Requena (07/02/18). La Bitácora – JCPG
1/II/2018
Aún en invierno, cuando el sol anda muy bajo, pero todavía irradia de vida la plaza, es posible ver alguna persona mayor a los pies del olmo. Es una ancestral tradición: sentar los reales sobre el poyo para disfrutar de la vista, del calor mientras es posible. Estoy en Cardenete, un municipio situado a unos 60-70 kilómetros de los núcleos de nuestra tierra (ni qué decir, hablo de utiel y Requena). En una columna anterior recorrimos algunos tramos del Cabriel, madre natural del espíritu de estas poblaciones de la Serranía.
He colocado mis venerables huesos en el poyo, también. Al echar la vista la frente tengo el viejo edificio del pósito, una especie de banco de cereales del antiguo régimen. ¡Qué tremendas alegrías y qué terribles tragedias debe haber visto. Tantas como su ayuntamiento. Están separados por una calle que emprende carrera hacia arriba.
El antiguo pósito es hoy el centro de Salud. Las contundentes arcadas delatan su noble dedicación. Junto a él la torre de la iglesia, no menos contundente. Cierta nostalgia despierta la contemplación del edificio. Era un banco de semillas, de préstamo a los campesinos, con el fin de evitar las hambrunas. Lástima del cartel de la Junta de Comunidades, tan pobre ante tanta nobleza.
No cabe duda: eran otros tiempos.
Aquí va todo hacia arriba. La vida misma va hacia arriba. Porque ir hacia abajo es encaminarse a Santa Quiteria, pero con los pies por delante, como suele decirse. En la vieja villa de Cardenete, santa Quiteria era una de las tantas ermitas que santificaban el suelo. La tierra tomada por la santidad. No había que dejar ni un palmo al Maligno. La vieja ermita es historia, pero las palabras quedan; no se las lleva el viento más que en el mundo de la política, y también en el de los negocios.
Una imagen de la fuente a la entrada del pueblo. Hoy hay un mesón y un banco. La fuente está en una pequeña placetilla. Eran años recios aquellos, los años de enjalbegar.
Merece la pena contemplar la balconada municipal. Un prodigio de arte en madera. Un testigo ya casi solitario de los antiguos balcones castellanos. La madera ha sido algo más que un ornamento en esta tierra. Ha sido el esqueleto mismo de la vida. Ha dado trabajo durante siglos a la gente de estos pueblos. Trabajaban de sol a sol en los montes cercanos del Cabriel. Con las mulas arrastrando troncos, haciéndolos navegar después en las aguas del río. La figura del ganchero se rememora en algunos pueblos ahora como una reliquia antropológica que atrae al turismo.
Los humanos contemplamos las glorias celestiales. Aunque fueron humanas las manos que trazaron el monumental artesonado y el órgano. Sobre el artesonado queda muchísimo que decir. Parece estar datado a fines del XVI, pero algunos elementos podrían desmentir esta datación que no parece estar plenamente documentada. Será cuestión de tratarlo en otro sitio.
A todo aquel que pase por aquí le llamará la atención el edificio de la iglesia. Claro está que me refiero a aquellos seres dotados de cierta sensibilidad y capacidad de aprecio por lo patrimonial. Contiene como nada las esencias históricas de este pueblo. Al acercarse se siente uno abrumado por la portada de la calle, monumental, en una línea clasicista que la enlaza con el renacimiento y, de lejos, como es lógico, con el arte clásico. Una torre poderosa la flanquea y casi la aplasta por su volumen. Es, efecto, bastante grande, pero torres de esta naturaleza pueden verse también en muchos otros pueblos de Cuenca.
¿Vieja herencia musulmana? ¿Encargo municipal, señorial o particular? ¿Un pueblo de jornaleros puede realmente costearse esta maravilla? ¿En el tiempo de la contrarreforma una obra llena de claves mitológicas demasiado crípticas? Muchos interrogantes abiertos.
Aunque los lugareños prefieren entrar a la iglesia subiendo los esforzados escalones de la calle, recomendable es entrar por el lateral. Aquí encontrarán hoy un parquecillo a la derecha, otrora viejo camposanto. Y podrán entrar a la iglesia por una puerta románica de extraordinaria austeridad, tanta que parece de aquellas puertas norteñas directamente importadas por los repobladores del siglo XIII.
He aquí el centro del poder municipal. Una balconada esplendorosa, digna representante del arte rural en madera. Mira hacia la Fortaleza, todo un signo de la confrontación existente con el poder señorial de los Cabrera. En el siglo XVII, la sociedad cardenetera y su élite regimental soltaron lastre y se desembarazaron del poder señorial más lesivo y penoso.
El señorío de la madera de las montañas del Cabriel alcanza su culminación en el interior de la iglesia. Un artesonado de proporciones extraordinarias, dotado de un programa iconográfico muy rico, reina en el cielo del edificio. Hace pocos años que recuperó todo su esplendor. Supongo que los feligreses atenderán poco a la misa del párroco, extasiados por la belleza de un techo que supera cualquier ejercicio de imaginación que hubiéramos hecho antes de entrar. Aún hay más. El órgano, un ejemplar del XVIII recién restaurado, ameniza ciertos oficios y convierte los ratos eclesiales en atmósfera paradisíaca.
Cardenete perteneció en su día al marqués de Moya. El ser una aldea de Moya le convirtió, naturalmente, en un peón de la política fiscal del consistorio moyano; pero también en una preciada joya del marqués en algunos instantes. Los viejos señores, a veces condescendientes y paternales, a veces voraces seres insaciables con sus vasallos. Por fortuna pasaron aquellos tiempos. Aunque aún se percibe por aquí un cierto aire señorial. Porque Cardenete es un pueblo marcado por el pasado señorial, aunque también se respire, sobre todo en verano, el aire de la sabiduría verdadera, es decir, aquella que capta rápidamente lo efímero de la existencia y la velocidad del tiempo, mientras se solaza en el comer y el beber.
La sensibilidad y los posibles han trabajado para que algunas casas del pueblo sigan conservando el viejo sabor castellano ancestral. La madera, madre de la casa.
Después de la benditas correrías por el Cabriel, callejear por Cardenete y visitar algunos monumentos. Pisar el suelo del pueblo y deleitarse en las obras de arte. Percibir aquello en lo que el espíritu verdaderamente se hace carne.
Los Ruices, 1 de febrero de 2018.