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Requena (04/04/17) . Ignacio Latorre Zacarés
LA HISTORIA EN PÍLDORAS
Uno se suele percatar que está en tiempo de Cuaresma cuando una compañera cuando es viernes declina amablemente la degustación del canapé de paté o la viruta de jamón del aperitivo. Es lo que tiene vivir al otro lado del Cabriel, pues en la Mancha manchega siguen celebrando con voracidad el “jueves lardero” que anticipa la Cuaresma (“Jueves lardero, longaniza en el puchero”) y uno ya se hace la idea de en qué tiempo se adentra. Pero una cosa es que el archivero sea olvidadizo y descreído y otra cosa es que al antiguo Ayuntamiento de Requena se le pudiera olvidar que se estaba en tiempo de Cuaresma. Pues ni por asomo se les olvidaba, pues la Cuaresma traía lo suyo, especialmente con respecto al predicador. Pasen y lean.

Actualmente, como consecuencia de la secularización de la vida, la esfera religiosa e íntima está separada de la política; sin embargo, en tiempos pretéritos (que para eso esto es una “píldora” histórica), el intervencionismo del Concejo de Requena en la Cuaresma y Semana Santa era muy apreciable.

Pasado el jueves lardero y el carnaval (al que dedicamos una píldora “in illo tempore”), se inicia con el Miércoles de Ceniza el periodo de recogimiento propio de la Cuaresma. Además de los ayunos, era un tiempo especial de meditación con unos formularios propios para la misa y oficios con lecturas donde predominaban los temas de la conversión, el pecado, la penitencia y el perdón. Como hemos anticipado, el Ayuntamiento de Requena durante siglos ha tenido voz y voto en la Cuaresma, pues eran los munícipes quien elegían y pagaban a los sacerdotes que debían predicar durante este periodo.
Desde las primeras actas que se inician en 1520, cada año el Ayuntamiento de Requena contrataba al que se denominaba “predicador de la Cuaresma”, un sacerdote o monje que se encargaba de los sermones durante ese tiempo y, a veces, también en el Adviento. El gasto de este predicador era asumido por el Concejo de Requena y no era cuantía de poca monta: en la primera mitad del siglo XVI el salario de este predicador solía ser de 3.000 maravedíes (8 ducados), una cifra importante si la comparamos con el salario de todo un año del teniente corregidor (6.000 maravedíes) o del relojero (2.000). Como el Concejo gozaba la regalía de elegir el predicador, esto suscitaba controversias con el clero requenense, pues esos miles de maravedíes en tiempos “recios” no eran para hacerles un desprecio.

Pero como quien paga manda, el Ayuntamiento gustaba de elegir a sermoneadores fervorosos que excitaran los ánimos cuaresmales de la feligresía. Esto traía sus problemas, pues en ocasiones la elección (y los dineros) recaían fuera de la población como cuando en 1529 se encomendó predicar a un padre de Chelva, en 1533 a uno de Carboneras o en 1538 a un fraile del Convento de Tejeda de Garaballa.

Pero entre 1542 y 1544 el preferido de los regidores requenenses fue fray Guzmán que era tenido por “muy santo y bueno” y con el que se había concertado la predicación por unos años. Sin embargo, el obispo de Cuenca reclamó sus servicios para la predicación de bulas (se ve que el fraile tenía maña para sermonear) y el Ayuntamiento intentó retenerlo y lo logró, pues en años posteriores vemos (más bien leemos) como a fray Guzmán se le siguen asignando los ocho ducados por su predicación.

A fray Guzmán le sustituyó el licenciado Villalobos, prior del Monasterio del Carmen. Pero en 1546 se llamó al prior del Carmen a la ciudad de Valencia y como gozaba de fama de “hombre de ejemplo doctrinal”, el Concejo buscó retenerlo como predicador de la Cuaresma y del resto de sermones con los susodichos ocho ducados y un añadido a modo de edulcorante de seis fanegas de trigo (el dulce con azúcar más dulce).

Y hubo más problemas, dado que en 1567 aparecieron los franciscanos por Requena suscitándose la natural competencia con los carmelitas calzados (que no se descalzaron por mucho fray Antonio de Heredia que hubo). ¿Quién se llevaba el gato al agua? Pues tras sus dimes y diretes hubo un acuerdo salomónico y decidieron turnarse anualmente cada orden religiosa. Para fines del siglo XVI el pago de la prédica se había triplicado a la sustanciosa cantidad de 9.000 maravedíes o 24 ducados.

A veces (muchas) el problema ya no era el predicador escogido, sino el púlpito desde dónde se debía hacerlo. Así, en 1603 el carmelita fray Jerónimo de Olmos vio cómo sus compañeros sacerdotes le negaban la posibilidad de sermonear desde el púlpito del Salvador y de San Nicolás, apiadándose de él sólo los de Santa María. Fray Jerónimo trasladó su queja al Ayuntamiento y éste al clero de ambas parroquias.

Otros carmelitas como fray Pedro Blázquez o fray Cristóbal de Santiago son algunos de los sermoneadores de fines del siglo XVI. En 1605 las arcas del concejo estaban exhaustas de tantos servicios ordinarios y extraordinarios para Su Majestad y demandaron a los curas de las tres parroquias requenenses que hicieran ellos la predicación por no haber dineros para pagar al predicador.

También las antiguas aldeas de Requena, ahora flamantes municipios independientes, poseían sus predicadores de la Cuaresma. A principios del S. XIX, Venta del Moro, cuando aún era aldea de Requena, pero anhelaba la segregación, se quejó de que de los 815 reales que se les adjudicaban a Venta del Moro para su gobernanza, 120 se debían dedicarlos a pagar al predicador de la Cuaresma (250 eran para el maestro y 240 para el fiel de fechos o secretario), además de tenerlo que mantener durante siete semanas. Por contra, Requena se le llevaba todos los ingresos de las tres dehesas que recaían en el término venturreño (mal negocio pues).

Y si algún despistado lector ha llegado a estas alturas de la píldora, se preguntará quién es el “fray Quintana” del título. Pues bien, los problemas en la elección del predicador de la Cuaresma no dejaron de suscitarse. En 1669, el prior del Convento del Carmen, fray Joan de Quintana, escuchó como en el púlpito del Salvador fray Alonso de Viana dijo que la predicación de la Cuaresma iba a recaer en el propio Quintana. Sin embargo, el prior Quintana era sabedor que existía ruido de fondo y en el Ayuntamiento se habían producido diversos pareceres y votos al respecto (“algo huele a podrido en Dinamarca”). Así que dada la noticia, fray Joan de Quintana apremió al Ayuntamiento “que desde luego estoy pronto y llano a predicar todos los sermones que tuviere la Villa en esta Cuaresma dando prinzipio desde hoy Miércoles de Zeniza”. Fray Joan de Quintana estaba presto, pero el corregidor Bernardo Saravia Villasante y Arroyo (por apellidos no ha de ser) no era del mismo parecer y por un decreto le comunicó que ellos ya habían elegido predicador (y no precisamente él) y que “por ciertas raçones” no le dejaba predicar la cuaresma. Esas “ciertas razones” no las informó el decreto, pero parece que la Cuaresma de 1669 no fue para Quintana.

Pero como lo cortés no está reñido con lo valiente, ni la velocidad con el tocino, uno les recomienda “fervorosamente” que esta Semana Santa no dejen pasar los estupendos conciertos programados de la XX Semana Sacra de Requena, que lean la siempre interesante revista “Al Olivo” o que vean o participen en las solemnes procesiones de Requena, Mira, Cuenca y Utiel o que ayuden a colgar los judas y tocar las campanas del Sábado de Gloria en Venta del Moro y Camporrobles.

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