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EL OBSERVATORIO DEL TEJO/ JULIÁN SÁNCHEZ

Comenzaré reconociendo que mis conocimientos sobre al virus Ébola no alcanzan a ir mucho más allá de los de cualquier ciudadano/a que esté pasando por la puerta de mi casa en estos momentos. Pero una cosa viene a ser la posibilidad de conocimiento sobre cualquier cuestión y otra la actitud que para su tratamiento o resolución vaya a ser empleada por cualquier responsable público, especialmente en unos momentos donde la ciudadanía requiere de ellos la demostración de acreditar unos parámetros básicos, inherentes a todo servidor público  en momentos límites, lo, cuales habrán de ser algo así como; entereza, temple, decisión, humildad, prudencia y capacidad.

No voy a hacer leña del árbol caído, sencillamente porque en éstos momentos lo único que éste país precisa es la oportuna dosis de seriedad y respeto que una situación como la que actualmente estamos viviendo viene a requerir desde el primer momento, pero tampoco obviar algunas fisuras que por algunas partes, ha quedado vulnerada y de forma más que vergonzante.

Vaya por delante mi aplauso y respeto por la decisión del primer Secretario del Partido Socialista Obrero Español, dejando para momentos más adecuados el tratamiento político de esta cuestión, que deberá hacerse sin duda ninguna, esclarecerse y depurar las oportunas responsabilidades que hayan podido existir pero, de momento, a mi juicio, hoy lo único indispensable resulta ser el intentar por todos los medios recuperar la salud de una excelente profesional que yace en una cama da hospital por el hecho de haberse presentado voluntaria a colaborar en el tratamiento de unas personas que requerían su urgente intervención, siendo por ende, conocedora del riesgo que asumía.

Ya comenté que no deseo hacer leña de una circunstancia que espero sea acometida con la debida celeridad y eficacia y se resuelva favorablemente, pero no puedo tampoco silenciar en estos momentos el impacto social causado por las declaraciones del Consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid D. Javier Rodríguez, totalmente indignas y despreciables, el mayor esperpento que quizá haya escuchado jamás en mi vida. Declaraciones éstas  salidas de la mente y la boca de un servidos público y, todavía con mayor saña cuando éste cargo público además ostenta responsabilidades en el mundo de la medicina profesional.

Defendiendo su propio protocolo, el Consejero acusó de mentirosa a Teresa Romero y además justifica su situación post contagio al haberla enviado de vacaciones “quizá porque sospechaba que estaba infectada, «durante toda la semana prácticamente no salió de su casa». Y el colmo “»Tan mal no debía estar para ir a la peluquería». Mayor irresponsabilidad y actitud despectiva imposible.

Lejos de mostrar preocupación y actitud de humildad positiva, el Consejero sigue en su actitud arrogante: “Si tengo que dimitir, dimitiría. No tengo ningún apego al cargo, soy médico y tengo la vida resuelta». O sea, que lo que a Teresa y a las personas de su círculo que están en estos momentos  pendientes de perder la vida les vaya a suceder, a éste individuo le puede importar lo mismo que a mí que los pepinos de Madagascar sean más o menos verdes. El, según hace constar, tiene la vida resuelta y todo lo demás supuestamente le trae al pairo. Y, ¿este personaje ha dispuesto y sigue disponiendo, en sus manos de  la máxima responsabilidad de la sanidad de Madrid. Espero que deje la política de inmediato, pero lo que sí haré es enterarme de donde ejerce para no pisar su clínica ni a 100 kilómetros a la redonda.

Estamos a prueba, debemos comenzar a solucionar un problema al que hemos mirado de soslayo durante muchísimos años. Estamos hablando de un grave problema      cuyo primer brote tuvo lugar el 26 de agosto de 1976 en Yambuku, una ciudad del norte de Zaire (actualmente, República Democrática del Congo). Y que se fue desarrollando desde Gabón a Guinea-Conakri con un índice de mortandad verdaderamente inasumible. Normalmente este epidemia no debería resultar ser más problemática en su resolución de lo que en su día fueron el sarampión, la tosferina, la tuberculosis, la viruela y otras afecciones víricas, y con los medios de los que hoy se dispone muchísimo menos, pero el inconveniente viene de que su aparición lo fue en la zona más pobre de la tierra y los laboratorios farmacéuticos no actúan en este sentido como ONGS, su inestimable labor únicamente resulta estimulada mediante la consecución de beneficios que requieren sus juntas de accionistas y, como pensaban que el “bicho” no sabía nadar, pues soslayaron el problema dejándolo en manos de las abnegados miembros de las ONGS de turno.

Pero llegó la globalización y en consecuencia, quien no sabe o no puede nadar, si puede ser transportado por cualquier medio aéreo o fluvial y hoy, podremos estar en Chicago, mañana en París, al otro día en Camboya y al siguiente en Guinea. En consecuencia el “bicho” se escapó y habrá que reconvenirle, pero ahora no habrá problema, el negocio está más que servido.

No sé si cuando este artículo vea la luz la delicada situación de Teresa Romero se habrá resuelto, yo deseo fervientemente que lo sea satisfactoriamente, como no podría ser de otra forma. Pero lo que si me gustaría es patentizar la idea de que, siquiera por una vez, aunque únicamente fuese por respeto hacia una profesional que se está jugando la vida en una habitación de hospital, se actuase razonablemente, con una seriedad sin precedentes, tal y como el grave asunto requiere. Menos circos sindicales a las puertas del hospital, menos “portavoces” y “filtradores” interesados y más profesionalidad en nuestra política y en nuestros servicios públicos.

Se echa de menos un Gabinete de Crisis con un único portavoz, para ser él quien ostente la única autoridad con capacidad para poner en conocimiento de la sociedad la evolución continua y veraz de dicha crisis.

Por lo demás tranquilidad, paciencia y sobre todo respeto a quien sufre. Esperemos que reinen a partir de hoy algo tan fundamental como podemos considerar los sentidos de responsabilidad y eficacia pero acompañando a ello, seriedad señores; más seriedad, que la cosa no es para bromas.

Julián Sánchez

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