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Requena (22/06/17). LA BITÁCORA/JCPG

Si caminas hacia la Venta del Moro, siguiendo el antiquísimo camino de Inesta, te dejas a tu derecha la bodega de los Viticultores de Los Ruices. Un poco más adelante está el barrio del Pinar. Estamos saliendo de Los Ruices. Este viejo camino es paralelo a la carretera de la Venta. Andamos entre viñas, entre unas cepas que empiezan a alcanzar todo su esplendor, en medio de una ola de calor. Dicen que la ola de calor más grande de todos los tiempos. No creo mucho en estas cosas, sobre todo porque los medios de comunicación nos sacan todos los días tormentas y otros acontecimientos meteorológicos que hemos contemplado siempre por nuestra tierra. Pero, no hay duda, hace una calor sofocante.

Tenemos que llegar al barranco de Las Zorras. El nombre “Las Zorras” lleva tantos siglos para el barranco que debería hacernos reflexionar sobre lo que pisamos: una tierra venerable, tan antigua que marca el terreno durante mucho tiempo. Estando a la altura del Charquillo, con el barranco a nuestra izquierda, podemos contemplar el panorama. El imperio de las viñas. Hoy toto emparrado. Antes de llegar al Cerro del Muerto y el Cerro de Misa. Algún tractor tirando azufre. Es lo que lleva la época, antes de que las cepas ciernan. Y al otro lado del barranco, pasando el vado histórico del Camino de Iniesta sobre el barranco, la Casilla Caracol.

En tiempos, la Casilla, como la llamamos familiarmente los de Los Ruices, tenía 4 fincas agrícolas. La primera era la de María Pi, una señora señorita, tacaña como ella sola; la de unos familiares suyos que no sé cómo se llamaban; la José María Viana, que fue alcalde de Requena durante algunos años, un hombre seco como un palo; y la de don Pedro, el señorito del tío Marcos. La proverbial tacañería de María Pi llegaba al extremo de negarse a pagar las llamadas telefónicas que realizaba a Requena; entonces eran 3 pesetas; las recriminaciones de mi abuelo para que pagara eran seguidas del curioso comentario: el teléfono lo habían puesto para que la gente hablara. Según parece, la Compañía Telefónica Nacional de España había puesto el teléfono en Los Ruices para que la gente hablara, sin más. Para qué contar la onza de chocolate con que pagaba la limpieza de su casa o el hambre canina que pasaban en su casa algunos invitados. Naturalmente las invitaciones a comer en casa de María Pi eran escasas, acordes con el puño cerrado de la anfitriona, y las aceptaciones a tales convites aún más reducidas. Si no hay nada como conocer el percal.

Probablemente en el pasado estas cuatro fincas pertenecieron a un mismo propietario. Ahora, avatares de las herencias, eran cuatro. Los Pi y la esposa de Viana eran familia y seguramente la esposa difunta de don Pedro. Lo de don Pedro tenía bemoles. Sus dos hijos fueron prácticamente criados por la tía Antonia y el tío Marcos, una familia extraordinaria de la calle Mayor. Vivían precisamente en la casa que hoy ostenta la cooperativa “Riegos de Los Ruices”.

Tuvo que ser a principios de los 70. Un empresario valenciano compró la finca de María Pi y lo de sus familiares. Es decir, que se hizo con la mitad de la antigua finca. Con él llegó la modernización a unas tierras que estaba mal explotadas y que sólo habían servido para enquistar en la tierra a una panda de señoritos incapaces. Era Manuel Taberner. Lo recuerdo bien. Un hombre decidido, como buen empresario. En pocos años transformó la faz de la finca. La puso en producción, introdujo las cepas adecuadas, introdujo maquinaria y hasta un ganado; trajo luz y teléfono. Tanto se transformó que don Manuel quiso refrendar el cambio con un nombre nuevo: Pino Grande, en honor al pino que luce majestuoso junto a la Casilla.

Para los de Los Ruices siempre será la Casilla. No hay nadie, absoluto silencio. La finca sigue hoy explotada por un hijo, quizás con menos pasión que don Manuel, pero sigue en

funcionamiento. El entusiasmo de don Manuel era difícil de igualar. Me asombraba para un hombre de ciudad y empresario urbano. Traía durante años la uva a la cooperativa de Los Ruices. Hablaba de tú a tú, consultando, pidiendo consejo y refutando opiniones con cada uno de los expertos campesinos, que habían nacido con la tierra y la conocían a la perfección. Parecía que por las venas de don Manuel también circulaba tierra. Siempre corrió a ahuyentarnos de su balsa de riego cuando en los veranos nos aventurábamos con nuestras bicis a bañarnos en sus aguas.

Si pasamos la casa de la finca, podemos contemplar la ruina de lo que fueron un par de casas de recreo de los señoritos de otro tiempo, la casa de María Pi y algunos familiares. De todos ellos era Viana e que tenía la finca mejor explotada. Aún le recuerdo alto y seco cuando vino al entierro de mi abuelo. Pero de aquello, como de la Casilla, queda muchos recuerdos y pocas cosas en pie. Mejor no dejarse llevar por la nostalgia. Hay que bajar por el camino detrás del Piazo las Ánimas y hasta los Atochares, luego rumbo a Los Ruices, a tomar un buen almuerzo y refrescarse.

En Los Ruices, a 18 de junio de 2017.

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