Requena (06/06/17) LA HISTORIA EN PÍLDORAS /Ignacio Latorre Zacarés
Empieza junio y el aire huele a fiesta. Las comisiones de la Fiesta de la Vendimia inician sus verbenas de barrio y muchos núcleos de la Meseta realizan festejos en honor de santos varios: san Antonio de Padua, san Juan, la Virgen del Carmen y otras advocaciones hasta que finaliza el ciclo festivo con las septembrinas vírgenes de la Soterraña, el Remedio y de Tejeda. En medio, las fiestas de verano de toda aldea y pueblo que se precie.
Las fiestas se han utilizado y utilizan con fines diversos y ya los Austrias las dotaban de un significado de propaganda política. Todos los acontecimientos reales se celebraban: bodas, nacimientos, exequias, coronaciones, victoria militares… Para estos festejos se apercibían a las poblaciones mayores que debían realizar sus arcos triunfales, procesiones, alzamientos de pendón, luminarias, toros y juegos ecuestres, torneos, espectáculos teatrales y un sinfín de acciones. Era condición insoslayable que la fiesta fuera un estallido colectivo de júbilo y, por ello, se convocaba a toda la población (que tenía pocos motivos de fiesta generalmente ante las condiciones de vida que padecían).
La fiesta pública oficial más extraordinaria acontecía cuando el rey y/o la reina con su luenga corte visitaba una población. En este caso, los preparativos por parte de los concejos eran notables y costosos. Felipe II y su hijo Felipe III concedían mucha importancia a las entradas reales, especialmente las que se dedicaron a sus nuevas esposas en las grandes ciudades hispánicas y en la corte.
Y, en eso estamos, porque repasando por otros motivos unas actas de fines del siglo XVI, nos encontramos con una importante noticia. El 15 de enero de 1599 llegó a Requena una carta del corregidor diciendo que “hase çierta la venida de Su Majestad por el partido de Chinchilla” y que “se prevenga de caza para la provisión de la casa real”.
Efectivamente, Felipe III, recién coronado, estaba presto a ratificar la boda que había realizado por poderes con su prima Margarita de Austria-Estiria en Ferrara en noviembre de 1598. Y la ratificación iba a acaecer en la ciudad de Valencia, quizás por influencia de su valido, el influyente Marqués de Denia y Duque de Lerma. Al parecer, la primera idea era realizar el viaje por el camino real de Pajazo visitando la comarca.
Lo primero que acordó el Concejo de Requena fue convocar a todos los cazadores de Requena y sus aldeas a por caza mayor y menor que se debía entregar al alcalde mayor y además se debían despachar dos reses mayores, veinte pares de perdices y veinte de conejos (el camino da su hambre). Pero, además, como los regidores eran previsores, dicen que, aún no estando clara por dónde iba a ser la vuelta desde Valencia a Madrid, seguramente sería por Requena por ser el camino más “derecho”. Así, ante la incertidumbre y la falta de cebada para las caballerías se embargó la cebada de las tercias y las casas particulares y se echaron candados a las boticas para que no se produjeran extracciones.
Pero tres días después llegaba una carta que pintaba mal. Chichilla le pedía a Requena que por el paso del rey por su aldea de Bonete le socorriera con trigo, cebada, cabritos, conejos, gallinas, capones, perdices y más abastos. Pero Requena contestó que ya tenía bastante con abastecer el paso del cortejo real en su ida a Valencia y esperada vuelta a Madrid y que, además, con la distancia y lo montuoso del camino chinchillano el pan cocido se haría malo.
Los de Requena, y los de Utiel aunque no se conserven sus actas, se quedarían de piedra cuando pudieron comprobar que el rey elegía otro camino para arribar a la ciudad del Turia. Pues sí, por una carta certificada (la primera que se ha encontrado en España), sabemos que el rey estaba en la localidad conquense de Las Pedroñeras, que por entonces aún no cultivaba su famoso ajo morado, un 28 de enero de 1599. Felipe III iba discurriendo sin prisas por el recorrido de la posta. El 4 de febrero alcanzaba Almansa y desde allí desvió su viaje hacia Denia donde apareció el 11 de febrero. Allí fue agasajado por el Marqués de Denia durante una semana con obras de teatro, torneos, fiestas, cacerías y demás entretenimientos (no sabemos si gamba rayada también). El 21 de febrero el cortejo real arribó a Valencia, tras treinta y un días de camino.
La reina, Margarita de Austria, zarpó desde Génova hasta el puerto de Vinaroz donde llegó el 28 de marzo y el 18 de marzo de 1599 se confirmó la boda en la catedral de Valencia. La estancia de los reyes en el reino de Valencia se prolongó durante muchos meses y los festejos fueron de órdago.
Pero quedaba la vuelta de los reyes ya confirmados en su desposorio. Y llegó una buena nueva. El 1 de abril de 1599, Francisco de Gudiel, alcalde de casa y corte, confirmó la vuelta del rey a Madrid por Requena, ordenando que se proveyera el pueblo de trigo, vino, cebada y lo que fuera necesario. Además, se presentó en la Villa y obligó a mejorar hasta dos veces el camino real desde la raya del Reino de Valencia a Requena y desde Caudete hasta el Pajazo en el Cabriel, unas ocho leguas. Bernardino Porta recibió 402 reales del aderezo del camino de las difíciles cuestas de Pajazo para hacer más amable y llevadero el paso del rey. Estuvieron para ellos trabajando 67 peones durante dos días.
Requena se puso en marcha y se acordó que de todos los mantenimientos, aderezos de caminos, cosas de policía, enramadas y posadas que pidió el alcalde de corte se hiciera con presteza y abundancia mediante comisiones de regidores. Además, previsores ellos, decidieron apuntar todos los gastos y preparativos en un legajo, así como lo que se gastara y lo que no.
Se acordó también que se notificara a Jorquera y Ves y sus aldeas el mandamiento del alcalde de corte para que acudieran con los bastimentos y provisiones y que se comunicara al corregidor Alonso Ramírez de Arellano, que residía en Chinchilla, sobre la venida real.
El problema mayor era conseguir las setecientas fanegas de cebada necesarias para la caballería y se decidió realizar un repartimiento entre los vecinos de la villa y aldeas y de lo que se había embargado a Alonso de Rojas que era el administrador del puerto seco. Como no se llegaba al cupo, se acordó comprar cebada a los hidalgos y caballeros de la nómina, pero, eso sí, pagándoles con anterioridad. Y cómo aún no se alcanzaba el mínimo, se decidió que el alférez Miguel Zapata fuera a Valencia a hablar con los jurados para que prestaran cien cahíces de cebada y si no los quisieran prestar que se compraran a un precio “cómodo” como en anteriores ocasiones. De la cámara del Concejo se tomó trigo para elaborar harina.
Debía ser una entrada propia de los Austrias y así se acordó realizar seis arcos y ejecutar cuatro danzas por los oficios que hay en la Villa. Además, se debían aprestar doscientos hombres con arcabuces, los mejor aderezados, con plumas y demás al ornato de la soldadesca, una antigua fiesta de carácter bélico en que los civiles imitaban las armas, insignias y ejercicios de los ejércitos y que se acrecentó a partir de la batalla de Lepanto en 1571. En muchos casos, la soldadesca fue el precedente de los “moros y cristianos”.
El procurador síndico, Martín Pedrón, era el encargado de lograr el surtido de carbón y leña cortando los tocones secos de las carrascas dejando horca y pendón.
En Utiel también invirtieron sumas considerables en festejos, danzas e iluminaciones esperando la anhelada visita de Felipe III en su vuelta a Madrid. El cronista Ballesteros, que pudo leer las actas utielanas, nos describe los suministros que prepararon los utielanos para el recibimiento real (átense las alpargatas): 500 fanegas para hacer pan; 500 gallinas buenas y gordas; 40 capones; 50 pares de perdices; 50 cabritos; 8 terneras; 7.000 huevos; 20 carretadas de leña; 150 cántaros de vino blanco y 4 tablas de carneros y otras tantas de tocino. Pero por si la visita acaeciera en viernes de vigilia o sábado se debía preparar 30 arrobas de pescado seco y remojado; 20 de curadillo (bacalao); 2 de sardinas y 10 de buen atún, truchas y peces.
Pero los requenenses no se fiaban del todo (con razón) y el 12 de agosto de 1599 decidieron que el alférez mayor y otro regidor fueran a besar la mano de Su Majestad y pedirle que en su vuelta a Castilla pasara por Requena y diera licencia para poder gastar mil ducados en fiestas, aderezos y ornatos varios.
Razón tenían, pues finalmente, ya casado, Felipe III no se iría a Madrid, sino a Barcelona que cuando supo la noticia se pusieron prestos a preparar grandes festejos. Cundió el desánimo entre los comarcanos que tantas previsiones y provisiones habían realizado. Como consuelo menor nos visitaron los archiduques Carlos II de Estiria y María Ana de Baviera, padres de la reina Margarita de Austria.
Pero, hete aquí, que revisando los libros de cuentas de la época en busca de otros menesteres, me encuentro con el apunte de un gasto de 56 reales por llevar unas camas a La Puebla del Salvador, en el camino real, para el servicio de la señora Archiduquesa de Austria, madre de la reina. Por lo visto, la posada o casa de la Puebla del Salvador no estaba a la altura de su alcurnia y las camas cruzaron el indómito Cabriel (“cosas veredes que non creyedes”).
Las consecuencias de la no visita real fueron rápidas. El 3 de agosto de 1600 el Ayuntamiento de Requena se percata de como sus bienes de propios estaban muy gastados y empeñados por los gastos realizados en los obsequios, túmulo y honras fúnebres de Felipe II, en el coronamiento de Felipe III (levantamiento del pendón), en los gastos por la ida y vuelta (que no se produjo) a Valencia del rey y los gastos de la visita de los archiduques.
Lo que más dolió fueron los gastos realizados por una visita que no se produjo: “aperçebirse en muchas cosas para la venida que tuvo por çierta de Su Magestad por esta villa los quales lo excusara si estubiera çierta que Su Magestad no abía de pasar por esta villa”. En los libros de cuentas indirectamente se da la culpa al alcalde de casa y corte, Francisco de Gudiel, que se personó en Requena y les obligó a gastar mucho dinero en el acondicionamiento del camino.
Una buena historia de Berlanga, todo un “Bienvenido Mr. Marshall” a lo comarcano. Pero requenenses y utielanos fueron resarcidos cuando Felipe III sí que nos visitó y se hospedó en 1603, pero eso ya se lo conté en otra píldora años ha (http://requena.revistalocal.es/la-historia-en-pildoras-que-viene-el-rey/).