Ya estamos a 15 de mayo, festividad de san Isidro Labrador, patrón de los agricultores. Uno de esos días que las gentes del campo tiene señalado no sólo en sus calendarios sino también en sus subconscientes. En muchos pueblos y aldeas de la comarca hoy se celebra la efeméride (o ayer en el caso de Campo Arcís) saliendo al monte de comilona y disfrutando del ambiente plenamente primaveral.
Al santo se le pide por una climatología benigna que proteja a las cosechas que echan a andar ahora. Y por unas lluvias razonables y necesarias para que las labores fructifiquen. Los ojos en el cielo; bien que lo saben los agricultores. Pero no solo es necesaria el agua para el cultivo. La naturaleza en sí, también necesita el agua. Agua para el bosque, para los cauces, y también para los manantiales; sedientos tras episodios de largas sequías. Y agua para que las criaturas del campo puedan cumplir sus funciones vitales. Y en especial para los anfibios, protagonistas del anterior Cuaderno de Campo, en que se relataba lo interesante y en cierto modo peculiar de sus ciclos vitales.
Día de san Isidro; agradable jornada campestre en compañía. Y es que los días por ahora son tan placenteros que invitan al paseo por la naturaleza más o menos cercana a nuestro lugar de residencia. Y si en el artículo anterior se sugería acudir a los balsones, fuentes, tollos, barrancos de aguas temporales, ríos y otros humedales en busca de anfibios, en el presente texto se describen sus especies protagonistas: ranas, sapos y gallipatos.
En la Meseta de Requena-Utiel tan sólo aparece un tipo de rana: la común. Aquí no aparecen las ranas pardas del norte de España, como la patilarga, la bermeja, la ágil o la pirenaica, ni tampoco las ranitas arborícolas como la meridional o la de San Antonio. Aunque, a decir verdad, a muy poquita distancia de aquí, en la Laguna de Talayuelas mi amigo Toni López pudo comprobar la presencia de un ejemplar de esta última hace ya unos años. Desde luego una cita muy interesante de una especie que se creía más alejada del límite comarcal, hacia la serranía de Cuenca.
A pesar de la insistencia de las prospecciones en dicho humedal no se ha podido confirmar la aparición de más ejemplares, aunque lógicamente no se descartan. La ranita de san Antonio, Hyla molleri, se caracteriza por tener un tamaño claramente más pequeño que la rana común, por disponer de una llamativa franja negra en el lateral de su cuerpo y, sobre todo, por presentar unos dedos largos y finos acabados en unos discos adhesivos que le facultan para trepar por la vegetación ribereña y palustre en la que se mueve con facilidad.
La rana común, en cambio, está bien distribuida en la comarca. Aunque es verdad que cada vez cuesta más verlas en muchos enclaves donde en el pasado era ciertamente abundante. A diferencia de los sapos, de costumbres principalmente nocturnas, la rana común tiene gran actividad por el día. Así, no es nada raro, ni mucho menos, observarlas en las orillas de los ríos y charcas descansando a pleno sol y zambulléndose al menor indicio de peligro, o cuando su temperatura corporal ya alcanza unas ciertas cotas en las que se recomienda un merecido refresco.
Aunque se la puede localizar en cualquier punto de agua, incluso estancada, muchas ranas se distribuyen en tramos fluviales con aguas corrientes, especialmente de aquellos que tengan una cierta calidad hídrica. En cualquier caso, es una especie muy acuática y no suele alejarse demasiado de las orillas. En tierra se desplaza característicamente mediante ágiles saltos que no dejan lugar a la confusión de que el anfibio que por allí se mueve es una rana.
Pero quizás lo que muchos lectores no saben de las ranas comunes es algo que, la verdad, llena de orgullo e ilusión a los naturalistas comarcanos y que supone un punto más de admiración hacia esta pequeña y bonita criatura. Se trata de su nombre científico, Pelophylax perezi, antiguamente denominado Rana perezi y que el prestigioso naturalista gallego Víctor López de Seoane propuso en 1885 en honor del requenense Laureano Pérez Arcas, cofundador en 1871 de la Real Sociedad Española de Historia Natural.
Pérez Arcas permanece casi en el olvido de la memoria del gran público, y es una verdadera pena. Su aportación fue ciertamente relevante para el empuje de las ciencias naturales en un país que llevaba décadas de retraso con respecto a otros que, como Francia, Alemania y, especialmente Inglaterra, marcaban el ritmo en un siglo crucial en el que se establecieron las bases de la Biología moderna.
Requena sigue en deuda con la figura de tan ilustre personaje. Sirva este recordatorio como un modesto homenaje a uno de los más relevantes científicos en el ámbito de la Ciencia que ha dado Requena y su comarca.
Pero sigamos con las ranas, o mejor dicho, con los sapos. Pues llega el turno de hablar de ellos. Nada menos que seis especies diferentes habitan la comarca, aunque con distinto grado de abundancia. De hecho dos de ellos son realmente raros en este ámbito geográfico. Son los sapos de espuelas y el sapillo pintojo.
El sapo de espuelas, Pelobates cultripes, es un anfibio realmente interesante, tanto por su peculiar biología de animal cavador como por su importancia a nivel de conservación. Es un anfibio de cuerpo rechoncho y voluminoso en el que sobresalen unos ojos grandes y saltones dotados de una característica pupila vertical. El diseño de sus partes dorsales es realmente bonito, y a la vez discreto ya que la combinación de grandes manchas verdosas con dibujos más claros hace confundir al batracio con la vegetación del entorno.
Sus costumbres zapadoras hacen restringir su distribución hacia áreas de sustrato suelto, especialmente arenoso. Así, en la comarca tan sólo parece localizarse en enclaves de su sector más septentrional, especialmente en los términos de Camporrobles y de Sinarcas donde habita lavajos y balsones situados en áreas pseudoesteparias. En estos puntos deposita los gruesos cordones de huevos de los que nacerán unos renacuajos que llaman la atención por su desproporcionado tamaño en comparación con el resto de anfibios ibéricos. De hecho pueden llegar a medir hasta 12 centímetros de longitud, superando incluso a los propios adultos, que no son precisamente pequeños.
Si el sapo de espuelas es bastante raro a nivel comarcal, la situación del sapillo pintojo, Discoglossus galganoi, en la comarca es realmente extrema. Apenas se sabe de alguna rambla o fuente donde se localizó a la especie hace ya más de veinte e incluso 30 años pero en las que no ha habido citas posteriores de su presencia. Su estatus actual es realmente desconocido y se teme que haya podido
extinguirse a nivel comarcal.
Parece ser que hay un dato relativamente reciente de presencia en un barranco de sierra Martés que desagua al río Magro y que habría que confirmar mediante prospecciones exhaustivas. Por otro lado se sabe de unas reintroducciones de individuos metamórficos procedentes del Rincón de Ademuz realizadas en 2008 por parte de la Conselleria de Medio Ambiente en unos balsones de la sierra Juan Navarro y próximos a la cuenca del río Reatillo en el marco de un proyecto Life sobre anfibios amenazados en la Comunidad Valenciana. Y eso es todo; poco más se puede aportar de una especie ciertamente discreta y poco conocida.
Es un interesante endemismo ibérico cuya distribución en el este de la península está muy fragmentada y amenazada de desaparición. Vive en áreas encharcadas con abundante vegetación herbácea en ambientes de montaña principalmente. Tiene un aspecto más parecido al de una rana que al de un sapo propiamente dicho. De morfología grácil y de colores poco conspicuos en los que predomina el marrón con manchas oscuras en su dorso. Un anfibio realmente bonito pero del que sabemos muy poco.
Mucho más comunes son los cuatro sapos restantes. Dos de ellos son muy corpulentos y ciertamente bien distribuidos en el ámbito comarcal; son los sapos común y corredor.
El sapo común, Bufo spinosus, es el más conocido por los paisanos. De cuerpo voluminoso, compacto y repleto de verrugas, su aspecto no pasa desapercibido. Lamentablemente esa apariencia no le ha hecho gozar de las simpatías de las gentes del campo, por lo que en muchas ocasiones no se ha dudado en darle muerte en cuanto se presentaba la ocasión. Tremendo error fruto de la ignorancia y de la falta de sensibilidad que estos escritos tratan de revertir.
De todos los anfibios, quizás este sea el menos acuático de todos. De hecho pasa largas temporadas en el medio terrestre debido a su elevada resistencia a la deshidratación. Lógicamente es de hábitos nocturnos aunque en días de lluvia no es raro sorprenderlo a pleno día en el campo. Es un voraz consumidor de insectos que en ocasiones suponen un perjuicio para los intereses de los propios agricultores. Por lo que en vez de considerarlo un problema se convierte, en realidad, en un gran aliado para ellos; aspecto que merece recordar en un día como este, desde luego.
Algo más pequeño pero de estampa igualmente espectacular es el sapo corredor, Epidalea calamita. Grande, recio, de piel verrugosa y manchada de verdes, amarillos y marrones, el sapo corredor es el otro titán de los anfibios comarcales. Sus ojos verdosos o amarillentos, en comparación con los rojizos del sapo común, y una línea amarillenta que le recorre la espalda son también caracteres distintivos. ¡Qué bonito es el sapo corredor!
Tiene unos hábitos muy similares al del sapo común. Gusta, por tanto, visitar en época de cría las balsas y los tollos en barrancos donde deposita los huevos, dispuestos en unos cordones negros muy vistosos, y que deja en el lecho del fondo o entrelazados en la vegetación subacuática.
El sapo partero y el sapillo moteado son los pequeños del grupo y, quizás por ello y por ser de costumbre más ocultas, también son mucho menos conocidos por el gran público. Sin embargo reúnen unas dosis de belleza y unas particularidades ecológicas que merecen la pena descubrir. En concreto el primero de ellos, Alytes obstetricans, llama la atención no por su librea, sobria y adaptada a los colores del entorno, sino por su particular reclamo territorial.
En la época de los apareamientos, tanto machos como hembras emiten un monótono y repetitivo sonido monosilábico que recuerda al que lanzan los autillos; esas pequeñas rapaces nocturnas tan habituales en choperas y otras frescas arboledas de la comarca. De hecho, si uno no está muy puesto en la diferenciación de los reclamos podría confundir unos con los otros.
Pero quizás lo que más sorprende de este pequeño sapito sea esa excepcionalidad en los anfibios ibéricos de que el macho reciba de la hembra la masa de huevos recién fecundados y que los acarree consigo a sus espaldas monte a través hasta que eclosionen, momento en el que deposita a las larvas en el agua de alguna fuente o charca. De ahí le viene lo de sapo partero.
El sapillo moteado, Pelodytes hespericus, es realmente pequeño; apenas 5 centímetros de longitud total. Su figura esbelta, la combinación de colores marrones con motas verdes y los ojos saltones recuerdan de alguna manera a las ranas. No obstante, la pupila vertical y el dorso recorrido por hileras de granos y verruguitas conforman unas pistas para no errar en su identificación.
Habita una gran variedad de ambientes encharcados con abundante vegetación tanto sumergida como ribereña, especialmente en áreas de montaña. Se le encuentra en todos los macizos montañosos de la comarca, aunque no abunda especialmente en ninguno de ellos. Su reclamo es poco audible aunque, eso sí, fácilmente reconocible por el herpetólogo que inspecciona los lugares adecuados que el pequeño anfibio frecuenta.
Para terminar esta exposición sobre los anfibios de Requena-Utiel hay citar convenientemente al que es más dispar de todos ellos: el gallipato Pleurodeles waltl. Desde luego es un animal que no deja indiferente a nadie. Es el mayor de los urodelos españoles, mucho más grande que salamandras y tritones, anfibios ausentes en nuestra demarcación. Llega a alcanzar los 30 centímetros de longitud incluyendo su patente cola. Presenta el cuerpo alargado y aplanado dorsoventralmente. Su coloración dorsal, profusamente moteada de oscuro, suele ser marrón, gris o incluso casi negra como ocurre con los ejemplares que se suelen ver en varios enclaves de nuestra comarca.
En la Meseta de Requena-Utiel, y también a nivel de la provincia de Valencia, es una especie en regresión, ya que ha desaparecido de muchas localidades en las que se sabía de su existencia; así, por citar algunos ejemplos representativos, en el término municipal de Requena se ha llegado a extinguir por completo de la vega del Magro y en el entorno de la pedanía de La Portera. Una verdadera pena.
Queda recluido en lavajos de aguas temporales, balsones de uso ganadero y otros emplazamientos de escasa profundidad ligados al uso agropecuario tradicional donde lleva una actividad principalmente nocturna. Cuando estos acaban secándose por el efecto del fuerte estiaje, los gallipatos suelen permanecer semienterrados o escondidos bajo piedras del entorno esperando que las lluvias vuelvan a llenar sus enclaves.
Desde luego la presencia del gallipato bien merece una excursión a algunos de nuestros escasos humedales comarcales. La observación nocturna de ejemplares, junto con los
espectaculares coros que el resto de anfibios realiza por estas fechas, configuran una interesante experiencia que premia suficientemente al paciente naturalista que dedica unas horas a la contemplación de la vida en las charcas.
Pero, desgraciadamente, muchos son los peligros que amenazan la continuidad en la comarca de ranas, sapos y gallipatos. Los tiempos van cambiando rápidamente desde hace unas pocas décadas en que no era nada difícil disfrutar de este tipo de animales tan peculiares en casi cualquier sitio.
Los anfibios en España están en grave y acelerada regresión; y en Requena-Utiel, si cabe, todavía más. En el próximo artículo se abordarán las causas de esa triste situación. Texto que dará por concluida una trilogía con la que se espera que estas frágiles y bellas criaturas a partir de ahora sean vistas y valoradas en su justa medida por todos nosotros.
JAVIER ARMERO IRANZO