía con su hija de 46 años en una casa en la plaza del Arrabal que encima tenía cargado un censo para la Iglesia. A estos habría que añadirles cincuenta viudas pobres que se mantenían de limosna, a excepción de algunas que habían colocado a sus hijos como sirvientes.y no sé cuántos menores huérfanos sin bienes.

Este estado de carencia a veces generaba tumultos populares como los “motines del pan” analizados por el historiador utielano-requenense Hortelano que describió como en la tarde del 24 de julio de 1748 un grupo numeroso de requenenses entró en el Ayuntamiento de Requena con garrotes exigiendo la bajada del precio del pan, la cual acordaron los amedrentados regidores y corregidor. El 19 de abril de 1766 se volvieron a revolver como hizo casi toda en España en el llamado “Motín de Esquilache” y los regidores decidieron bajar el pan de dos libras de ocho a siete cuartos por unanimidad (no les quedó otra).

¿Cómo paliar el problema? En algunas ocasiones, personas de creencias fundaban pías memorias como Teresa Hernández al final del siglo XVI que instituyó una para vestir y socorrer pobres. En 1685 fue el corregidor Diamante quien fundó la Hermandad de los Pobres de la Cárcel de Requena y poco después el corregidor Juan Antonio Covillas afirmaba tener a su cargo a todos los pobres de la Villa y alrededores. En 1771 el clérigo Bartolomé Martínez de Cifuentes fundó una obra pía para que a los pobres vergonzantes de Requena se les diera un ducado anual. Y a ellos se les puede sumar el licenciado Olivas o Francisca Iranzo que daba limosna a los “vagantes” que acudieran a la misa que instituyó en los días festivos en la capilla del Hospital. Porque otra institución que luchó contra la pobreza fue el Hospital de Caridad, de Pobres y Juntas de Beneficencia como la de 1838 bien estudiados y aún en trance de profundizar por los agudos Galán y Guzmán. A ello se les suma los diferentes pósitos comarcanos verdaderos graneros comunales a los que se les echaba mano en épocas de sequía y carestía de trigo.

El siglo XIX fue también de mucha pobreza, al menos en Requena donde está muy documentada. La crisis sedera hizo verdaderos estragos a los que se sumó hechos como los impuestos de consumos (que provocó violentas revueltas en Requena, Utiel, Los Corrales y Caudete), los sucesivos cóleras, la Guerra de la Independencia y las carlistas, el Hospital en números rojos o incluso la desamortización, que afectó a verdaderas despensas comunales como la Serratilla y La Rada del Gallego donde obtenían recursos necesarios como pastos, madera, leña, teda, gamones, bellota, caza... Para colmo el pósito estaba finiquitado desde 1837. ¿Qué hacer, pues, cuando no había trigo o su precio era muy elevado?

En 1854 en Requena ven que el cólera se acercaba (y se acercó y fue horroroso) y el estado previo de la población no era satisfactorio, pues los pobres andaban pidiendo de puerta en puerta. Así pues, se acordó atender a las familias pobres y enfermas con el socorro de seis reales diarios a las que tuviesen de cinco individuos en adelante, con cinco reales a las de tres a cinco y con cuatro reales a las de uno a tres miembros. Se recurría a realizar obras públicas como el camino vecinal de El Pontón a Villatoya donde se empleaba a las familias pobres pagándose según se fuera varón, mujer o menor. El ya citado Víctor Galán da para la Requena de 1865 un 34,5% de familias especialmente pobres y un 19% de pobres. Incluso, en 1890 José María López Sáez ofreció establecer coches fúnebres para la conducción de cadáveres al cementerio y a cambio conduciría gratis a los pobres de solemnidad en su último viaje.

Acababa el XIX y la situación estaba bastante mal de forma que la mascarada de Carnaval de 1900 que llevaba por nombre “Arroz con ratas y vino de Requena” se lamentaba con la letanía de. “¡Pobres albañiles, pobres comerciantes, pobres comerciantes, pobres jornaleros! ¡Pobres boticarios, pobres labradores, pobres carreteros, pobres tejedores!”. Todos pobres.

La última fase de pobreza en grandes sectores poblacionales fue la losa de la autarquía franquista que afectó en gran medida a esta comarca (como Pérez García y Paco Arroyo ya han esbozado), con una agricultura regresiva y un número elevado de jornaleros en la miseria, ya que el jornal se equiparó al precio de un pan. Los registros civiles de la época constatan muertes por caquexia que es como decir de pura hambre. Aún nos quedan gentes de esa valerosa generación que lo pasó verdaderamente mal y que con mucho esfuerzo pudo salir adelante (los que lo consiguieron) con la casi única ayuda de sus manos. Esparto, fornilla, caza, carbón, transporte de trigo de estraperlo, todo era válido para salir adelante y se empleaba hasta los niños. Uno desde joven escuchaba en los bares a las gentes que habían pasado por esta penuria y que relataban historias que parecían de la Edad Media (como la de mi suegro) donde sólo había una y escasa comida diaria. Antonio López Haba, carbonero desde niño, recuerda esos tiempos de penuria incluso con algo de nostalgia, lo sintetiza así: “pasar hambre no está mal, pero una cosa que esté bien”. Pero hasta el hambre de posguerra provocó anécdotas como la que recordaba Feliciano Yeves cuando un novel médico acudió a casa de un venturreño que yacía en la cama tras casi una semana sin ingerir nada; el diagnóstico fue de empacho, ante lo cual el convaleciente le espetó “¡Menuda carrera lleva usted!”.

Y aquí acaba esta píldora de poca gracia (si alguna la tuvo), recordando a aquellos “nadies” de Eduardo Galeano, hijos de nadie, dueños de nada, que cuestan menos que la bala que les mata.

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