Requena (25/04/17).La Historia en Píldoras /Ignacio Latorre Zacarés
La vida a ciertas alturas te ofrece de vez en cuando algunos revivals y llevo una buena temporada de esas retrospectivas jubilosas. En poco tiempo, se me junta una conferencia sobre María y Matilde Moliner (siempre recurrentes en mi vida), el encuentro entre fundador@s de la Red de Bibliotecas de Mujeres (veintidós años ha) y el III Congreso de Estudios Comarcales del
IEC de la Hoya de Buñol-Chiva donde nos convoca para participar el afanoso Manel Pastor a cuatro compañeros de la misma promoción de Historia Moderna (veintisiete años ha). Allí pude admirar el análisis de la fiesta de “La Tomatina” que realizó el amigo Pedro García Pilán que sigue gozando de la clarividencia intelectual que ya mostró durante la carrera universitaria y fregados posteriores. El converso ruiceño (D. Juan Carlos) y yo, como buenos fronterizos, hablamos de la frontera; aquel desde su perspectiva cultural y religiosa (con su férrea sapiencia al respecto) y uno más humildemente de la “raya física” que trazaban nuestros ancestros cuando había qué dirimir y señalar qué pastos son los tuyos y cuáles los míos y dónde puedes abrevar tú y dónde yo. Y de eso les escribo.
Uno de los actos de mayor importancia que realizaban los antiguos concejos, aljamas o ayuntamientos era el deslinde y amojonamiento de sus términos. En el caso de Requena, además, cuando se trazaba la raya con mojones y tientos con los territorios colindantes de Cofrentes, Cortes de Pallás, el Condado de Buñol y el Vizcondado de Chelva no sólo se amojonaban sus términos, sino que también se señalizaba la frontera de los reinos de Castilla y Valencia. Cuando por acuerdos o desacuerdos se modificaban los términos respectivos, también se alteraba la frontera de sus reinos colindantes.
Muchas veces las fronteras internacionales han sido fundamentalmente trazadas y alteradas por las comunidades vecinales que colindan con esa raya, como pasa con la frontera de España y Francia, cuyo trazado se debe en gran parte a los acuerdos por temas de pastos que habían alcanzado los habitantes de los valles de ambos lados de los Pirineos.
Pero como ya nos recordaba Balibar sin conflicto, no hay frontera. Y de eso vamos a escribir, de las violencias que se generaban en la frontera como espacio de sensibilidad agudizada tanto para lo que une como lo que separa como afirmó Popolizio
.
En la frontera se refugiaban bandoleros, salteadores, refugiados y deportados. Al corregidor requenense Amusco en 1543 le dejaron que cruzara la frontera para asesinarlo. Y también se utilizaba la raya en Requena para desafiarse a duelo en las causas de honor como nos recuerda el alabable Alabau en un expediente inquisitorial: en la “pieça la Contienda que es entre mojones entre el reino de Castilla e Valencia, donde es cosa pública que los que se desafían se van allí”. Obviamente, la común elección de este fronterizo paraje buscaba evitar la acción de la justicia.
Pero, a veces, las violencias de la frontera se producían al trazar la misma raya o invadirla y de eso mucho sabemos en la comarca. Disensiones con los pueblos vecinos siempre ha habido. Son hiperconocidas las rivalidades y desacuerdos (y también acuerdos) entre Requena y Utiel, pero les revelaré que éstas han sido mucho más civilizadas que las que tuvo Requena con Mira (“píldora” que siempre les anuncio y retraso), con el Vizcondado de Chelva (¡cuerpo a tierra!) y también con Siete Aguas. Y de ésta última vamos a parlamentar.
La zona fronteriza entre Siete Aguas (Reino de Valencia) y Requena (Castilla) fue muy conflictiva, de tal forma que el paraje recibió y recibe la denominación de “La Contienda” (al igual que pasa en un paraje fronterizo entre Utiel, Sinarcas y Camporrobles. En 1429, Fernán Álvarez de Toledo, Conde de Alba, que era el encargado de la frontera castellana de Requena, salió desde la ciudad con un millar de jinetes y tomó Siete Aguas y su torre, a la vez que amenazó a la Hoya de Buñol. La respuesta valenciana no se hizo esperar y el 7 de agosto de 1430 en “La Contienda”, ubicado en la misma raya, Berenguer Mercader, señor de Buñol, expulsó a los castellanos de Siete Aguas y venció en nueva batalla a las fuerzas castellanas procedentes de Requena. El señor de Buñol erigió una hermosa cruz pairal en la frontera con fines conmemorativos; cruz que aún puede admirarse pero en un jardín de Siete Aguas.
De aquellos polvos, estos lodos, porque en el XVIII la relación entre sieteagüenses y requenenses estaba lejos de ser cordial, sobre todo cuando se trataba de amojonar el término e indicar lo que es mío y eso que es tuyo. Estamos en abril de 1760 y el corregidor (y expoliador) requenense Tenrreiro Montenegro decidió realizar una pormenorizada visita y revisión de mojoneras limítrofes con Cofrentes, Cortes de Pallás, Condado de Buñol y Sot de Chera. Un 16 abril a las 9 horas y 45 minutos (no sabemos si soplaba el solano o el cierzo porque no estaba el exministro Trillo), en un espolón del río Cabriel, cerca de la noria de Casas del Río, se inició la mojonera, con más acuerdos que disensiones, con las comisiones de Cofrentes, Cortes de Pallás y el Condado de Buñol. Pero dos días después, se presentaron en el llamado “Mojón Real de Hortolilla”, trifinio entre Cortes de Pallás, Yátova y Requena, el alcalde de Siete Aguas con vara alta de justicia, su regidor, procurador síndico, regidor segundo y vecinos de Siete Aguas que no habían sido convocados para ese día, pero sí para el siguiente. Les dijeron que los de Siete Aguas no tenían nada que ver con este mojón y le obligaron al alcalde de Siete Aguas a que bajara la vara de justicia. El alcalde y síndico de Siete Aguas protestaron varias veces, pero se marcharon, pues la venganza ya se sabe que en plato frío ha de servirse.
Al día siguiente, la comisión delimitativa con acuerdos plenos llegaron al mojón trifinio del Colladillo Bermejo en el barranco del Fresnal. Se vuelve a presentar la comisión de Siete Aguas que ahora sí es aceptada porque se empezaba a recorrer su territorio. Los de Requena y Siete Aguas van señalizando la frontera, de momento, sin muchos problemas: Cerro Simón, rambla de El Rebollar (parada de dos días para oír misa que era domingo), camino real de Valencia, Cerritillo Colorado y… llegan al Puntal de la Agudilla y la rambla de las Fuentecillas y aquí se torció la cosa…
Los expertos requenenses tachan esos mojones de falsos y como antiguo y verdadero el del Collado de Villar de Tejas donde estaba (y está) la carrasca de Marco Pedrón. Se “lía parda” entre los de Siete Aguas y Requena y se va a por el corregidor que manda callar a los de Siete Aguas tras reconocer varios testigos que el antiguo Collado de Villar de Tejas que aparecía en las mojoneras del siglo XVI y XVII era el paraje donde se hallaba la comisión. Los de Siete Aguas amenazan de “hartar a palos” a los de Requena, pero finalmente se marchan sin sangre de por medio, ya que tenían la figura del corregidor delante (palabras mayores). No obstante, protestan el mojón renovado del Collado de Villar de Tejas, recordando el corregidor que al allanar los de Siete Aguas el territorio de Requena se había allanado la jurisdicción real que poseía sobre Requena en beneficio de un pueblo de señorío como era el de Siete Aguas.
Pero no piensen que acaba aquí la cosa. Era el mismo mes de abril de 1760 cuando se sucedieron hechos más violentos. En el mismo punto de las disensiones, se encontraban los pastores
del regidor perpetuo requenense Ginés Herrero y Sánchez apacentando setecientas cabezas de ganado. Ginés Herrero había estado los días anteriores en la disputa referida sobre el mojón. Previsoramente, aunque para poco les valió, colocaron a un chiquillo, el zagal, en el mojón del Collado de Villar de Tejas guardando que no pasasen las ovejas al término de Siete Aguas. Las ovejas no pasaron, pero los que sí traspasaron los mojones fueron el alcalde de Siete Aguas con vara alta de justicia y seis hombres “valencianos” más, cinco de ellos armados. El enfurecido alcalde de Siete Aguas puso hasta tres veces la escopeta en el pecho de uno de los pastores y ordenó maniatarlos. Hacen un “molinillo” con el ganado y se llevan la quinta parte (treinta y cinco ovejas) a Siete Aguas. El pastor requenense, que tenía sus arrestos, inquirió al alcalde de Siete Aguas que quién había derribado los mojones y el alcalde airado respondió: “Los de Siete Aguas o los de Requena o de los infiernos”. ¿Cuál fue la distancia entre el mojón y el ganado? ¡Veinte pasos! ¡Veinte! (“ganas de ganeta” como decimos en la comarca). El regidor requenense arriba referido implicó en el pleito al Concejo de Requena, dado que un “pueblo rival valenciano” y además de señorío había irrumpido en el realengo requenense: “en solicitud de la enmienda, satisfacción y escarmiento del agravio causado a la real jurisdicción y a daño mío” según Ginés Herrero. Intereses cruzados, regios y privados, pues.
Pero como lo que va torcido, suele seguir torcido (y de estas cosas sabemos en el Archivo), en una provisión de Carlos IV de 1791 escuchamos los lamentos del concejo de Siete Aguas que se quejó de que los de Requena habían derribado los mojones y borrado las señales que dividían ambos términos, introduciéndose en el término de Siete Aguas tan “extraordinariamente” que se ocasionaron “riñas, disturbios y disputas que sin duda hubieran acabado en ruidosas quimeras, golpes, y tal vez muertes si la prudencia y celo de la Justicia no la hubiera contenido”. Otra vez al borde de los palos.
Finalmente, la frontera entre reinos, aún vigente para nuestros ancestros a pesar de la unión aduanera y legislativa de 1707, dejó de tener sentido con las políticas territoriales liberales del siglo XIX (división provincial de Javier de Burgos en 1833) y especialmente con el decreto isabelino de 1851 por el cual la frontera entre Cuenca y Valencia se estableció en el Cabriel. No obstante, ahí sigue el Collado de Villar de Tejas, no marcando la frontera entre reinos, pero sí con una carrasca por cuya mitad exacta se dividen los términos de Requena y Siete Aguas (y de momento sin “palos”, ni disturbios).