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LA BITÁCORA DE BRAUDEL /JCPG

No puedo imaginarme, me resulta imposible plantearme, qué cosas y qué pensamientos pueden pasar por las neuronas de un imam musulmán cuando prohíbe hacer muñecos de nieve. Tiene pelendengues el asunto. Por lo visto andaba descansado. En Arabia, se entiende que la montañosa, la que da paso a la Arabia Feliz de la que hablaban los romanos, ha nevado y, como en tantos otros lugares, a algunos humanos les da por hacer muñecos de nieve. Al imam de marras se le ha oído decir que quedan prohibidos porque incitan a la lujuria y los pensamientos impuros. No había reparado en tales detalles, pero … Ya caigo: el palo que le ponemos en la nariz; esto es; claro, es evidente…

Las proporciones del absurdo son muchas veces incalculables. Pero, después de lo de París (y lo de Madrid hace una década) hay que tomarse algunas cosas en serio. No es lo del muñeco de nieve, sino el protagonismo enorme de la religión islámica en las sociedades del siglo XXI. ¿Por qué razones en la política actual el islam tiene mayor peso que cualquier otra religión del mundo? ¿Existe algún componente en la historia y el mensaje del Islam que haga que los musulmanes tengan más probabilidades de invocarlo en su vida política que los fieles de otras religiones?

No son interrogantes fáciles de responder. Ni recurriendo a Bernard Lewis, todo un clásico de la literatura histórica del Islam, o a nuestro Pedro Martínez Montávez, uno encuentra argumentos recios. Nuestra trayectoria histórica, desde finales de la Edad Media, se ha basado en el concepto de Estado-nación. Así se han configurado los diferentes países europeos. Han compartido una civilización, con referencia a la religión hasta 1700, pero separada de la misma desde entonces. Las naciones en Europa son un fenómeno secular. A nadie se le ocurriría asimilar a católicos, protestantes o luteranos con un pueblo. Son un pueblo los españoles, los polacos o los franceses.

Subrayo que la doctrina del laicismo de la organización política es un desarrollo reciente, muy reciente, iniciado en el siglo XVIII. En tiempos anteriores a 1700 la tradición religiosa de Europa tuvo claras pretensiones políticas. Hacia 1200 estaba en su plenitud la pugna de los poderes políticos con el Papa romano por la dirección de Europa, entonces identificada con la Cristiandad. Más tarde, también quedó claro que política y religión se identificaron. Veamos si no a los príncipes alemanes que abrazaron al protestantismo, o la estrecha simbiosis entre el protestantismo inglés y el nacionalismo de la dinastía Tudor. España, sin ir más lejos, tomó desde 1516 la bandera del catolicismo, siempre extraordinariamente amasado con harina política y dinástica: los objetivos de la dinastía de los Austrias.

Francia, la que ha protagonizado estos días los principales titulares, delineó un nuevo modelo desde 1789. La religión se convirtió en algo absolutamente irrelevante e incluso en un estorbo. Y la Europa contemporánea se ha asentado sobre este gran principio laico. Que resten elementos religiosos en algunos países, con Gran Bretaña o España, no es más que la constatación de su carácter residual. Lo constitutivo de estas naciones no es la religión, sino lo étnico.

Europa exportó este modelo contemporáneo en la expansión imperialista de las décadas finales del siglo XIX. Orgullosas de su poder industrial y financiero, las sociedades europeas se lanzaron al reparto del mundo, particularmente de África y de Asia, precisamente donde el Islam tenía más adeptos. El sello europeo ha quedado allí. Cuando la Segunda Guerra Mundial evidenció que la dominación europea de ese mundo no podía durar, la nómina de los miembros de la ONU se engrosó considerablemente, pero sobre todo se hizo evidente que los nuevos países descolonizados vivían un proceso de división social desde bases ideológicas.

Durante décadas las élites económicas y políticas, que habían sido empapadas de la occidentalización durante casi un siglo de dominación europea, mantuvieron el control de los países afroasiáticos musulmanes. Eran los privilegiados de unas sociedades que pudieron soñar con la libertad y la prosperidad. La Argelia de Huari Bumeddian estaba anestesiada por la propaganda de los heroicos luchadores por la independencia y el vigor de una economía exportadora de hidrocarburos. Esto sin irnos a esas naciones artificiales de Mesopotamia, hechas por franceses y británicos a la medida de los intereses de sus empresas petroleras.

La inmensa mayoría de las sociedades, los que no entraban en la élite ni en sus círculos de participación, confiaba en los luchadores de la independencia, aunque muchas de las políticas que patrocinaban pugnaran con las tradiciones del Islam. La mezcla de l insensatez de las élites gobernantes, el deterioro económico y la globalización que cuestiona los perfiles nacionales explican el retorno de la ideología fundamentalista incluso como clave para regir la convivencia de las sociedades.

La manera musulmana de ver las cosas es propia del Islam. La manera europea es absolutamente diferente. Seguramente en otras partes del mundo, las tradiciones habrán sido distintas. Pero esta no es la cuestión. Sino que las civilizaciones se hallan hoy en estrechísimo contacto, porque la civilización europea tiene en su seno a numerosos sectores sociales que pertenecen al Islam. No es una cuestión de fronteras; mejor: no es una cuestión de fuera de las fronteras; es una cuestión interna. En otro tiempo, Europa exportó su modelo de organización europeo, con resultados tan nefastos como los que sabemos e incluso seguimos contemplando no muy lejos de nosotros. Pero, ¿despertamos tanto odio como para que fervorosos musulmanes se auto-inmolen en atentados sangrientos? ¿No es posible una separación de la religión de los aspectos puramente sociales y de convivencia?

España ha tenido un pasado islámico. Pudo no haber sido España y haberse definido en sentido oriental como al-Andalus. Expulsados los moriscos en el siglo XVII, pareció definirse como un universo católico, pero por poco tiempo. En el siglo XIX la cápsula de cristal construida por el catolicismo estalló por los aires. La polémica religiosa sigue audazmente, teñida de política, como no puede ser menos, y así la mezquita de córdoba está en el núcleo de los debates.

Vuelve la religión al primer plano;y hay que ver con qué energía.

En Los Ruices, a 13 de enero de 2014.

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