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Requena (20/06/17)LA HISTORIA EN PÍLDORAS /Ignacio Latorre Zacarés 
Si la píldora pasada les relataba la anunciada, preparada y no recibida visita de Felipe III en 1599, cuando las gentes de Requena y Utiel se quedaron compuestas y sin novia (sin Margarita de Austria-Estiria para más datos); en esta ocasión sí hablaremos de una visita real inesperada.

El escritor gallego Torrente Ballester dio por nombre a una de sus últimas obras “Filomeno a mi pesar” porque pesares te causa que te adjudiquen ese nombre de pila, aunque muchos lo lleven a gala como mi amigo castellonense Filiberto, hijo a su vez de Filiberto y que continúa y ha hecho continuar la tradición familiar de “Filis” y su hijo también lo lleva (suponemos sin pesares). Así pues, Filiberto es Filiberto sin pesar (un gran tipo), pero el que vino a su pesar a Requena fue, ni más, ni menos, que Francisco I de Francia.

Si hubo una gran rivalidad en la primera mitad del siglo XVI fue la Francisco I (1494-1547) contra nuestro Carlos I. La corona imperial y los territorios italianos fueron los ámbitos de mayor disputa y el francés no dudó aliarse incluso con el turco para conseguir sus propósitos. No fue de fiar Francisco I que rompía pactos y armaba guerras con suma facilidad.

Pero durante varios conflictos le pintaron bastos, especialmente en la batalla de Pavía.

El impulsivo Francisco I había cruzado los Alpes y el 24 de febrero de 1525 se enfrentó con las tropas imperiales de Carlos I en plena pugna por los territorios del Milanesado. La derrota del francés en Pavía fue severísima, pero, además, Francisco I fue derribado de su montura y al poco se vio con el estoque al cuello del vasco Juan de Urbieta. Pero como vieron que los ropajes preconizaban la altura del personaje, en vez de cortarle el gaznate como era lo habitual, lo tomaron preso. Por lo visto Francisco I pudo decir “La vida que soy el rey” y cuando el de Hernani le pidió la rendición, aún tuvo arrestos de proclamar que sólo se rendía ante el emperador. ¡Qué sorpresa cuando se dieron cuenta de que el señor con cuidada armadura era el rey de Francia! ¡Menudo botín para Carlos I!

Francisco I, ilustre reo de Carlos I, fue trasladado a Madrid en un trayecto que nos describió fray Prudencio de Sandoval y Gaspar Escolano. Pero no se imaginen a un rey con grilletes y menospreciado; Francisco I fue conducido con el respeto, honores y loores que merecía todo un monarca francés.

Primero arribó al puerto de Barcelona, a mediados de junio de 1525, donde tuvo un solemne recibimiento con salvas de artillería. El 29 de junio de 1525 desembarcó en el Grao de Valencia con una escuadra naval de cuatro bergantines y veintiuna galeras bien ornamentadas (quince de Carlos I y seis del mismo Francisco I). En Valencia corrió la noticia como la pólvora, sonaron las campanas del Miguelete y los ciudadanos se desplazaron al puerto para ver al rey de Francia. Pero Francisco I no estaba por la labor y durmió en el propio navío la primera noche. No obstante, finalmente, a la madrugada tomó tierra y fue recibido por lo más de lo más de la Valencia del momento. Pinazo recreó la escena en un cuadro de 1876 donde Francisco I con todos sus ropajes y bajo alfombra recibe las reverencias de los notables valencianos. En mula se trasladó a su alojamiento en el palacio real y al día siguiente conversó con la afectuosa Germana de Foix con la que poseía lazos familiares.

A Francisco I, a pesar de su condición de preso, se le trató como lo que era, uno de los grandes reyes de la cristiandad. Fue trasladado a su recinto de cautiverio que no fue otro que el castillo de Benisanó de Jerónimo de Cavanilles. Pero no crean que penó mucho el francés, pues en su estancia de dieciocho días se le entretuvo con cacerías, recitales poéticos, bailes y regocijos varios. Cárcel de oro, pues, y rodeados de la crème de la crème.

Pero su verdadero destino era Madrid y hacia el 20 de julio emprendía trayecto. Antes, en un gesto de generosidad, tiró por la ventana toda su vajilla de plata para agradecer al pueblo valenciano su comportamiento.

Y como ya sabemos, gracias a Muñoz y Urzainqui, cuál era el camino más corto, allí que se nos viene a Requena tras la obligada pernocta en Buñol (aún no estaban Pedro García y Manel Pastor por allí para recibirlo). En su trayecto valenciano iba escoltado por el gobernador de Valencia, el citado Jerónimo de Cabanilles, señor del castillo de Benisanó donde estuvo preso; el conde Oliva; un caballero del conde de Oliva y otros personajes.

El 22 de julio de 1525 a mediodía Francisco I traspasó la frontera de Castilla y apareció por Requena con notable corte que incluía a ilustres apresados como al propio Enrique II de Navarra, Marin de Montchenu, barón de Montchenu y compañero de infancia de Francisco I; Tomas Lautrech; Philipe Chabot, gobernador de Valois y de Borgoña; Jean de la Barre, preboste de París y otros. ¡Vamos que descalzo no iba!

Francisco I entró a Requena escoltado por trescientos soldados comandados por el experimentado militar conquense Hernando de Alarcón, que se encargó de toda la custodia de Francisco I hasta Madrid y de allí a Bayona y de Carlos de Lannoy, el borgoñón virrey de Nápoles.

En Requena, ya en Castilla, le esperaba Francisco Ruiz, obispo de Ávila con mucha caballería como señal de bienvenida que fue bien percibida por el francés. Al parecer, Francisco I pernoctó en la casa de Alonso Hernández Cobo que mencionan junto a la Iglesia de Santa María y, por tanto, debe ser la actual de Jorge Vera de Leyto, cuya figura bien podía pasar por descendiente de los caballeros de la nómina.

A los de Requena parece que les pilló desprevenidos, pues en las actas no se menciona ningún preparativo, ni gasto al respecto, tal como solía realizarse ante cualquier acontecimiento o visita real.

De Requena fue conducido el monarca hasta Guadalajara donde las crónicas resaltan como el duque del Infantado le hizo un recibimiento de órdago que dejó maravillado al francés. Y de allí a Madrid donde fue alojado en la Torre de los Lujanes (en la plaza de la Villa de Madrid donde se instaló un telégrafo óptico en el siglo XIX) y el Alcázar, sin renunciar a la caza y expediciones campestres. Así que razón tuvo cuando el rey francés le dijo a su madre Luisa de Saboya: «Todo se ha perdido, menos el honor y la vida».

Francisco I apeló varias veces a la generosidad del emperador Carlos con letras como la que siguen: “Mucho vos suplico comencéis a determinar en vuestro corazón qué es lo que vos placerá facer de mí. Y en este caso téngome por dicho que lo haréis como se espera en un príncipe tal cual vos sois, es a saber, acompañado de honra y afamado de magnanimidad”.

Finalmente, se firmó el Tratado de Madrid de 1526 que dejó libre al francés, aun dejando a sus dos hijos como rehenes en España y renunciando a muchas de sus pretensiones territoriales. Pero Francisco I, que ya dijimos que era poco de fiar, en cuanto cruzó los Pirineos se desdijo del tratado por decir que estaba bajo coacción.

En el arrabal medieval de Requena subsiste la calle Rey de Francia, pero hay divergencias sobre a qué monarca francés le dedicaron la calle. Una de las posibilidades (bastante creíble) es a San Luis o Luis IX al que la leyenda atribuye la entrega de la imagen de la virgen de la Soterraña a los infantes de la Cerda, fundadores del convento del Carmen, el primero en Castilla de los carmelitas. Bernabéu y Yeves dan más posibilidades a que la vía se dedicara al cautivo Francisco I que a su llegada desde Buñol atravesaría el antiguo Portalejo de Requena donde se ubica la vía. Pero la calle sigue allí y la polémica también.

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