EL OBSERVATORIO DEL TEJO / JULIÁN SÁNCHEZ
Ignoro si consciente o inconscientemente, pero Juan Carlos Pérez en su artículo de la pasada semana en su Bitácora de Braudel, da en el clavo al definir mediante una acertada frase el núcleo de la crisis griega: “Nuevamente el alma del Sur parece enfrentarse a la moral puritana del Norte”.
Esa es la diferencia y la cuestión entre dos bloques, dos culturas poderosamente diferentes en su concepción de los sistemas económicos y sociales de una comunidad. El romanticismo propio del sentido del alma de los terruños del sur, en contraposición con la praxis y el sentido del sacrificio y desarrollo fundamental propio de los países del norte: El fundamento ateniense contra el espartano (por algo dicen los griegos que son el origen de Europa con sus virtudes y defectos), conciliar todo esto es algo tan difícil como mezclar agua con vino sin que se resientan las propiedades de ambos productos.
Las dificultades de gobierno de la Unión Europea devienen de su propia naturaleza. Es francamente arduo aunar criterios de gobierno cuando lo único que hoy por hoy existe es una unión económica, sin que a ningún efecto haya tenido lugar la unión política. En consecuencia, todo estado se resiste a abandonar su soberanía en beneficio de un mandato superior y, para solucionar esta carencia, la UE acordó regirse, según protocolo establecido en la ciudad holandesa de Maastricht, mediante una confluencia multidisciplinar de todos sus estados miembros, con el objetivo de venir a suplir esta carencia de unión política, sin llegar a percibirse en qué situación habría de quedar el consorcio, caso de fallar el hecho multidisciplinar como ha sido el caso, por lo que el conflicto deviene servido y el problema queda habilitado encima de la mesa.
Hacer coincidir mentalidades tan dispares como las que pululan por el sur del continente europeo con las propias del centro-norte viene a ser, hoy por hoy, algo tan dificultoso como propiciar la cuadratura del círculo y de ello deviene la problemática que en este momento hace temblar los cimientos de un bloque de la importancia en el orden socioeconómico mundial como viene a ser la Unión Europea.
Cuando doy forma al presente artículo, ignoro cuál va a ser al resultado del anunciado referéndum convocado por Alexis Tsipras para el próximo día 5 de julio pero, mucho me temo que, sea cual fuese el resultado de dicho referéndum, la solución vaya a ser la misma; seguir la negociación a cara de perro y tratar de encontrar el acomodo a una medio componenda que alcance a salvar la cara de las partes, simplemente porque la problemática continuará siendo exactamente la misma: Esparta contra Atenas o, Norte contra Sur, que me da lo mismo.
El próximo día 6 de julio, independientemente de lo que las urnas manifiesten, Grecia seguirá sin poder hacer frente al pago de su deuda con el FMI el día 30 de junio, por lo que esta circunstancia lo convertirá oficialmente en un moroso y, en consecuencia, el resto de países e instituciones que han prestado a Grecia le considerarán igualmente un cliente moroso. Entre ellos se encuentra su principal valedor el BCE, organismo que ha seguido inyectando euros en los cajeros griegos de manera más intensa en las últimas semanas, consiguiendo con ello evitar el colapso total de la sociedad griega. Y alguien al llegar a este punto podría preguntar: ¿Qué sentido tiene que Grecia no amortice al BCE el dinero que le ha de devolver en junio y, sin embargo, la entidad siga ayudando a los bancos griegos a atender las peticiones de retirada de euros de sus clientes? Pues porque sencillamente no es una obra de caridad hacia Grecia de la entidad responsable de manejar la política monetaria en Europa, sino que ello viene a ser una especie de préstamo por el que les cobra intereses, intereses más altos de los que pide a otros bancos europeos. ¿Por qué? Porque las entidades griegas van por la vía “ventanilla de urgencia” (ELA) y esa es la más cara.
La situación a la que ha llegado Grecia como consecuencia de su espíritu romanticista del sur viene a quedar de la siguiente forma: Tras cinco años de ajustes, el país griego, una economía algo menor que la Comunidad de Madrid, sigue en la cuerda floja. Su deuda exterior asciende a 342.200 millones de euros. De los cuales adeuda 141.100 millones al Fondo Europeo de Rescate, 27.000 millones al BCE, 25.000 millones al FMI. También hay créditos bilaterales (52.800 millones), bonos (67.500 millones), letras del tesoro (15.000 millones) y otras vías de financiación (13.000 millones).
Esta situación insostenible provocó en su día la caída del anterior Gobierno a finales de 2014 y que el nuevo, liderado por Alexis Tsipras, haya tenido que negociar la prórroga del rescate actual pactado en 2014. Es el precio por haber vivido por encima de sus posibilidades durante mucho tiempo. Le han rescatado ya en dos ocasiones y, como consecuencia de ello, si quiere seguir recibiendo ayuda de sus socios tendrá que hacerles, quieran o no, un poco de caso y reformar, recortar y subir impuestos para generar dinero con el que devolver las deudas. No deviene muy razonable, en consecuencia, la pretensión de seguir pidiendo dinero pero ir a la tuya. La gente no se puede jubilar con 52 años, ciertos productos de la compra no pueden tener un IVA tan reducido que afrente al impuesto que deben pagar los ciudadanos de otros países miembros quienes, mediante sus propios tributos propicien dichas ayudas. Eso es ya inimaginable y el norte ya está más que harto de todas éstos desplantes y chulerías.
La idea de cortar el grifo a los bancos griegos puede hacerse efectiva en cualquier momento, el propio Mario Draghi ha comentado que está preparado para revisar esta situación. Hay que recordar a este respecto el caso de Chipre país que ante la inminencia de corte financiero se sometió a cuantas propuestas le vinieron de la UE para reconvenir su economía.
No parece ser ésta la respuesta que, en principio, parece ofertar el Gobierno de Syriza encabezado por el pertinaz ministro de economía Yanis Varoufakis, quien lanza el órdago de preferir cortarse un brazo que firmar nada. Varoufakis propicia su órdago mediante la creencia de que si Grecia cae, otros países pueden seguirle: Irlanda, Portugal, España, Italia. El griego especula que aunque Grecia no es una economía muy grande en la unión monetaria, no obstante sería motivo suficiente para que todo se venga abajo, ese es su argumento y la baza de fuerza que supuestamente juega a la hora de la negociación.
Pero sucede que los del norte comienzan a estar hartos de trabajar para correr con las “juergas” de los del sur y piensan que por alguna parte habrá de romperse la cuerda si quieren volver al espíritu multidisciplinar que propicie una convivencia más justa y razonable en el seno del consorcio. Países como Suecia, Finlandia o Dinamarca quienes alcanzan una presión impositiva próxima al 59%, se proclaman más que empachados de sufragar con sus impuestos las frivolidades de los populismos del sur y también podrían en su momento recurrir a su legítima soberanía propiciando un referéndum doméstico al respecto y: ¿Qué sucedería si el mismo reflejase su oposición a seguir financiando situaciones como la que estamos comentando? No creo que haga falta aclarar mucho a este respecto.
El fondo de esta cuestión no viene a ser únicamente la idea de tratar de llegar a un acuerdo simplemente por compromiso y a ver qué pasa, sino de encontrar la manera de que la economía griega pueda valerse por sí misma sin contar con el apoyo de otros. Así, el ministro alemán de Finanzas Wolfgang Schäuble, no dudó en calificar de «hecho irresponsable» el comportamiento del nuevo Gobierno de Grecia y recordó que no resulta de mucha utilidad insultar a los que les han prestado apoyo y claman porque sigan prestándoselo. Esa es la esencia de un populismo que obvia la idea de que todo desarrollo sostenible ha de estar basado en el trabajo y no en la dádiva, disociando los derechos de los deberes y la libertad del sentido de la responsabilidad.
Como diría un viejo refrán español: “Del cuero salen las correas”, el romanticismo del sur no puede intentar el bastimento de sus propias correas si antes no ha sido capaz de proveerse del indispensable cuero. Si Esparta se cansa de proveer de cuero a Atenas, sencillamente porque no ve clara la posibilidad de que la ciudad de la Acrópolis vaya a ser capaz por si misma de convertir en correas aceptables toda esta materia prima, no culpemos de ello a los espartanos, a lo mejor debemos mirar dentro de nosotros mismos si no sería mejor aprender a pescar que no que nos den el pescado, aunque sea mucho más costoso lo primero que lo segundo, siempre sería más conveniente y rentable. Esa debería ser la cuestión.
Julián Sánchez