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Requena (20/09/18).La Bitácora/ JCPG

Raíces. El comienzo de todo. ¿Hasta qué altura del árbol se perciben los flujos procedentes de las raíces? Nadie lo sabe. Un regreso a los orígenes que se produce de manera periódica. El rito es un mecanismo, aparte de otras cosas, de afirmación de la génesis, del humus primigenio.

Pueblos abandonados, solitarios. Casas vacías; con suerte casas bien conservadas, arregladas y habitables. Volvemos los fines de semana y durante el verano. Un reencuentro con los orígenes familiares, respirando el aire de los ancestros, rememorando viejos recuerdos y reviviendo viejos pasajes del pasado que tenemos grabados en la memoria.

Domingo. 16 de septiembre. Día cumbre del Septenario de la Virgen de Tejeda. Un ritual que se repite cada siete años. Sólo cada siete. Hay que aguardar mucho tiempo para asistir a un acto como el mencionado. Una tradición, un ritual maravilloso, religioso, reto deportivo, oportunidad de socialización. Un río de gente, pero auténtico río, con el camino repleto, emprendió algunos minutos antes de la 7 de la mañana el camino que separa Garaballa de Landete. La Virgen en sus andas, y deben de pesar bastante, a juzgar por el sudor y las caras de esfuerzo de los que tomaban las andas. La Virgen, pequeñita y morenita; una réplica, al parecer; mejor así, para evitar el deterioro del tiempo, aunque la imagen originaria, medieval, fue destruida en las violencias que rodearon a nuestra Guerra Civil.

Ríos de gente. Devotos. Amantes del caminar. Grupos de todas las edades. Un caudal humano extraordinario y tremendamente variado. Les acompañé asombrado desde el primer instante. Doy fe de que mi asombro no desapareció hasta que la comitiva emprendió el ascenso a la ciudad-fortaleza de Moya. Este asombro, impresión, o como queramos llamarlo era fruto del enorme compromiso con el ritual de miles de personas.

Resulta curiosa esta inmensa procesión. A cada paso cohetes reciben la comitiva, como señalando la presencia de la imagen virginal. “Bienvenida Virgen de Tejeda”, le rendían los habitantes de Huertos de Moya. Banderas; colores de la propia advocación del santuario de Tejeda; da la sensación que la gente de estos pueblos se pasa siete años esperando este impresionante acontecimiento.

Pueblos. Aldeas. No falta ninguno. Cuidado con hegemonizar la imagen. Que nadie sueñe con monopolizar por mucho tiempo la Virgen. El viejo marquesado moyano está presente para evitar que aquellos que son ajenos al marquesado se adueñen de la imagen religiosa. Al salir de Landete, ya están los de Santa Cruz de Moya bien atentos para portar las andas desde el mismo centímetro de la demarcación de Moya. “La Virgen es del marquesado, no de Landete”, se oye en algunos corrillos. Las mesillas están construidas desde hace mucho tiempo para facilitar los relevos, y también para servir de tablado a los danzantes que suben, uno a uno, a danzar ante la Virgen.
Impresiona ese sentido de pertenencia. La Virgen, solo para el marquesado. Como si la propia imagen contara con poderes, los que la portan vuelven, en cuanto pueden, sus ojos hacia su pueblo, sin duda para infundir a la población de paz, prosperidad y felicidad. La visión de la Virgen convertida en un poder excepcional. Al salir de la demarcación del pueblo, los porteadores vuelven la imagen sobre el pueblo, una última mirada, un nuevo derramar los bienes de la imagen sobre el pueblo. Un ritual impresionante.

En nuestro tiempo, todas estas prácticas resultan curiosas. Es independiente ser o no creyente. Un mundo moderno, tecnificado, en el que la tecnología y la ciencia proporcionan unas comodidades y unas capacidades extraordinarias. Pero cada siete años se retorna parcialmente al pasado. Se va a pie, aunque tractores y furgonetas proporcionan la logística a los porteadores y a los sufridos danzantes. La Virgen debe llevarse a pie, como siempre desde aquel día de 1639. Tradición en estos tiempos mantenida.
Una tradición mantenida a pesar de los factores en contra. Miles de personas llenando caminos y carreteras, delante y detrás de la Virgen de Tejeda. Pero sus pueblos están casi vacíos. Garaballa, Huertos de Moya, Moya, Pedro Izquierdo, Santo Domingo, etc, tienen ya pocos vecinos. Es la España vacía, que, como afirmó Sergio del Molino, está en las ciudades de la periferia. Regresan a revivir una tradición, y lo hacen a lo grande. No hay peligro de extinción, a lo que parece: la afluencia de gente joven es muy numerosa, incluso de chicos de corta edad. Habría que estudiar profundamente el tema, y esta columna no pretende tal cosa, pero me atrevería a afirmar que toda esta gente regresa a su pueblo, a Tejeda, el ancestral santuario, en un acto de reafirmación de los orígenes, del principio de la vida. Es un fenómeno de consolidación de los lazos que nos ligan con nuestra cuna originaria. Seguramente aquí, en este caudal humano que atraviesa el área oriental de la provincia de Cuenca, hay varias generaciones familiares; quizás algunos tienen sus orígenes en los abuelos que marcharon a Barcelona, a Madrid, a Valencia, atraídos por el factor más elemental que es imán en las personas: un futuro mejor, un trabajo, un bienestar. Pero aquí están, no faltan a la cita.

El esfuerzo es increíble. Y esos danzantes tienen más mérito que ninguno. Bailan constantemente. Son jóvenes. Es la juventud la que proporciona el vigor imprescindible, pero el maestro, joven también, aún puede danzar y demostrar su maestría. Estos ocho chicos extraordinarios, ataviados con un traje peculiar, son la máxima expresión del sacrificio de un día festivo. En honor de la Virgen de Tejeda. En honor de la tradición. Reafirmando los orígenes.

Dentro de siete años, no hay más que asistir a la nueva reedición de este impactante acontecimiento.

Que no se me olvide. Todas las imágenes corresponden a Nacho Latorre, que realizó un magnífico reportaje, mientras disfrutaba con este ceremonial. Muchas gracias a él por su dedicación.

En Los Ruices, a 20 de septiembre de 2018.

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