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LA BITÁCORA DE BRAUDEL/JCPG

Ahora que está tocando a su fin el verano es el momento (no sé si adecuado, pero hay que hacerlo alguna vez) de hacer balance en el terreno cultural de lo conseguido. Subráyese que a oídos de muchos, lo cultural acaba por solaparse con lo turístico. Bien está que así sea puesto que, de una forma u otra, la cultura se difunde y se disfruta. Y es productiva, aún mejor.

La novedad requenense del verano ha sido contemplar por fin que la ruina de san Nicolás era adecuadamente remediada. Por fin, Requena dispone de un espacio cultural, administrativo nuevo. Como no soy un experto en restauración, sólo me ocuparé de dar mi opinión (libre, pero muy modesta, pues se basa en mi propia ignorancia). La iglesia ha quedado bien; la ruina, que ya parecía asunto de eternidad, ha concluido. Sería interesante que san Nicolás fuera un pórtico desde el que lanzar a todo el país y a Europa entera la nueva Requena. Una villa empeñada en proteger el legado positivo de sus antepasados. Pendientes en la agenda se agolpan otros muchos asuntos: mantener durante todo el año (no sólo ahora) los espacios verdes de alrededor del monumento; procurar la limpieza de su entorno; adecentar el barrio en el que está inserta la vieja iglesia; rematar la subida por el Sur a san Nicolás, que todavía deja mucho que desear (tuberías al aire, porquería). Aunque la política es política, y sus ritmos y urgencias son de arco temporal estrecho, el municipio debería consensuar una política de protección monumental a décadas vista que estuviera al margen de los cambios electorales. El potencial turístico de la villa no se reduce a las fiestas de agosto; es algo que hay que activar para todo el año.

Porque son dos las patas sobre las que reposará el futuro de esta tierra. Una es la viña y la elaboración de vinos. En este terreno las iniciativas, que se enfrentan a muchos problemas, son muchas y van saliendo adelante. Pero la otra pata es el turismo, que aquí depende casi exclusivamente de lo que la villa pueda ofrecer. Muchas poblaciones valencianas quisieran para sí un conjunto monumental como el de la villa. No estoy seguro de que, contemplando algunos desmanes realizados en los últimos años, en todo esto se tengan las cosas claras.

Por otra parte, hay otros aspectos que no me gustan; y lo importante no es mi gusto personal, sino la imagen que transmitimos a los que nos visitan, esto es, a los que hace funcionar el negocio turístico. El visitante que viene a Requena en la segunda mitad de agosto no creo que se lleve la imagen de una ciudad apacible y armoniosa. Al menos a mí no me lo parece una avenida repleta de mesas (todos ahora queremos estar en las terrazas), en las que se grita, se pone música y se hace ruido hasta avanzada la noche. Incluso contemplo y oigo diariamente (no lo sufro, por fortuna) una terraza, en una peatonal de nombre docente, en la que la gente vocea y hay música a la hora de la siesta. El negocio es legítimo y tiene que funcionar. Pero hay que armonizar intereses, y los vecinos tienen derecho al respeto y al descanso. No creo que una imagen de este cariz contribuya a crear entre el visitante la idea de una ciudad a la que vale la pena volver. Quizás dirán: Requena es muy bonita, pero …
En Requena, a 09 de Septiembre de 2015.

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