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EL OBSERVATORIO DEL TEJO / JULIÁN SÁNCHEZ

Mi admirado Juan Carlos Pérez en su columna semanal del pasado jueves, puntualiza un artículo mío en referencia a mi personal apreciación del intento de ocupación del espacio socialdemócrata por parte de algunas formaciones políticas al uso. Sin entrar de pleno en el análisis de mi intención, sí que viene a efectuar una serie de especificaciones sobre las cuales, estando en principio de acuerdo en el fondo de las mismas, me voy a permitir discrepar en lo referente a diversos matices ideológicos los cuales estimo han sido tratados, a mi juicio, de forma un tanto subjetiva o discrecional.

Juan Carlos, con su maestría de siempre hace en dicha columna una puntual referencia histórica de los razonamientos que movieron a la aparición de la socialdemocracia en Europa, pero que, a mi juicio en cuanto abandona el plano histórico con el objetivo de dar paso al de la opinión, la cosa se puede prestar a distintas interpretaciones, o idea de conceptos divergentes.

A mi juicio, y dicho con todo respeto a la opinión de Juan Carlos, en referencia a la interpretación del origen y desarrollo de la socialdemocracia en Europa, habría que estudiar el pensamiento de los ideólogos socialistas más representativos de inicios del siglo XIX, origen del fundamento del movimiento: En Inglaterra Robert Owen y en Francia, Henri de Saint-SimonCharles Fourier y Louis Blanc, además de la vida y milagros del conocido “padre” de la socialdemocracia, el berlinés Eduard Bernstein (fundador de la teoría evolucionista del socialismo mediante la acción política y sindical), entre otros.

Con el objetivo de obtener perfecto convencimiento de que la socialdemocracia vino a ser una filosofía política mucho más transcendente que un simple  “artilugio germánico”, más bien habría que considerar mejor la idea de que, bajo esta perspectiva, el siglo XIX viene a ser el periodo de la historia en el que las controversias existen entre el liberalismo como fuente del capitalismo y el socialismo y, en consecuencia, encuentran un campo de debate propicio para el tratamiento del carácter de la propiedad, la democracia y el Estado. En consecuencia la cuna de la socialdemocracia es cierto que se encuentra en Europa Central, donde Alemania destaca como país pionero en la promoción de esta ideología, habida cuenta que el Partido Obrero Socialdemócrata Alemán (1869) fue la primera formación que abrigó esta tendencia. No obstante, también figuran partidos políticos socialdemócratas surgidos a finales del siglo XIX en países del Este y Norte de Europa, tales como vienen a ser  los de Dinamarca (1878), Bélgica (1885), Noruega (1887), Austria (1889), Suecia (1889), Hungría (1890), Polonia (1892), Bulgaria (1893), Rumania (1893), Holanda (1894) y Rusia (1898).

Bajo éstas perspectivas, la socialdemocracia se presenta como una corriente socialista que basa su fundamentación en la participación política, en la democracia parlamentaria y en el estado, los instrumentos que junto con la protesta, la huelga y la movilización obrera, serán parte de la estrategia a seguir a efectos de lograr proyectar el socialismo.

Esta vino a ser la forma mediante la cual la socialdemocracia llegó a esos postulados teniendo como antecedente a los pensadores socialistas de la primera mitad del siglo XIX, cuya principal diferencia radica en el rol que se otorga a la participación política, a la democracia y al propio Estado.

Por intentar resumir la filosofía de los avances ofrecidos por la socialdemocracia en referencia a su evolución social, habida cuenta que esto únicamente abriga la pretensión de ser un artículo de opinión, no una tesis doctoral, sería conveniente considerar la idea de que el partido socialista-socialdemócrata promovido por la Segunda Internacional tenía una íntima conexión con el movimiento obrero y una clara vocación de domesticación y superación del capitalismo dentro de las naciones, constituyéndose  en calidad de una institución orientada a la organización social con demandas al Estado y con el propósito de reordenación social por medio de los instrumentos de aquel.

En sus principios y durante décadas ese partido en alianza con sindicatos de clase se organizó e hizo sus demandas de condiciones de trabajo, pensiones, servicios públicos, sufragio, asociación desde la oposición extraparlamentaria o minoritaria en los órganos de representación. En las décadas posteriores alcanzó los gobiernos. Después su programa se convirtió en programa de gobierno también para los otros partidos, desde la democracia cristiana hasta el eurocomunismo que abominaron de las rigideces y el fracaso del comunismo tradicional, abrigando en consecuencia el consenso socialdemócrata.

Frente a esta cadena de logros sociales se antepone el neoliberalismo, que viene a ser el sistema capitalista de siempre que preconiza la reducción del papel del estado a un nivel secundario, la privatización de los servicios públicos, la desregulación de los mercados, así como la desaparición de la imposición fiscal y su redistribución para la construcción del Estado de Bienestar.

En consecuencia, si la socialdemocracia es enterrada ¿Qué proyecto sociopolítico y económico nos queda a la sociedad para contraponer a los postulados neoliberales? ¿El comunismo?

Esto es lo que verdaderamente desean los actuales defensores del neoliberalismo a ultranza, el combatir en un campo que ha demostrado su incapacidad de subsistir y su fracaso político y económico puesto en evidencia tras la caída del muro de Berlín y actualmente tras los periplos que podemos contemplar en Hispanoamérica. El liberalismo, que nunca ha podido superar los postulados sociales acaecidos desde la socialdemocracia, se encuentra mucho más cómodo rebatiendo las viejas ideas leninistas o trotskistas que propiciando programas que ofrezcan las mínimas garantías a la ingente masa social víctima de la crisis latente, de alcanzar lo más mínimo que en su día llegó a ofrecer la realidad de un Estado de Bienestar legítimamente conquistado a través de muchos años de lucha y acción socialdemócrata.

El neoliberalismo siempre ha abrigado la pretensión de evitar la organización de la sociedad mediante la atomización del individuo en la colectividad, así como ejercer su influencia para propiciar la pérdida de los fundamentos necesarios para reorganizar la sociedad con otros principios organizativos. El socialismo democrático, hoy más que nunca, debe seguir  vigente para contrarrestar esa maraña de intento de  exclusión social que no habrá de desembocar más que en más miseria, más paro y más impotencia. Lo que de Asia nos llega no viene a ser nada alentador al respecto, con profusas empresas hacinando trabajadores/as en sus dependencias obligados a realizar una jornada laboral de más de 16 horas sin apenas tiempo para mal comer con un salario diario de apenas tres euros y donde los derechos sociales son un mero espejismo.

No, la  socialdemocracia no ha muerto y, en consecuencia, debe quedarle mucha vida y recorrido, más bien ha sido vejada, afligida, flagelada, violada y abandonada como un trasto viejo en un callejón oscuro, precisamente por quienes en España y en Europa sacaban pecho presumiendo de sus principios y sus fundamentos, pero que posteriormente se avinieron a defenestrar abrazando sin sonrojo ni vergüenza los conceptos neoliberales cuya derivación vino a ser el lanzarnos de bruces hacia una crisis cuyas consecuencias han venido siendo nefastas para la gran mayoría de nuestras sociedades. Ahora viene a aparecer el intento de ser recuperada por quienes no buscan en ella más que una vía para llevar a cabo la consecución de sus espurios intereses. Unos y otros, los acomodaticios y los supuestos rescatadores, organizan reuniones contubernistas tratando de aparentar lo que no han sido, lo que no son y lo que nunca van a ser. Pero, eso sí, Juan Carlos Pérez en esto si que tiene toda la razón, estos son tiempos de apariencias y, para algunos lo importante es el aparentar, lo que uno sea o conciba  no tiene la menor importancia, es la apariencia lo que se lleva y si para seguir en candelero y ordeñando la escuálida vaca es necesario aparentar, se aparenta todo lo que haya que hacerlo y de todo lo demás la culpable viene a ser  únicamente la puñetera crisis que ha venido a traernos Dios sabe quién.

 

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