LOS COMBATIVOS REQUENENSES // Víctor Manuel Galán Tendero.
Ser soldado en el siglo XVII fue algo muy peculiar y por supuesto nada fácil, si es que alguna vez lo ha sido. Suponía, de entrada, apartarse del círculo familiar, de las amistades de la tierra, la patria chica orgullosa de su antigüedad y de su historia de servicios militares a los reyes. Por muchos emolumentos que se le ofrecieran al soldado, generalmente cobrados tarde y mal, a la carrera de las armas le llevaba la necesidad, según recordaba la cultura popular castellana consignada como pocos por Cervantes. Los soldados se convertían de hecho en una comunidad aparte, con sus códigos de honor y su temible propensión al saqueo, sufrido por comunidades campesinas muy similares a las suyas originarias. Con estos mimbres, la dedicación militar, la de simple soldado, perdió prestigio social en la Castilla barroca. Como los voluntarios cada vez escaseaban más en aquel atribulado reino, se impusieron levas a los súbditos de Su Majestad. Requena tuvo que aguantar bastantes en el XVII.
Los flamantes soldados requenenses podían servir en parajes apartados del interior hispano, marchando a las inquietas riberas del Mediterráneo. Cartagena era una plaza de armas o presidio de primera categoría, donde acudían las galeras de la escuadra de Génova a embarcar compañías de la infantería española, en la singladura del Camino a Flandes, arteria del imperio hispánico. En dieciocho compañías se encuadraron los 1.775 soldados que se embarcaron en la Cartagena de 1614. Proveer y alimentar a precios razonables tal fuerza era un problema considerable, al que tuvieron que atender sus corregidores, también con la vista puesta en su comarca.
En 1632 Felipe IV ordenó la leva de 18.000 hombres para aumentar las guarniciones de presidios como el de Cartagena, que reforzarían los 12.000 ya desplegados. Los compromisos militares de la Monarquía pesaban severamente y era muy oportuno reforzar la estratégica posición de Cartagena. De hecho, se ordenó al duque de Béjar reunir en 1634 unos 20.200 soldados para embarcarlos en dirección a los Países Bajos por Cartagena, Cádiz y Fuenterrabía.
En el segundo despliegue no tomaron parte los requenenses, pero sí en la defensa del presidio de Cartagena. El 27 de mayo de 1638 los comisarios de guerra de Cuenca hicieron valer sus exigencias. Requena debía enviar cinco soldados a la mencionada plaza fuerte vestidos y provistos con espadas y dagas, al modo de las levas pasadas.
Las levas, los sorteos de soldados y las enfermedades habían diezmado a sus gentes y se pidió redimir tal servicio militar por medio de un arbitrio de pago. A 20 de junio de aquel mismo año solo se consiguió que se pagaran 110 reales más para unas guerras que no parecían tener final y que llevaron a más de un requenense a contemplar el Mediterráneo con pesar.
ARCHIVO HISTÓRICO MUNICIPAL DE REQUENA.
Libro de actas municipales de 1637-47, nº 3268.