Requena (14/12/19) LA BITÁCORA/ JCPG
Me he despertado pronto, a las 5 de la mañana. En la ciudad de las mil tentaciones apenas hay todavía algún ruido. A veces, este despertar tan tempranero me induce a la lectura. Así, en pocos minutos, estoy durmiendo de nuevo. Pero hoy ha sido diferente. No he podido parar de leer, porque cayó en mis manos el otro día un libro de Vicente Cacho Viu, un historiador que volcó el grueso de sus investigaciones sobre el universo cultural hispano. El libro vuelve de nuevo sobre el 98. En aquel tiempo, según decía Cacho, existía un profundo espíritu renovador que trataba de huir del academicismo y conectar al país más intensamente con el entorno europeo. Para él existieron dos grandes proyectos de renovación social. Uno, el de Ortega y Gasset, que encabezaba una corriente científica liberal. Otro, el nacionalista catalán, con gente del tipo Prat de la Riva y Eugeni D´Ors.
Incluye don Vicente a Costa en el grupo regeneracionista. La figura de Joaquín Costa es especialmente importante, porque supone un pensamiento que nace y se difunde con el objetivo de transformar el medio rural español. El repensar de entonces vuelve a ser actualidad hoy, y no precisamente por una repetición de la historia, por razones obvias, sino por la presencia nuevamente de dos grandes proyectos. De un lado, el nacionalista catalán, ahora profundamente separatista y dispuesto a casi todo. De otro, la emergencia de esa España vaciada, sacrificada en las aras del progreso industrial-urbano. Pena: no hay un Costa que encabece o destaque en este lado.
Se trata de una tragedia poliédrica, pues la hiperfragmentación política expresa claramente la desorientación y la división. También una inmensa desconfianza hacia los mecanismos institucionales. Tengo la sensación de que todo es demasiado caduco, demasiado viejo. Un régimen en su desmbocadura. Una sociedad enfrascada en la más gigantesca confusión. A río de confusiones, beneficio de tiranos. El progreso de la tiranía se da por todos lados. Sólo espero que no culmine en la destrucción del sistema, porque entonces la tiranía tendrá el poder total. Ya sabemos qué significa esto.
De momento, la podredumbre de la confianza ha atomizado de la representación política. Nuevos actores quieren su parte en el pastel. Hasta Teruel posee un representante. ¡Para que luego digan que no aprendemos, que el pasado no acaba por tejer los hilos de una experiencia acumulada! Vascos, catalanes; niños mimados acostumbrados a sacar su tajada de la orza colectiva; historia repetida una y otra vez, tantas como aprendida en esta España abandonada y vaciada. El hartazón de la vieja política ha producido un hijo en Teruel.
En esta tierra todos llevamos algo de Teruel por nuestras venas. Son tantos nuestros contactos, tantas las palabras prestadas, los sentimientos, las historias prestadas. ¿Tiene derecho los de Teruel a un cacho del pastel? Pregunta curiosa para muchos. Debemos saber que ya han surgido voceros influyentes (Urquizu, en El País) que les niegan el pan y la sal. Porque no son nación, porque no se lo han ganado con sangre o simplemente porque el diputado de Teruel suena al viejo cantonalismo rancio del siglo XIX. Los vascos, ya se sabe, tienen un ADN especial, que les da derecho a todo. Lo que tendemos que aguantar. Se ve que algunos se inquietan de la fragmentación y de que sus inventos nacionales (no me creo los grandes relatos, como dice Álvarez Junco) empiecen a ser imitados. Ya se sabe que auno le sabe mejor el chocolate cuando es el único que puede tomarlo.
En Los Ruices, a 12 de diciembre de 2019.