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                      EL OBSERVATORIO DEL TEJO
                Recuerdo que en la tarde-noche del 23 de febrero de 1981, tras haberse confirmado el intento de golpe de estado por parte de militares rebeldes, nos reunimos en la Plaza de España un puñado de personas de afinidad política y democrática con intención de poner en claro la situación y el panorama que podría depararnos el futuro ante la terrible circunstancia que se producía.

Recuerdo que junto a mí persona concurrían Jesús Sáez, Miguel González, Paco Piqueras y Lázaro Gabriel Pareja, los cuatro primeros militantes del Partido Socialista Obrero Español y Pareja del Partido Comunista de España; Paco y Gabriel concejales en ejercicio en nuestro Ayuntamiento.

Durante nuestra conversación, la beligerancia de mis escasos treinta años me lanzó a protestar y maldecir la circunstancia del porqué, en nuestro país nos resultaba tan difícil el poder acceder a condiciones normales de libertad y convivencia democrática, tal y como veíamos que se producía con tan constatable normalidad en la mayoría de los países de nuestro entorno. Me contestó el más veterano de todos, el entonces presidente del PSOE requenense Jesús Sáez Roda, persona entrañable quien había experimentado muy duramente en el seno de su propia familia las injusticas de nuestra pasada guerra civil. Jesús me dijo: “Mira Julián, no te calientes. El destino de España siempre ha estado ligado al sometimiento bajo la bota del fascista o al capricho despótico del caudillo o cacique de turno”. A esta afirmación yo le contesté: “Yo le prometo a usted que durante toda mi vida estaré siempre al lado de la libertad y de la democracia y frente a quienes traten de someterlas”.

Que gran sapiencia la de Jesús y que terrible maldición impelemos los españoles, la cual trasmitimos como un estigma a quienes de nosotros proceden. El pertinaz acoso hacia nuestros derechos y libertades que nos corresponden intrínsecamente, simplemente por el hecho ser personas, y que desde tiempos del feudalismo se producen sobre nuestra masa social ya merece ser considerado como algo a erradicar tajantemente de una vez por todas, venga disfrazado de la forma que venga. Si se intuye, se suprime y se deja fuera de una vez de nuestra vida y convivencia.

La detención el pasado jueves del alcalde mayor de Caracas y líder opositor venezolano Antonio Ledezma, mandatario electo en ejercicio de su cargo, ha conmocionado todos los estamentos democráticos del contexto mundial. El Secretario General de la Organización de Estados Americanos (OEA) José Miguel Insulza, instó a las autoridades venezolanas a “detener la realización de unos hechos los cuales van a conducir indefectiblemente hacia una espiral de polarización”.

Otras muchas personalidades han salido al paso del burdo montaje, entre ellas José Miguel Vivanco, Director para las américas de la organización no gubernamental Human Rights Watch (HRW) quien realizó una declaración pública bajo el siguiente tenor: «No existe evidencia de la comisión de un delito. El alcalde nunca debió haber sido detenido y debería ser inmediatamente liberado. De lo contrario, estaremos ante un nuevo caso de detención arbitraria contra opositores, en un país donde no hay independencia judicial”.

Jesús Torrealba, secretario ejecutivo de la Mesa de la Unidad Democrática (MUD), coalición que agrupa a partidos opositores en Venezuela, aseguró en rueda de prensa que el Gobierno de Maduro “Optó por el atajo, por la violencia, en su intento de ilegalizar a la oposición democrática». Y el exmandatario de Chile, Sebastián Piñera se pronunció igualmente manifestando que «Esta detención, ilegal y abusiva, confirma múltiples atentados a las libertades, a la democracia y a los derechos humanos por parte del gobierno del presidente Maduro«.

Nada nuevo en el frente, si recordamos que hace apenas un año se encuentra detenido y encarcelado por similares circunstancias el también opositor Leopoldo López, a quien inclusive se le pretendió secuestrar hasta en la propia cárcel y hasta su propia familia ha denunciado en varias ocasiones «torturas» contra él y contra otros dirigentes opositores recluidos en Ramo Verde con intención de «derrumbarlos psicológicamente”.

Los motivos alegados siempre han venido a ser los mismos: “Conspiración para un golpe de estado”. El propio dictador Maduro justificó la detención bajo el siguiente comunicado : “El señor Ledezma, Antonio Ledezma, que el día de hoy por orden de la Fiscalía fue capturado y va a ser procesado por la justicia venezolana para que responda por todos los delitos cometidos contra la paz del país, la seguridad y la Constitución». O sea que la orden de detención no la dicta un juez, según Maduro, sino el propio fiscal dependiente del gobierno.

Las dictaduras, independientemente del color que se les considere, siempre atesoran idénticos métodos y fundamentos, los extremos siempre coinciden sobre el mismo punto y los dictadores siempre justifican sus actos bajo los mismos pronunciamientos. Durante el franquismo en España a quien disentía se le denominaba “comunista” y bajo ésta común denominación se acumulaban toda clase de acusaciones, desde la sedición hasta el asesinato, por lo que a quien encausaban por disentir, se le abrían ante sí toda una amalgama de posibilidades que podrían acarrearle una condena impredecible.

Lo cierto viene a ser la circunstancia de que una de dos, o nos plantamos ante este avasallamiento de derechos fundamentales y libertades de las personas, o corremos el riesgo de vernos en cualquier momento sometidos al mismo trato que cualquier opositor o persona que llegue a ser acusado de lo que le venga en gana por parte del dictador de turno.

Ya no valen mandangas ni frivolidades, ni siquiera el mirar hacia otra parte, los derechos humanos no pueden ser violentados al capricho y voluntad del arrebatado de turno que pueda sentirse amenazado en sus privilegios o exenciones. La libertad y derechos de cada persona o grupo no pueden ser socavados ni un solo día más en pleno siglo XXI y si los estados e instituciones internacionales de constitución democrática lo consentimos estamos siendo cómplices de esta práctica e intolerable forma de esclavitud.

No se puede dejar pasar más todo esto, simplemente porque se traten de estados donde existan intereses empresariales y gubernamentales subjetivos que puedan peligrar, la democracia y la libertad deben prevalecer siempre por encima de cualquier interés intangible, o caso contrario, corremos el peligro de que los valores que sustancian nuestras constituciones democráticas vayan a quedar reducidos a la consideración propia de basura.

No puede haber justicia sin libertad, ni tampoco libertad sin democracia. La dictadura se constituye como un aparato opresor que niega sistemáticamente los derechos básicos del ser humano, tanto a nivel individual como en forma colectiva. Es lo mismo el color que presente su concepción ideologica, al final no supone más que la prevalencia de la voluntad despótica de una minoría sobre el derecho de cada cual a elegir su propio medio de vida y destino, así como proteger su capacidad de crear, expresarse y disponer. En consecuencia, todo aquél que preste justificación a cualquier forma dictatorial sobre la base de que la misma pueda ajustarse a su personal modo de pensar, está justificando igualmente la posibilidad de que, en cualquier momento, puede ser él mismo víctima de otra actitud igual, pero de signo contrario, que llegue a actuar sobre su propia persona y la de los suyos.

El antídoto no viene a ser otro si no la exigencia generalizada del respeto a los derechos humanos individuales y colectivos y, esta circunstancia no entiende de colores ni situaciones, se respetan y basta, puesto que si no lo hacemos así, simplemente porque podamos pensar que quien reprime es de los “nuestros”, puede hacerse buena la máxima de aquel dicho popular que indica “aquel que en algún momento no tenga, que se siente y espere”.

Julián Sánchez

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