LA BITÁCORA DE BRAUDEL /JCPG
Atribuido a Karl Marx, pero perteneciente, según muchos, al Romanticismo germánico y a Hölderling en particular, la expresión “Asaltar los cielos” viene designando el gran objetivo de la conquista del bienestar por las sociedades; es más, se ha convertido en latiguillo persistente en la propia izquierda. El siglo XX se inauguró con una conmoción mundial: la revolución rusa, que, pronto, debido principalmente al hambre, la guerra y la pericia estratégica de los líderes bolcheviques, llevó el poder al comunismo soviético. Éste completó la operación con un golpe de Estado contra la primera asamblea elegida democráticamente en Rusia por primera vez en su historia. La nueva ideología iba a impregnar a toda la sociedad, pero antes, de resultas de dicho golpe, provocaría una sangrienta guerra civil que ensangrentó la vieja Rusia durante los años 1920. Las ondas de la revolución se extenderían entonces por el mundo.
El viejo marxismo, nacido del marcadamente racional análisis de Marx, fue remozado por el ruso Lenin para servir a la instauración de una dictadura. La dictadura era supuestamente del proletariado, pero a juzgar por las víctimas que se cobraría más bien parecía una tiranía totalitaria. De hecho compartía, mal que pese a muchos, demasiados aspectos en común con el totalitarismo nacional-socialista de Hitler. Esto lo analizó muy bien Hannah Arendt y a su libro me remito. Sin ir más lejos, hay dos aspectos poco conocidos de este asunto de territorios comunes de los totalitarismos. De una parte, el racismo, bien conocido en el caso nazi, quizás también el caso del líder comunista soviético Stalin. Sin embargo, es poco conocido el furibundo antisemitismo de un líder socialista que goza de buena prensa buena prensa. Se trata de Salvador Allende, quien durante varios años gobernó dentro de un sistema democrático, Chile, siendo derrocado en 1973. Lo ha analizado magistralmente el filósofo Víctor Farías en Salvador Allende, … un libro esclarecedor, que coloca certeramente las figuras de cierta izquierda adorada entre muchos en su lugar en lo que respecta a la transformación social y el respeto a la personalidad humana. Farias no es sospechoso de derechismo infumable porque ya hizo lo mismo con Heidegger y con los nazis chilenos. No hay desperdicio en los discursos de Allende, pues hace gala de un pestilente antisemitismo y de una eutanasia destinada a los discapacitados.
Pero hay otro aspecto poco conocido. Se trata de la colaboración nazismo-comunismo. Se conoce, digámoslo ya, el papel que las dos ideologías tuvieron en la desaparición de Polonia en 1939, en el ahogamiento en sangre de la izquierda y la derecha polacas a lo largo de la guerra, etc. en este ambos, comunistas y nazis, tenían intereses comunes; vamos un interés común: acabar con cualquier oposición que les estorbara en la construcción de su totalitarismo. El caso de Francia está empezando a conocerse. La realidad es que, cuando la invasión nazi de Francia, amplios sectores del PCF colaboraron con los hitlerianos; no parece que sintieran muchos escrúpulos cuando delataban a gente del socialismo francés o de la derecha cristiana. De hecho, el líder del comunismo francés por aquellos años, Maurice Thorez, se vio obligado a exiliarse a la URSS cuando aparecieron las evidencias de este colaboracionismo.
En fin, la revolución. Terminaré con algo que me parece simplemente genial y que aclara cualquier aspecto de estos procesos revolucionarios. Richard Brooks, dirigió una película extraordinaria, repleta de diálogos y escenas geniales: Los profesionales, donde aparecen con papeles magníficos Lee Marvin, Jack Palance, Burt Lancaster, Woody Strode, Robert Ryan. Brooks era uno de esos auténticos progresistas de Hollywood y elaboró unos diálogos que son verdadera poesía. En el duelo entre Lancaster y Palance, el personaje del segundo dice “Supongo que sabes que uno de los dos ha de morir”. Lancaster contesta: “Es posible que los dos”. Sigue Palance: “Morir por dinero es una estupidez”. Lancaster: “y morir por una mujer más aún”.Y sigue. Palance le dice que algunos murieron por el ideal de la revolución, un ideal bello y noble. Lancaster le responde: “Cuando el tiroteo termina, los muertos se entierran y los políticos entran en acción. El resultado es siempre el mismo. Una causa perdida”. Palance: “La revolución es como la más bella historia de amor, al principio ella es una diosa, una causa pura, pero todos los amores tienen un terrible enemigo”; Lancaster: “¿El tiempo?”. Palance: “Tú la ves tal como es. La revolución no es una diosa, sino una mujerzuela; nunca ha sido pura ni virtuosa ni perfecta…así que huimos y encontramos otro amor y otra causa, pero son asuntos mezquinos, lujuria, pero no amor; pasión pero sin compasión; y sin un amor, sin una causa no somos nada. Nos quedamos porque tenemos fe, nos marchamos porque nos sentimos desengañados, volvemos porque nos sentimos perdidos, morimos porque es inevitable”. Es posible que muchos en la Venezuela de hoy y en otros lugares del mundo tengan pensamientos cercanos a este diálogo magnífico.
En Los Ruices, a 17 de mayo de 2016.