EL OBSERVATORIO DEL TEJO / JULIÁN SÁNCHEZ
Tras las elecciones parlamentarias celebradas la pasada semana en Venezuela, que vinieron a saldarse, tal y como venía siendo más que previsible, con la derrota del establishment chavista en el poder, ha sido recibido por parte de la inmensa mayoría de los ciudadanos venezolanos con un sentimiento de alivio irrefrenablemente expresado. El mundo libre se congratuló del resultado, haciendo votos por la profundización democrática del estado bolivariano.
Evidentemente no todos han sido receptores de la noticia con la misma acepción y talante. El inefable Juan Carlos Monedero, recordemos, supuesto alma mater de la sustanciación del régimen sátrapa del chavismo ejerciente, tuvo a bien el pronunciarse públicamente tratando de encontrar justificación, en clave de su subjetivo interés, a la aplastante victoria del sentimiento democrático de un pueblo harto de desenvolverse en la miseria autoritaria y por ende en la económica.
Es natural la salida de pata de banco de este personaje, cuyas íntimas relaciones con el chavismo han quedado más que en evidencia, y lo dejo ahí. Monedero culpa de la debacle chavista a la marcha de la economía y a las agencias de calificación internacionales, como si fueran el origen, cuando únicamente son la consecuencia. Pero quizás lo que más pueda llamar la atención es la persistencia en la justificación de la autoproclamada “democracia” chavista, aduciendo el buen talante del gobierno venezolano a la hora de aceptar los resultados: “Si Venezuela es una dictadura ¿cómo es posible que haya ganado la oposición? Todos los que han estado cuestionando la democracia venezolana debieran disculparse hoy”. Y es aquí donde vale la pena contestar al señor Monedero.
No sé el señor Monedero, pero yo, cuando el ex número tres de Podemos era prácticamente un bebé, ya me había leído “peñazos” tan importantes en la historia del marxismo y aledaños, tales como podemos considerar los siguientes: “Notas críticas sobre la cuestión nacional” un libro escrito por Lenin en 1913, “Capitalismo como religión” de Walter Benjamin, “Literatura y revolución” de León Trotsky, “El capital. Crítica de la economía política” de Karl Marx y “Estatismo y anarquía”, este tratado del anarquista de Mijail Bakunin, entre otros, en consecuencia, algún conocimiento abrigo sobre la materia, y no fue fácil convenir a esta literatura en unos tiempos no precisamente muy favorables a su acceso y tenencia.
Pues bien, en contestación a su pregunta, me gustaría decir a Monedero que el vía y consolidación en el poder de una dictadura suele realizarse mediante un golpe de Estado, pero también por vía democrática, en ambas modalidades el dictador suele formar un gobierno de facto donde prácticamente la división de poderes queda reducida a un simple protocolo y se impide que la oposición llegue al gobierno por medios institucionales. Todo dictador es sostenido por una fuerza militar y policial inusitada que se encarga de la represión de los disidentes y de imponer el terror para evitar el disentimiento. También puede hablarse de dictaduras constitucionales cuando, bajo el aparente respeto de la Constitución, un dictador viola continuamente la legislación para ejercer el poder.
Toda dictadura tiene su fundamento en el totalitarismo. En cada totalitarismo las ideas hegemónicas varían de acuerdo a la ideología que la sustente, las cuales siempre son extremistas. Consecuentes con este razonamiento, hay que considerar que las dictaduras, también están guiadas y enfocadas desde una actitud ideológica. La dictadura del proletariado, por ejemplo, estaba basada en las ideas marxistas y era un credo que perseguía a aquellos que se aferraban a otras ideas políticas, pero que defendían como consustanciales a los intereses del proletariado y el campesinado. Su diferencia con el resto de las dictaduras existentes, venía a consistir en que en este caso la hegemonía supuestamente estaba de acuerdo con las ideas de las clases más desfavorecidas, mientras que las anteriores, representaban las ideas de la clase burguesa o la nobleza. Pero, como bien apostillaría la académica francesa Chantal Delsol, toda esta retórica únicamente alcanza fundamento en las circunstancias previas a la toma del poder, toda vez que, una vez que el comunismo detenta el poder, “ya no se vuelve a preocupar por la voluntad del pueblo”.
Sin duda ninguna es evidente que uno de los recursos utilizados por las dictaduras a la hora de imponerse viene a ser la violencia y los abusos de autoridad. Los ciudadanos terminan obedeciendo y considerando al líder como alguien ideal por temor a ser represaliados o, incluso, asesinados; de este modo se mantiene la hegemonía de las ideas radicales, a través del miedo y la extorsión.
La derrota del chavismo ha descolocado al “autobusero” Nicolás Maduro que todavía no ha podido digerir por donde ha podido fallar su régimen opresivo. El régimen perdió unas elecciones descaradamente amañadas y lo vino a hacer perdiendo inclusive en varios de sus tradicionales bastiones como, por ejemplo, la urbanización 23 de Enero, en Caracas, donde reposan los restos de Hugo Chávez, y la primera consecuencia, al haber perdido el control de la Asamblea Nacional, tendrá que lidiar con una oposición capaz de limitar el poder del oficialismo, especialmente tras obtener los dos tercios en el parlamento.
Maduro, al igual que su presunto asesor Monedero, atribuyó la derrota a la llamada guerra económica con la que supuestamente la oposición, con la ayuda de Estados Unidos y el sector privado, ataca a la revolución socialista pero, lo cierto y verdad viene a ser que las encuestas han revelado que la mayoría de los venezolanos no creen en la farsa de la guerra económica y culpan al gobierno de la inflación, la escasez y la recesión económica. En ese contexto, muchos acusan al propio Maduro de la derrota, pues durante su gobierno no se ha impulsado ninguna medida sustancial que, cuando menos, se haya dirigido al ajuste el modelo socialista, de hecho, hasta varios comentaristas de foros y publicaciones del chavismo ya se han atrevido a pedir la renuncia del actual presidente.
Un régimen que encarcela a los opositores acusándoles de asesinos y que alcanza un índice del 92% de impunidad en los homicidios, necesita urgentemente un cambio de rumbo, en lo económico, en lo social, pero también por una institucionalidad, que es el pronunciamiento que el pueblo venezolano expresó en las urnas. Todavía podemos recordar el lamentable espectáculo protagonizado por el fallecido Chávez recorriendo personalmente las calles de Caracas, escoltado por una cámara de televisión, expropiando in situ tiendas y otros negocios a capricho bajo el enunciado “exprópiese”, sin tener en cuenta siquiera el sacrificio de trabajo y riesgo realizado por las familias propietarias en sus muchos años de sostenimiento de lo que fue su medio de vida. Mayor impunidad e impotencia es imposible experimentar por parte de unos ciudadanos a los que no les protegía ni el más elemental sentido de la justicia.
No vino a ser fácil expresar su voluntad en urnas por parte de los ciudadanos venezolanos las pasadas elecciones, como consecuencia de la acción de un régimen que preconizaba la censura y la supresión de la libertad de expresión en el país. La ONG “Reporteros sin Fronteras”, en su informe anual de 2013, situó a Venezuela en el puesto 117 de 179 países evaluados respecto al grado de libertad de prensa existente, sustanciando la afirmación en la evidencia contrastada de que varios medios de comunicación han sido cerrados arbitrariamente y que el año anterior ha habido al menos 170 casos denunciados de violencia hacia periodistas.
Del mismo modo “Un Mundo sin Mordaza”, organización promotora y defensora de los derechos humanos y, en especial de la libertad de expresión, rechaza de forma contundente y categórica los actos represivos que se perpetran en contra de los representantes del gremio periodístico en Venezuela.
Durante todo el proceso electoral, el avasallamiento a cualquier idea u opinión distinta a la que plantea el Gobierno Nacional actual se ha intensificado. El cerco mediático estuvo cada vez más fortalecido, dejando muy poco espacio para la diversidad de fuentes de información a la ciudadanía. Cada día se estrecharon más los canales de información y, a su vez, se castigaron y eliminaron las vías alternativas.
Casos flagrantes de violación a la integridad de un periodista, tal y como podemos señalar la desaparición forzosa de la jefa de corresponsalías del canal Globovisión, Nairobi Pinto, que fue secuestrada el domingo 6 de abril a las 4 de la tarde cuando salía de su casa, ubicada en la urbanización Los Chaguaramos en Caracas, y liberada en la madrugada del lunes 14 de abril, en la localidad de Cúa, estado de Miranda. La periodista indicó en rueda de prensa que no puede dar detalles de su aprehensión por “medidas de seguridad”. Su integridad física estaría en riesgo si confesara cualquier detalle relacionado con sus secuestradores.
Podríamos seguir relatando actuaciones propias de la represión más insoportable e incisiva que deja en evidencia las supuestas “bondades” de la “democracia” que defienden personajes como Monedero y Willy Toledo, entre otros, pero para muestra un botón, no gozamos de más espacio, por lo tanto únicamente otorgar bienvenida a los nuevos atisbos de libertad, justicia y sentido común en el país hermano de Venezuela y desear que quienes propugnan estos desmanes en otros lugares, no lleguen nunca a detentar la misma situación que Maduro está desarrollando en el país bolivariano. La libertad no es, ni debe ser nunca interpretable ni negociable y traer la democracia a España ha costado mucha sangre, sudor y lágrimas hasta que pudo ser consolidarla en este país.
Consecuentemente, somos muchos los que no deseamos volver a la situación establecida en el momento histórico anterior a su consolidación en 1978 y que, por supuesto, no nos vamos a dejar llevar por los cánticos de sirena que tan sibilina y demagógicamente suele enviarnos las sirenas de la argucia que algunos tan arteramente dominan.
Julián Sánchez