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LA BITÁCORA DE BRAUDEL. Por Juan Carlos Pérez García.

Dedicado a Magdalena, alcaldesa.

En otro tiempo los sermones constituían la clave que permitía entender muchas facetas de la naturaleza humana. Los sermones influyentes de hoy en día no son tanto los religiosos como los políticos y sociales. El sermón del cura, el 1º de mayo en la fiesta de Los Ruices, entregada a la Virgen del Milagro, hizo hincapié en la relación raíces-aldea-cristianismo. Fue un buen sermón, de los que llegan al interior, volcado en el terreno religioso; pero interesante por subrayar la importancia de los nexos intergeneracionales.

63 años hace que se estrenó Ciudadano Kane; muchos de los asistentes a las fiestas de Los Ruices tienen edades similares o superiores. La obra de Welles llegará a los 70 como una obra maestra que es; el sermón del cura llegó a los corazones de sus feligreses porque apeló al reencuentro anual de las gentes con sus antepasados, sus raíces, sus particulares Rosebud.

El magnate Hearst, personaje que inspira al Kane de Welles, tenía 77 años cuando se estrenó la película en 1941; entonces ya había construido un emporio con la prensa y era un personaje extraordinariamente influyente y poderoso. Los Ruices acababa de salir de la guerra civil; desconocían sus habitantes la durísima postguerra que los aguardaba; iban a construir pronto su ermita, una especie de tarea colectiva que soldó a una pequeña comunidad aldeana para afrontar el futuro. Rosebud era el viejo trineo de Kane, añorante de sus raíces populares. Las malas lenguas dicen que, en realidad, el director Orson Welles se enteró que el crápula del multimillonario Hearst tenía una amante ardorosa cuyo pubis encandilaba al viejo; el anciano Hearst, al parecer llamaba a ese pubis Rosebud.

Nuestras aldeas se despueblan. Las ciudades les chupan la población. No pueden competir en servicios, ocio, trabajo. Quizás sea ley de vida. Pero vale la pena echar la vista atrás; echar un ojo a estas raíces, sobre nuestro Rosebud particular.

Vivimos en una comarca en la que el dualismo aldea/ciudad ha sido acrisolado por la historia. Estos objetos, aldea y ciudad, han acogido durante siglos diferentes tipos de relación. Interesa repasarlos porque de aquí se derivan algunas lecciones que nuestras clases dirigentes deberían tener más presentes de lo que las tienen.

Durante siglos, el binomio aldea/ciudad se resolvió bajo la hegemonía de la segunda, que se comportaba como una cabeza rectora e incluso como una madrastra poco consciente de la energía que las aldeas le proporcionaban. A veces sus exigencias eran desproporcionadas e injustas; los habitantes del Camporrobles de los siglos XVII y XVIII experimentaron en sus carnes lo implacable que podía ser la orgullosa Requena cuando se trataba de tributar y enviar mozos al ejército. El ayuntamiento requenense los exprimía al extremo, aunque puede que los de Camporrobles llorasen más de la cuenta para lograr su interés: separarse.

Esta era de alguna forma una relación clásica. Utiel reprodujo la misma dinámica en su propio territorio. Los tiempos eran propicios a este tipo de manejos. Estas fórmulas de abuso empezaron a transformarse durante el siglo XVIII y especialmente durante el siglo XIX. Las comunidades aldeanas se multiplicaron al calor del ascenso de las hectáreas de tierra cultivada. Los vecindarios de las aldeas se hicieron numerosos. Los ayuntamientos tenían en las aldeas a mucha población. El comercio tenía en ellas a muchos clientes; los tenderos aguardaban el momento en que los aldeanos recibían los pagos por sus cosechas e iban a gastarlos en el pueblo. Ahora la relación era diferente: existían lazos múltiples entre aldea y ciudad. Seguían existiendo los fiscales (pago de impuestos) y también los lazos derivados de las levas del servicio militar. En cambio, la relación mercantil era más poderosa que nunca.

El desarrollismo y el despliegue en las últimas décadas del Estado del bienestar ha introducido un factor nuevo a favor de uno de los polos del binomio: la ciudad. El abandono de las aldeas ha llenado las ciudades y vaciado las aldeas. Así, la media de edad de las aldeas es muy alta. Los jóvenes residen en la ciudad, más atractiva desde todos los puntos de vista. El regreso al Rosebud de los orígenes se cumple periódicamente: fines de semana, fiestas, etc.

Sin embargo, ¿qué nueva relación se establecerá a partir de esta crisis demoledora? Las ciudades de nuestra Meseta, tanto Utiel como Requena, ya casi carecen de aldeas con las que interactuar. Las relaciones son entre ellas mismas y cara al exterior. Sin embargo, no parece que las autoridades asuman los riesgos de no cuidar el testimonio de lo aldeano. El descuido de las aldeas es el descuido de sí mismos. Ni Requena ni Utiel poseen ya una retaguardia aldeana que las nutra demográficamente. Pero ¿son conscientes de que descuidar las aldeas acarrea perder los beneficios de la llegada de las gentes oriundas de estas pequeñas comunidades aldeanas y perder los lazos con los descendientes desperdigados por otros lugares de la geografía española? ¿Acaso no está aquí, en el regreso permanente del emigrado, aunque sea por unos días, un nexo con las nuevas generaciones y quizás con una nueva palanca para conquistar el futuro? La verdad es que la alcaldesa Magdalena ha conseguido volver a soldar a un pueblo, conferirle unidad, ganándose así una admiración y reconocimiento singulares.

En Los Ruices, a 2 de mayo de 2014.

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