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LOS COMBATIVOS REQUENENSES./Víctor Manuel Galán Tendero.
Antonio Gala sostuvo que en el siglo XVI España se hizo muy ventanera o especialmente abierta al mundo. Las empresas indianas y las interminables guerras de sus reyes condujeron a muchos de sus habitantes fuera de sus comarcas de origen. El castellano ganó aceptación en la Europa Occidental y una obra tan notable como el Lazarillo se editó por vez primera en Amberes en 1554, además de en Burgos, Alcalá de Henares y Medina del Campo.

Para Claudio Sánchez Albornoz la España forjada en la Reconquista prolongó su carácter guerrero y religioso en la de Carlos V, con consecuencias trágicas para su modernidad. El príncipe nacido en los Países Bajos que fue don Carlos nunca fue un monarca de Castilla al estilo de su abuela doña Isabel, ni tampoco un rey español como su hijo Felipe. La conservación de sus heterogéneos dominios impuso demasiadas guerras a sus súbditos castellanos, que tuvieron que cargar con tributos tan onerosos como el servicio ordinario y extraordinario aprobado en unas Cortes incapaces de arrancarle contrapartidas como las de la Corona de Aragón.

Tras su victoriosa campaña de Túnez, en la que no logró aniquilar al tenaz Barbarroja, Carlos V acometió su tercera guerra contra Francisco I de Francia, otro de sus más pertinaces rivales. En julio de 1536 sus fuerzas atacaron Provenza, pero resultaron rechazadas por una población resistente.

El emperador se encontró entonces en un serio aprieto, ya que ejércitos franceses invadieron en 1537 las puertas de Italia, Saboya y Piamonte, amenazando la posición imperial en la Lombardía.

Carlos necesitaba urgentemente tropas, más allá de los medios más corrientes de enrolamiento de fuerzas mercenarias, el fundamento de los ejércitos de casi todos los reyes europeos del XVI. Se dirigió a las autoridades de Castilla para que alzaran compañías bajo capitanes de condición hidalga, cuyos servicios serían convenientemente remunerados.

Bajo Carlos V se terminó de perfilar el ejército nacido de la guerra de Granada y de las campañas italianas del Gran Capitán, el de los Tercios o de formaciones que combinaban las armas blancas y de fuego. En 1525, ya librada la batalla de Pavía, se configuró completamente el sistema de capitanías y en 1536 se estipuló que las compañías de los ahora bautizados Tercios se compusieran de soldados de la misma procedencia nacional, impidiendo la mezcla de alemanes y españoles de imprecisos resultados en el campo de batalla.

El mando de cada compañía se confiaría a personas de prestigio entre sus vecinos, tanto por su posición social como por sus dotes. El 15 de octubre de 1537 se decidió que don Pedro de la Cárcel dirigiera la compañía de veinticinco soldados levantada por Requena. Lucharían por el emperador bajo la bandera de nuestra entonces villa. La experiencia de la hueste municipal del Medievo no solo sería de interés para la formación de un ejército interno castellano atento a la defensa, sino también para las operaciones ofensivas del externo tras la selección de personal oportuna.

Sobre esta selección no estamos bien informados para la Requena del César Carlos y no sabemos si los soldados serían las víctimas de una elección intencionada, como la de los Tercios Provinciales del siglo XVII, que endosaría el fardo del servicio militar a pobres diablos carentes de interés por marchar de su tierra natal. No siempre los castellanos resultaron ser aquellos hombres errantes prestos a correr mundo, ni sus soldados carecieron de la tentación de desertar.

El alzado de la compañía de Requena se inscribió en las del marquesado de Villena, nombre de la vecina gobernación real, incorporada a la corona en 1480, con la que los requenenses mantuvieron una relación estrecha, pese a disponer de su corregimiento junto a Utiel. Su participación militar en aquella circunscripción obedeció a la protección de la frontera con el reino de Valencia, con importantes comunidades moriscas, y a la del litoral del castellano reino de Murcia, en el que Cartagena ganaba importancia.

En 1538 Carlos V y Francisco I firmaron la tregua de Niza, pero los requenenses prosiguieron sirviendo al emperador con sus haciendas y vidas durante muchos años más.

Fuentes.

                ARCHIVO HISTÓRICO MUNICIPAL DE REQUENA. Libro de actas municipales de 1535-46, nº. 2896.

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