A la entrada de la aldea de Hortunas, pintado en una pared, aparece un dibujo grande pero muy esquemático en el que se ve por encima del agua a un pez vivo saltando y, por debajo, un pez muerto. Apenas tres palabras acompañan la pintada: Salvemos el Magro. Sencillo, pero suficiente para transmitir una idea: El río se muere.
Hace 22 años de aquello, si mi memoria no me falla. Aquel dibujo, y otros cuantos más, se hicieron a mediados de los años 90 del pasado siglo en alguna de las poblaciones por las que pasa el río Magro para llamar la atención de la sociedad de que algo muy grave estaba pasando con nuestro querido río. El Magro agonizaba.
Fue en el transcurso de una campaña de sensibilización ambiental promovida por el GAM (Grupo de Actividades Medioambientales de Requena), muy activo por aquel entonces. En realidad, y tal como esta asociación ecologista denominaba, era más bien un Proyecto de Investigación Educativa al que acuñaron como AQA.
Malos tiempos para el río Magro. En aquellos momentos era uno de los cauces más contaminados de toda España. Los vertidos procedentes de la intensa actividad agrícola e industrial de Requena-Utiel y la escasa depuración de los mismos habían transformado al caudal fluvial en una verdadera cloaca.
Los niveles de contaminación eran extraordinariamente elevados, producto del desarrollo económico e industrial acaecido por la comarca en las últimas décadas que generaba abundantes residuos y que iban prácticamente sin control al río. Recuerdo imágenes brutales de espumas blancas que en días de viento se elevaban a decenas de metros de altura por encima del propio cauce. Espumas blancas que contrastaban con el negro azabache de las aguas. ¡Qué horror! Y así estaban las cosas por la vega de Utiel y Requena, y que apenas mejoraba a decenas de kilómetros río abajo. Lamentable espectáculo.
Era momento de actuar y bien que lo hizo el GAM. Con el trabajo y el empeño puesto por su gente, en especial por Pedro Luengo y Vicente Argilés, y con el objetivo de parar este despropósito que no parecía tener final, se embarcaron en una pesada pero ilusionante empresa. Involucrando a distintos colegios de las poblaciones por donde pasa el río y contando con la participación de sus alumnos trataron de sensibilizar a la población local y a sus autoridades de que había que salvar al río Magro.
La educación ambiental como arma para ganar batallas. El río Magro apareció en el mapa de muchos organismos oficiales. Con el tiempo se consiguieron muchas mejoras que repercutieron en el estado de sus aguas.
El GAM consiguió, no sin mucho pelear y no sin coger buenos disgustos, que el Magro volviera a ser otra vez un río. Un río que tenemos la suerte y el orgullo de tenerlo a las puertas mismo de casa. Un río lleno de vida y del que he tratado de divulgar sus principales valores biológicos en estos últimos artículos.
Pero un río, aún, con serios problemas de conservación, y no me refiero al de la contaminación de sus aguas, que han mejorado notablemente, sino a otros de entre los que destaca el de sus bajos niveles hídricos. De hecho, y por la desproporcionada explotación hídrica a la que está siendo sometido el acuífero de la cabecera de su cuenca fluvial, el río amenaza con secarse, al menos en los meses de verano. Triste final para un viejo superviviente.
El río Magro es un curso fluvial característico de la zona mediterránea. Su caudal, habitualmente escaso, está sometido a fuertes oscilaciones a lo largo del ciclo anual, acusando un severo estiaje durante el verano. Sin embargo, los cambios en los modos productivos en la agricultura de la comarca hacen peligrar aún más esos niveles.
La viticultura intensiva que se está dando en los últimos años, en la que las cepas pasan ahora a ser regadas por sistemas de goteo, está amenazando los niveles mínimos de agua que hacen falta para que se puedan a llevar a cabo los procesos ecológicos de un medio fluvial, y que sin duda afectan a toda la comunidad de seres vivos.
La elevada extracción de aguas con fines agrícolas del subsuelo están mermando la recarga del Magro, que en breve lapso de tiempo puede llegar a desaparecer si no se ponen las medidas necesarias que lo eviten.
Desde hace unas décadas el viñedo comarcal se ha ido modernizando incorporando sistemas de riego por goteo que incrementan notablemente la producción de uva. Se han ido abriendo más y más pozos en la vega agrícola que han repercutido negativamente en los caudales que de manera natural irían llegando al cauce fluvial, y que ahora, sin embargo no llegan.
Las consecuencias se han hecho muy evidentes. Las fuentes de la contornada, una tras otra, han ido desapareciendo, y
en el río apenas baja caudal. El río se seca. Sería, no sólo una catástrofe medioambiental sin precedentes en la comarca, sino también en la propia cultura, arraigo e historia de la misma, tan íntimamente ligada a este espacio fluvial.
Desde luego la situación no puede seguir así. Es necesario que se tomen medidas para evitar lo que parece casi inevitable. El río Magro tiene un valor para la biodiversidad indiscutible y está amenazado por la falta de una gestión sostenible y por la ignorancia de los poderes administrativos. Es una pena, pero es así. El río se muere, agoniza; otra vez la historia se repite. Nuevo siglo y nuevos problemas para el medio ambiente. Pero ahora las causas son distintas.
Y como al enfermo crónico, otros achaques se le van sumando para agravar su padecimiento. ¡Pobre Oleana; te ha tocado sufrir lo indecible!
Y el primero de ellos es, aún, su mediocre calidad de aguas, que aunque no es tan negativa como la que era a finales del siglo XX, todavía no es lo adecuada, ni mucho menos. En estos años se han ido construyendo estaciones depuradoras de aguas residuales tanto en las poblaciones principales (Caudete, Utiel y Requena) como para el conjunto de las aldeas de la Vega. Pero no es suficiente. El estado de las aguas al salir de ellas todavía no es el idóneo.
Es necesario un mayor esfuerzo en la mejora de esas instalaciones para que los vertidos sean los más inocuos posible. Un paso más. Un paso necesario.
Pero no sólo la calidad de agua es susceptible de mejora sino también el estado actual del bosque de ribera deja mucho que desear. Desde bien antiguo, el ser humano con su desmesurado afán de ir ganando tierras de cultivo ha ido ocupando sistemáticamente el espacio inmediato al cauce destruyendo el rico soto fluvial que allí crecía al amparo de unas buenas condiciones de suelo y de humedad.
Por otro lado, el aprovechamiento ganadero que de estos lugares frescos y húmedos, con buena cobertura vegetal, han ido haciendo los pastores como lugares de alimentación, ha modificado notablemente tanto la estructura de estos valiosos bosques de galería como su extensión.
Estos hechos se han hecho muy patentes en la vega aluvial de la cabecera del río, especialmente entre las poblaciones de Caudete de las Fuentes y de Requena, pero también en el vallecillo de Hortunas.
En la actualidad quedan pocos sectores del cauce que han sido librados de la roturación o del diente de la res. Los mejores bosques ribereños quedan recluidos a terrenos más quebrados ya metidos en la sierra, especialmente al abrigo de los tramos más agrestes y montanos de La Herrada. Ni siquiera en la sierra Martés, la situación es mucho mejor, debido principalmente al envite de los pavorosos incendios forestales que la han asolado en las últimas décadas.
El agua, tanto en su abundancia como en su calidad, y la vegetación de ribera son las grandes complicaciones con las que se enfrenta el río en los inicios del nuevo milenio. Pero no las únicas.
La excesiva homogenización del paisaje agrario es uno de los problemas más acuciantes a los que se enfrentan las comunidades de seres vivos instalados en los medios agrícolas por donde discurre el río Magro, especialmente en la meseta central comarcal. La intensificación de la agricultura, traducida aquí en una viticultura intensiva, está cambiando el aspecto tradicional en mosaico que siempre ha tenido la localidad.
Se eliminan los ribazos, los setos vivos y las parcelas incultas que sirven como áreas de nidificación, refugio o alimentación de las aves y de otros animales. Desaparecen otros tipos de cultivos que dan lugar a una mayor diversidad biológica, como los huertos de regadío del entorno de los pueblos y aldeas o los campos de cereal, en pro de una mayor producción de uva.
Además la proliferación de emparrados perjudica notablemente a sus aves, especialmente por dos razones fundamentales. Por un lado la intoxicación por los fertilizantes que se ponen en los sistemas de regadío, que causan pérdida de fertilidad y, en muchos casos, la muerte de ejemplares que acuden a beber a las gomas de goteo en verano, cuando hay escasez de agua en la demarcación. Y por otro la pérdida de efectivos por colisión con las alambradas, especialmente de rapaces de mediano o gran tamaño que no las llegan a ver en sus vuelos de caza.
Y para este tipo de aves tan valiosas que viven al amparo de este espacio natural tampoco se pueden olvidar otros impactos que puntualmente son perjudiciales. Entre ellos aparecen tendidos eléctricos peligrosos que orlan muchos parajes ribereños y que desgraciadamente aún no han sido corregidos. Ellos suponen una causa directa de muerte de demasiados ejemplares por choque o electrocución.
Y la caza. Pero la caza irresponsable; practicada por aquellos que no entienden que el monte es un ecosistema completo y en el que existen, además de las especies cinegéticas, otras que hay que respetar y admirar. De vez en cuando me llegan noticias del mal uso de escopetas en el ámbito del Magro y que no hacen más que dañar la imagen de esa mayoría de cazadores sensibilizados por el medio natural y que cumplen con sus obligaciones.
Por último, y tal como se ha comentado en anteriores artículos dedicados al río de la vida, hay una nueva problemática que cada vez es más evidente aquí: la proliferación de animales de origen foráneo. La situación es ya tan delicada que amenaza con poner en peligro la dinámica del ecosistema fluvial y desplazar a muchas especies autóctonas. Intrusos como moluscos y cangrejos entre los invertebrados, y galápagos y peces entre los vertebrados, agravan aún más si cabe la salud del querido Oleana.
Resiste viejo amigo, resiste.
Ha habido proyectos que trataron de revertir su situación, como el fallido Plan de Regeneración Medioambiental del Lecho del Río Magro que abarcaba desde su nacimiento en Caudete de las Fuentes hasta el embalse de Forata y que la Confederación Hidrográfica del Júcar lo ejecutó con más pena que gloria hace unos años. De poco, de muy poco sirvió la inversión. Francamente, una oportunidad perdida.
Poco antes del verano pasado se exponía públicamente otra propuesta que trata de insuflar vida al río y a la vega agrícola de su tramo requenense. En este caso partía de una entidad denominada Asociación para el Desarrollo Sostenible Aldeas de Requena y que fue creada con el apoyo y asesoramiento de la Diputación de Valencia. Su objetivo fundamental persigue la necesidad de recuperar el río Magro y su vega asociada para generar nuevas oportunidades socioeconómicas basadas en el concepto del Desarrollo Sostenible.
No sé en lo que quedará esto. Espero que tenga más éxito que el proyecto anterior. Pero desde luego, el río sólo se salvará si la sociedad entiende este espacio natural como algo propio; como algo valioso. Un entorno de incuestionable valor histórico, cultural, social y, por supuesto, natural que identifica a una comarca cuya supervivencia corre paralela al río que la vertebra.
El nexo de unión de Requena y Utiel está pasando por momentos críticos. Uno de los signos de identidad de nuestros pueblos. El río se muere; el río se seca. Otra vez el Magro está contra las cuerdas.
Con el Cuaderno de Campo de hoy son ya cincuenta los ensayos que sobre la naturaleza de la Meseta de Requena-Utiel han aparecido publicados y siempre con la esperanza puesta en la sensibilización de la sociedad con su medio ambiente. No es una casualidad que la temática que se ha escogido para esta efeméride sea un análisis sobre el deterioro de uno de nuestros espacios naturales más importantes de la comarca.
Y es que merece la pena intentar salvar al río, otra vez más, de su lamentable estado de abandono en el que se encuentra. En estos últimos textos se ha querido divulgar los tremendos valores naturales que aún conserva este cauce y que muy posiblemente habrán sorprendido a más de un lector. Pero hace falta algo más. Es necesario que el ciudadano se implique activamente en su defensa y protección.
El ser humano forma parte del medio ambiente; no lo olvidemos. Medio ambiente que muchas veces parece que esté lejano por nuestra ajetreada rutina y las prisas del día a día. Y a veces hay que parar y tomar aire. Sólo entonces nos daremos cuenta que delante de nuestros ojos pasa un río valioso y cargado de vida. Nos daremos cuenta de que ese medio ambiente, está ahí mismo. Solamente hacía falta en que reparáramos en ello.
El Magro pasa por malos momentos y necesita ayuda. Tu ayuda y la de las administraciones públicas. Hoy más que nunca cabe reivindicar aquella noble proclama:
¡Salvemos el Magro!
JAVIER ARMERO IRANZO