LA BITÁCORA /JCPG
Cada día regresaban de injertar, rozar hierba y las dedicaciones propias del tiempo primaveral en las viñas. Un mulo, con un carro enganchado. Si no me falla la memoria, el carro era una plataforma metálica, un remedo de lo que en un tiempo se pondría de moda para vendimiar y sacar la uva desde dentro de la viña al remolque. Creo que no me ha explicado bien: se utilizaban estos carros tirados por el tractor, pero transportaban cuévanos llenos de uva; preferentemente surgieron para las vendimias en que la lluvia estropeaba la campaña; era un medio para evitar atascar, pero, por el contrario, incrementaba el trabajo y hacía la vendimia más laboriosa y costosa. Incluso mi padre conserva uno de estos carros, aunque no lo utilizó durante mucho tiempo. El carro de Ángel, Montesinos, era una especie similar. Yo le veía llegar diariamente, con la paciencia del hombre ajeno al mundo del tractor, despacio y sin prisas.
Los tiempos del macho no eran adecuados para las prisas. Pero en aquellos años el pueblo estaba lleno de tractores. Al final, creo no errar si digo que el último macho fue el de Sidro, un anciano solterón, tan celoso de sus bienes y tan tacaño que se cuentan historia sobre el dinero que guardaba entre colchones.
Es curioso que estos recuerdos me asalten mientras estoy preparando un pequeño trabajo sobre cuestiones de inteligencia. Inteligencia. Inteligencias. Singulares y plurales. El ser humano recurre a los plurales cuando es incapaz de comprender la realidad. Es un recurso ideal para reconocer la variedad, aunque se desconozca el proceso de generación de la variedad y su mismo funcionamiento interior.
Cuando se piensa en la inteligencia, la cuestión abierta es la de siempre. ¿Dónde residen? ¿En el intelectualismo? ¿En la acción cotidiana? Ángel y Sidro apenas fueron a la escuela, si es que fueron a lo largo de su vida, porque lo lógico es que tempranamente sus padres les impulsaran a trabajar en el campo. Así eran las cosas en aquellos tiempos. No pudieron subirse al carro de la nueva tecnología; quizás simplemente abdicaron de un esfuerzo que creyeron que no eran para ellos. Serían los hijos de Ángel los que sí caminaron por el trayecto de la modernización. Sidro murió trabajando con su macho.
¿Cómo se crea el campo de cultivo adecuado para que los seres humanos utilicen la tecnología? ¿Es únicamente la necesidad es factor que influye en la adopción de los avances tecnológicos? ¿Fue la compra del 515 simplemente el reflejo de una mente abierta, joven y atenta a la modernidad? Me temo que no soy el primero en hacerme estas preguntas, pero estos interrogantes me están planteando hoy cierto debate interno sobre la validez de la enseñanza que hoy se ofrece en nuestras aulas.
Mientras doy una clase de historia sobre los desdichados esclavos negros que los portugueses trasladaron a América, me pregunto si Nuria, que están pinchándole con el boli a Pau, está realmente aprovechando el trabajo que está haciendo. Puedo cabrearme y soltarle la bronca de inmediato, pero me temo que a Pau no le disgusta que le preste atención, aunque sea al coste de rayarle algo el pantalón e incluso que su madre le riña al llegar a casa. Me pregunto: ¿realmente es tan valioso lo que hago cada día? ¿Servirá de algo que intente profundizar en una lectura del diario del capitán negrero? ¿Percibirán las ansias de los autores del texto portugués de 2000 por exculpar a sus antepasados del gigantesco crimen de la trata?
Ha dicho Savater que la educación tiene que formar ciudadanos, no empleados. Con enorme razón, ha repetido algo que es ya viejo entre los que defendemos un sistema educativo que no olvide los valores del pensamiento y la libertad. En otras palabras, cultivar la inteligencia, nutrirla.
Lo cierto es que, bajo el sol, con los imperativos naturales al acecho, con los factores que comúnmente agrupamos bajo el término de mercado, las cosas se ven bajo otro punto de vista, y la propia inteligencia ha de ejercerse con otros modos. Los chicos que tenemos en los institutos nada saben de esto, no lo conocen, viven ajenos a estos imperativos. Quizás tienen conciencia del influjo de ciertos factores como los mencionamos, en la vida familiar, pero poco más.
¿Acaso no hay inteligencia en nuestros pueblos, volcados por entero en aplicar las nuevas tecnologías al cultivo de la viña? ¿No se ha arañado ya mucho hasta conseguir la nuevas máquinas que han liberado a nuestros agricultores de la esclavitud de la azada? Aquí también hay mucha inteligencia. Cuando veo a mis vecinos de Los Ruices desplegar el tremendo arsenal tecnológico que han ido acumulando, cuando los veo salir al trabajo, temprano, quizás más temprano que otros, cuando los veo tostarse ante el sol inclemente, caigo en la cuenta: es un arsenal inmenso de inteligencia el que se almacena en este pueblo.
Bajo el sol se piensa, se habla y se sueña de diferente forma. Como dijo el recientemente fallecido Manuel Alcántara, “¡Qué quieta se está España bajo el cielo!” [En La mitad del tiempo, editorial Doncel, Madrid, 1972, p. 127]. Un brindis por él.
En Los Ruices, a 29 de mayo de 2019.