LOS COMBATIVOS REQUENENSES.¡ // Víctor Manuel Galán Tendero.
A Rodrigo Díaz de Vivar nadie ha podido, puede ni quizá podrá ponerle doble llave a su sepulcro, pues prosigue ganando batallas y adeptos tras morir hace muchos siglos. También continúa despertando enemistades. El Cid de la leyenda tiene una vida muy larga y compleja. Ha cabalgado en la literatura, el cine y en la televisión, incluso en los dibujos animados. El histórico vivió en un tiempo tan competitivo como apasionante, el del siglo XI que asistió a la fragmentación de Al-Ándalus en Estados de poder desigual, las taifas, que se las tuvieron que ver con los expansivos cristianos del Norte y con los no menos ambiciosos almorávides.
Es curioso que su figura más destacada, a nivel popular, no sea la de un rey como Alfonso VI, sino la de don Rodrigo. Supo aprovechar como pocos la irrupción de los almorávides en la Península, como vio Menéndez Pidal, y se convirtió a su modo en un rey sin corona, según Ganivet. En su honor se escribió la Gesta Roderici Campidocti, anterior al celebérrimo Poema, muy posiblemente a fines del siglo XII, cuando los almohades se enseñorearon de Al-Ándalus y pusieron en dificultades a reyes como Alfonso VIII de Castilla. Entonces, Sancho el Fuerte de Navarra llegó a dirigir tropas de los califas almohades en Marruecos y el también navarro Pedro Ruiz de Azagra se talló el señorío de Albarracín. Al fin y al cabo, el abuelo de aquél, García V el Restaurador, era hijo de doña Cristina, una de las hijas del Cid. Con navarros y aragoneses, cuando estaban unidos, se alió don Rodrigo en el 1093.
El Campeador había alcanzado años antes Requena. Su paso y huella legendaria ha sido estudiado por Feliciano A. Yeves. Reconciliado temporalmente con Alfonso VI, emprendió desde el Duero una expedición hacia el Sharq Al-Ándalus en el 1087, según Huici Miranda. Alcanzó las cercanías de Valencia y se enfrentó con el conde de Barcelona Berenguer Ramón II, que se retiró finalmente por Requena hacia Zaragoza y sus dominios, como refiere la Gesta.
Tras someter a tributo a Valencia e incursionar por las montañas de Alpuente, estableció su base de operaciones en Requena, donde permaneció cerca de un año, si seguimos las indicaciones de Huici Miranda, antes que Alfonso VI emprendiera el asedio del castillo de Aledo.
Lo que verdaderamente hizo en Requena durante ese tiempo no lo sabemos, aunque la tradición local se ha complacido en hablar del palacio del Cid. Ubicada en una encrucijada de caminos, permitiría tener noticia de los acontecimientos hispanos a don Rodrigo. Entonces tuvo que mantener contenta a su hueste, que no le seguía por mera devoción. Si atendemos a su proceder en puntos como Alpuente, impondría muy posiblemente algún tipo de tributo a las gentes de Requena.
Sería interesante conocer qué pensarían aquéllas del Cid y su tropa. Es probable que su opinión se acercara mucho más a la de los musulmanes valencianos que deploraron su posterior dominio que a la de los requenenses actuales. Los andalusíes del siglo XI terminarían inclinándose en su día a día por la opinión de Ibn Hazm, para el que las monedas de oro y plata se transformaban en ruedas que circulaban en mitad del infierno, para el que el cualquier gobernante era un salteador de caminos en nombre de Dios y su profeta.
Se ha reprochado con frecuencia al Cid que fuera un mercenario, aunque lo cierto es que los caballeros de su tiempo combatieron por honores y dinero, los feudos de bolsa. Todavía subyace una concepción inmaculada de la Edad Media en la que los caballeros eran tipos virtuosos. En su disputado mundo, cristianos y musulmanes se aliaron entre sí contra sus correligionarios para buscar provecho, con independencia de ideas como la de Cruzada. No solo en Hispania. En el Sur de Italia y Sicilia, los normandos combatieron y se aliaron con longobardos, bizantinos y musulmanes según su interés.
Si no se obtenía en forma de pago del señor aliado, se arrancaba de los sometidos como duro tributo. La característica coerción extraeconómica del feudalismo ocasionó muchos problemas de orden público a numerosos reyes, cuando los señores de la guerra se lanzaban a depredar sus dominios o los de otros señores, incluyendo los eclesiásticos. Tras la conquista castellana del siglo XIII, los caballeros de Requena no lograron alcanzar el nivel de riqueza deseado y el establecimiento de la retribución de la caballería de la nómina fue un medio para que no adoptaran la insolente actitud del Cid del Romancero Viejo ante sus reyes.
Gesta Roderici Campidocti. Edición de Emma Falque Rey en el Boletín de la Institución Fernán González, LXII, 1983, pp. 339-375.
HUICI, Ambrosio, “El sitio de Aledo”, Miscelánea de estudios árabes y hebraicos, 1954, pp. 41-55.
YEVES, Feliciano A., El Cid y Requena, Requena, 1999.
No siempre el Cid fue Charlton Heston, sino alguien mucho más fascinante.