Requena, 15 enero 2017/ Víctor Manuel Galán Tendero.
LOS AGUERRIDOS REQUENENSES.
La vida de los soldados ha estado marcada desde tiempo inmemorial por los padecimientos de la enfermedad, lejos de toda idealización. El bueno de Santiago Ramón y Cajal refirió que las fiebres tropicales mataron más soldados españoles en Cuba que las balas de sus oponentes, una situación muy similar a la vivida por los británicos en la guerra de Crimea (1853-56).
Con variantes, el problema podría extrapolarse a tiempos anteriores, menos dados al cálculo estadístico. Los ejércitos de Napoleón perecieron por la enfermedad en su fallida conquista de Haití a comienzos del siglo XIX y las huestes mercenarias de la guerra de los Treinta Años (1618-48) llegaron a propagar la peste a la par que la sufrían, como sucedió en el Norte de Italia.
Y es que el hambre, los rigores del tiempo, la carencia de buenos alojamientos (incluso después de la generalización tardía de los cuarteles en el XVIII) y las carencias de la llamada sanidad militar causaron estragos entre muchos de los que sirvieron bajo las banderas de un ejército. Aborrecido, cuando no odiado, por los hambrientos civiles, el soldado de cualquier nación o procedencia se convirtió a veces en un auténtico marginado social. Aquellos que sobrevivían mutilados a un conflicto, no recibieron ningún trato caballeresco habitualmente y tuvieron que malvivir pidiendo limosna por las calles de muchas localidades europeas. Las unidades de inválidos, que llegaron a custodiar la Bastilla parisina el 14 de julio de 1789, a veces fueron destinadas a puntos poco gratos, como la frontera española de California con los amerindios bravos a modo de colonizadores.
Durante la guerra de Sucesión a la Corona de España, pasaron por Requena soldados procedentes de media Europa entre Austrias y Borbones. A la caída de la ciudad de Valencia en manos de los partidarios de Carlos de Austria, se planteó un agudo problema: Requena se convirtió en frente de guerra. El paso y estacionamiento de tropas, que tanto habían amargado la vida de sus vecinos en el XVII, se hicieron más agudos.
A 5 de marzo de 1706 las autoridades borbónicas notificaron al corregidor la enorme necesidad de acoger en Requena a un número significativo de heridos, pues la toma de Valencia por los austracistas les había privado de establecimientos hospitalarios.
La tarea era ingente y los medios escasos. Para empezar se tenía que elaborar un verdadero padrón de los soldados que requerían asistencia. Resulta ocioso decir que los resfriados o simples lesiones no daban derecho a tal atención, reservada a los casos más graves, de difícil diagnóstico para la época. Como el hospital de pobres del Niño Jesús, el de Requena, ya cargaba con notables compromisos asistenciales, se pensó establecer un verdadero hospital militar.
El conjunto urbano de la villa y el arrabal brindaba la protección de sus murallas, de entrada, pero la afluencia de refugiados y el paso de toda clase de transeúntes agravaron su imagen de punto masificado para los criterios coetáneos. Al fin y al cabo, más del 80% de los habitantes de la Tierra de Requena vivían en el núcleo urbano. Las autoridades, aleccionadas por experiencias anteriores y el saber galénico de su tiempo, temieron con razón la estación de los calores, que ya comenzaba a despuntar a finales de marzo y comienzos de abril.
A grandes males, grandes remedios. Se propuso emplazar el hospital militar en la eminencia de Las Peñas, en la ermita de San Sebastián. En 1706 la zona carecía del número de vecinos de época posterior, lo que evitaba la propagación de las enfermedades. El empleo de la ermita de Nuestra Señora de Gracia en el siglo XVI, punto de referencia para el convento de San Francisco, para atender a los enfermos de peste suponía un precedente difícil de obviar.
Meses más tarde, Requena cayó en manos austracistas. La soldadesca llegó a dañar gravemente el hospital de pobres y se estableció en San Francisco. El posible hospital militar de San Sebastián se disipó por las circunstancias bélicas y la enfermedad hizo presa en Requena en 1706. A comienzos del siguiente siglo, durante la guerra de la Independencia, los napoleónicos instauraron un hospital militar en las alturas de Requena, pero en la loma de San Francisco, que pensaron convertir en una auténtica ciudadela. Del hospital de San Sebastián nos queda la constancia de las actas municipales, cuando el santo era un reconocido protector de los horrores de la peste de la que no escapaban ni los más valientes soldados.
Fuentes.
Libro de actas municipales de 1706-22, nº. 3265.