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Requena (05/04/18).-LA BITÁCORA-JCPG

Estaba condenada a muerte por el sultán, pero Sherezade se las ingenió para burlar su sentencia mediante el ejercicio de la palabra: mil y una historias le permitieron conservar la vida. Vida, palabra, cuento, historias, fabulación. La primavera es poco menos que esta misma fábula sobre el poder del cuento, el gigantesco poder de seducción de las historias. La moraleja del cuento del sultán y la bella Sherezade es la de esta naturaleza primaveral bendecida por una lluvia abundante y una nieve augur.

Es la primavera que se percibe ya por todas partes. Yémeda, una pequeña población de Cuenca, en otro tiempo aldea de su madre la capital conquense, asiste al reverdecer el monte mediterráneo y a la emergencia de las siembras en su fértil vega. No extraña que estas tierras hayan constituido desde antigua un objeto de disputa, una piedra de toque de su antagonista Cardenete. Eran los tiempos gloriosos de la confrontación entre señorío y realengo. Los señoríos, formados a lo largo de los siglos medievales y modernos, llegaron a ser estados dentro del Estado, áreas que, mientras pudieron, se sustrajeron a la intrusión de las leyes regias. En cambio, estas normas eran las privativas en las zonas de realengo. Cardenete pertenecía al marquesado de Moya. Yémeda era una dependencia del realengo de la ciudad de Cuenca.

El poderoso municipio de Cuenca, dotado de voto en las Cortes de Castilla, pertrechado por una fuerte capa media de industriales y comerciantes, era un celoso defensor de su autonomía en el reino de Castilla. A lo largo del siglo XV, había sufrido los ataques de diferentes señores que intentaban hacerse con porciones de su territorio. Para colmo, en una decisión poco comprensible para las gentes de la comarca, los Reyes Católicos entregaron el señorío de Moya a Andrés Cabrera. ¡Le debían tanto! Quizás le debían el mismo reinado. Pago a unos servicios impagables. La gente no lo entendió. No comprendieron el profundo mensaje que subyacía en aquella cesión: era la voluntad regia la que entonces emergía con fuerza.
Un ejemplar de arte neogóticista en plena vega del Guadazaón. Ir al pasado para dar consistencia al presente, y quién sabe si también al futuro. Es el balneario de Yémeda.
Al cabo de los siglos, la gente de Cardenete sigue hablando de la Vega de Yémeda como algo propio. No van descaminados. Buena parte de las tierras son de agricultores de la villa. Pero Yémeda resiste cual aldea gala. En su vega reverdecen las nacientes siembras, mientras los corzos comen en ellas y los gorrinos aguardan amagados en el interior del monte a que vaya cayendo el día puedan salir con seguridad a los campos. Es ésta una tierra de buena caza. Mientras caminamos por el camino que discurre paralelo al río Guadazaón, podemos contemplar el tranquilo apacentar de varios corzos. Hasta que nos barruntan y salen disparados hacia el bosque. Esperarán en él que pasemos para seguir plácidamente comiendo.
El edificio nuevo del balneario en proceso de construcción. Hoy parece estar prácticamente concluido. Es la piedra de toque de las esperanzas de una comarca. El futuro dirá de su capacidad para cimentar un proceso de expansión económica.
Lo importante es hablar, fabular, ahogar el silencio del día, esto es lo que hace la primavera. Se dedica a contar la historia del renacer de las plantas, de la cópula de los animales; la emergencia de una nuevo período vital. El camino se hace placentero con este nuevo episodio de la naturaleza afirmándose de nuevo, como cada año. Es una historia que conocemos, pero que nos impresiona de nuevo.
Hemos partido desde el viejo balneario. Por cierto, dotado con unas aguas termales laureadas con premios varios durante el siglo pasado. Otros tiempos. ¿Reverdecerá el balneario ahora? Un edificio totalmente nuevo e inconcluso se ha realizado junto a las antiguas dependencias. Lleva décadas cerrado. Hay quiénes sueñan con que se abra en el futuro como un atractivo de una comarca que vive también su vía crucis particular: despoblación, callejón sin salida de la economía, y tantos otros elementos que conocemos bien las gentes de pueblo. Esa gran fuerza de exclusión que son las zonas urbanas deja su sello en esta tierra como en tantas otras de nuestro país.

Un huerto solar encontramos a nuestra derecha. Pero lo más espectacular está a la izquierda del camino; y que conste que no es un recurso retórico de naturaleza política. El camino está, durante varios cientos de metros, flanqueado por un cinturón de piedra. No es horma, sino un testigo silencioso de la actividad humana siglos atrás. Nos hemos hecho ricos, hemos llenado nuestra existencia de artilugios eléctricos, calefacciones y nos hemos olvidado del inmenso legado de nuestros antepasados. A nadie parecen interesar estos restos. Dejamos atrás una herencia inmemorial sin complejos y nos lanzamos a la adoración de la inmensa mole urbana. Con tanta comodidad, tanto consumo, tanto hedonismo, no tenemos tiempo ni fuerzas para valorar el inmenso patrimonio que tenemos junto a nuestras casas de pueblo.
Las últimas lluvias dejan su rastro en los caminos. Las siembran reverdecen y asoman de la tierra. Hay tiempo para buscar collejas.
No lejos de allí hay toda una Morrita de las Sepulturas, repleta de enterramientos. Y cerquísima, un enigmático yacimiento que permanece sin tocar. Sólo por los cazadores de tesoros, que han removido tierra y piedras en busca de su botín. Cuando uno contempla todo esto, la imaginación alza el vuelo y piensa en tiempos gloriosos, los de una vega rica, pletórica de cultivos que alimentaban a las gentes atraídas por el agua de un río de alma mora: Guadazaón. En los entretantos, Felipe busca collejas para acompañar a un suculento huevo frito. Quien no sueña con el pasado, con el diseño de un tiempo remoto en que aquellas piedras hoy derrumbadas fueron un serio muro, sueña con un buen plato de huevos fritos con collejas. O se puede soñar con ambas cosas al mismo tiempo.
El inicio del camino. La vega se ensancha y estrecha a tramos. Las zonas de ensanche permiten un cultivo cerealístico en parcelas más amplias. El Guadazaón discurre en la línea de chopos, ahora grises, qie hay al fondo de la imagen.
 Me pregunto por la relaciones entre aquellas tumbas, que un día excavé, en aquellas piedras derrumbadas, en esos cimientos de añejas construcciones, y el viejo señorío de Moya, así como de este balneario y de la moderna agricultura que hoy se da en la vega de Yémeda. No estamos ante otra cosa que cultura, y pensando en cultura hay que volver sobre Bajtin:
“Una obra no puede vivir en los siglos venideros si no se alimenta de los siglos pasados. Si hubiera nacido exclusivamente en el ahora, si no prolongara el pasado y no se hallara ligada de modo consubstancias a éste, no podría vivir en el futuro. Cuanto pertenece tan sólo al presente muere con él.”

Así que es este intercambio de miradas e interrogantes entre diferentes culturas y épocas históricas es el que dota de personalidad a esta tierra. Vasos comunicantes. El flujo incesante de la vida, el núcleo seminal del renacer anual de la existencia.
El camino deja a su izquierda un bordón de tierra y piedra de tono más que enigmático: ¿ un antiguo sistema defensivo?. No es horma, de esto no hay duda. Como siempre, nada sabemos porque no se han realizado trabajos arqueológicos.
Siempre impresiona la riqueza arqueológica de esta región. No son sólo los poblados, asentamientos primitivos y necrópolis. Es también el arte rupestre que encontró el soporte adecuado en los farallones del Cabriel. Por mucha literatura arqueológica que leamos, siempre quedará un rincón de oscuridad sobre las intenciones enigmáticas de los que pintaron signos, animales y personas en los farallones de piedra. Uno siente sensaciones complejas cuando pisa estos restos antiguos. Y surgen también los interrogantes movidos por la curiosidad.

Estos legados del pasado ponen en marcha nuestros mecanismos de indagación hasta el punto de entrar en conexión con mundos desconocidos. Al mismo tiempo, echa a andar entonces nuestra inquietud personal que se adentra también en la situación de nuestra sociedad hoy. Indagar sobre el pasado es empezar a hacerlo sobre el presente.
Las tres gracias. En la obra al fresco de Pompeya. Un tema antiguo, inspirador durante siglos para los artistas que han debatido acerca del concepto de belleza femenina.
Rubens reinterpretó el tema, a su modo, intentando establecer su propio concepto de belleza. Clave católica, exaltación de la juventud y de una belleza hoy exótica, por desterrada de la agenda. Se casó con la joven Helena Fourment, que tenía en el momento de la boda 16 años. Él explicó con claridad la elección:
“He tomado por esposa a una joven honesta y burguesa, por más que todos querían persuadirme para que eligiera en la corte. Pero preferí una mujer que no se avergonzara de verme con los pinceles en la mano. A decir verdad, me habría resultado demasiado duro perder mi preciosa libertad a cambio de las caricias de una vieja”. Menuda confesión: juventud, ante todo. De todos modos, sin el pasado su pintura no existiría, tanto la mitológica que pinta en 1638 y 1639, que está en el Museo Nacional del Prado, como la religiosa, evidentemente.
 Las tres de Cánova, 1815-17. Victoria and Albert Museum. Londres. Son las hijas de Zeus. Representan la alegría frente al dolor. Están desnudas, mimosas y abrazadas. En el Olimpo le ayudan a Afrodita, diosa del amor, bañándola, vistiéndola y perfumándola para sus citas amorosas. La esbeltez clásica con la que Rubens rompió es aquí motivo de exaltación.
La energía del pasado se proyecta hoy, y con una fuerza inusitada. Lo vemos en el proceso catalán, en todos los perfiles que consideremos. Y también nada más cierto que todo esto en la iglesia de Cardenete. Ese maravilloso artesonado, con lejanas resonancias islámicas, pero con su poderoso mensaje mitológico-religioso. Una mezcla soberbia del inmenso flujo energético que brota del pasado y que hace la obra humana casi inmortal cuando tiene un poderoso anclaje en el pasado. Las fuentes de inspiración de esta inmensa obra que está en el techo del templo parecen estar en el mundo clásico recuperado, como si de un renacer primaveral se tratara, por el Renacimiento. Pero las huellas más próximas están en una tradición hispano-musulmana poderosamente arraigada, hasta el punto que perdurará durante los siglos de la modernidad, en plena Contrarreforma católica. La obra tiene parientes en la geografía cercana, y, por supuesto, en el área aragonesa.

Afuera, crece la siembra, verde, aunque todavía impera el color terroso que ha dominado el invierno. La primavera-Sherezade fabula con sus historias y seduce al frío, gracias a las palabras de un sol que afirma con contundencia su presencia en el transcurrir de los días.



 Dos viejos comiendo. De las famosas pinturas negras de Goya. Un enigma completo. Una escena del Gabinete del doctor Caligary. ¿Habría sido posible la película sin la obra del pintor español? Por el contrario, la realidad de la República alemana de Weimar era tan poco esperanzadora que fertilizaba suficientemente la imaginación de Robert Wien. El sombrío mundo onírico goyesco es, en la obra de Wien, una luz opresiva que muestra el poder que la manipulación del médico Caligary puede ejercer sobre su criatura, hasta hacerle cometer crímenes. Un augurio del tétrico futuro europeo y del reciente pasado de la guerra mundial. La película es de 1919.
Los seres humanos tomamos nueva energía de esta vitamina fabuladora, mientras admiramos el formidable legado cultural que nos grita a cada paso.

En Los Ruices, a 3 de abril de 2018.

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