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EL OBSERVATORIO DEL TEJO. JULIAN SANCHEZ

El pasado jueves durante la tertulia de Radio Requena un oyente que se identificó como Luis, se mostró partidario de enviar su voto hacia la formación Podemos, ante el anuncio de dicha agrupación de acometer la regeneración política en nuestro estado, si llegase a alcanzar el suficiente poder político. Luis se confesaba votante de, según la ocasión, las dos principales formaciones políticas conformadoras del bipartidismo, pero que ambas le habían decepcionado y, en consecuencia, su próxima decisión sería indefectiblemente votar a la formación de Pablo Iglesias.

Evidentemente que las circunstancias inherentes a nuestro sistema socio político y económico, propiciando el acomodamiento a la corrupción y al abuso de poder, han llevado a muchos sectores de nuestra sociedad hasta la indignación traducida mediante la manifestación pública constante en cataratas de furor público hacia un statu quo devenido, pero no lo  olvidemos también en su tiempo consentido, hasta llegar a límites que no admiten ya el menor atisbo de tolerancia.

Pero, toda esta amalgama de corrupción y abuso no nos ha llegado gratis. El “milagro político” ha venido encandilando a un amplio espectro social desde que el ex ministro Carlos Solchaga espetó la desgraciada frase: «España es el país europeo donde es más fácil hacerse rico». El efecto perverso de estas aseveraciones puestas en boca de altos representantes políticos, vino a traernos la consecuencia de que gran parte de los españoles se las creyeran y buscasen los cauces para llegar a la obtención de unos peculios obtenidos sin escrúpulos de clase alguna. Todo ello con el fin de aprestarse a despilfarrar alegremente muy por encima de sus posibilidades, o bien, como en el caso de las cajas de ahorro y otras entidades financieras a utilizar los ahorros ajenos en arriesgadas inversiones que se han demostrado totalmente disparatadas.

Esa era la nueva España y el espejo donde muchos se miraban, pero del mismo modo que cualquier vehículo al que habitualmente se le conduzca pasado de revoluciones, lo normal es que quede frenado e inmóvil en mitad de su trayectoria, bien por un colapso de motor, o bien por una voltereta por conducción inadecuada y, en esa guisa estamos, no hay riqueza sin trabajo, ni progreso sin fundamento; la crisis no vino sola, la trajimos nosotros mismos por irresponsables.

En cualquier situación de crisis siempre aparece la figura del “redentor”, del “caudillo” dispuesto a la regeneración moral, económica y social que encandila a esa misma porción del pueblo que se dejó llevar por la invocación solchaguista de la riqueza fácil y ahora pone sus ojos en ese salvador que va a traerles la auténtica democracia, el trabajo y bienestar en una especie de desarrollismo moderno al que no sabemos la vía por la que va a acceder, si será la marxista o la centrista que es a la que ahora aparentan apuntarse: “Si no le gustan mis principios, tengo otros” (Groucho Marx).

Sin duda ninguna que la estrategia adoptada por la cúpula de Podemos, no deja de ser la inherente al  abandono del tradicional concepto izquierda-derecha ya preconizado en su día por el ideólogo franquista Gonzalo Fernández de la Mora, tratando de explicar una idea de desarrollismo populista que superase la acción ideológica para centrar su ejercicio en la superación de las carencias sociales hacia un modelo desarrollista común.

Sería conveniente el recordar la forma en que el ideólogo y ensayista catalán, pilar básico en la concepción filosófica del tardofranquismo definía su idea de superación de las ideologías mediante el desarrollismo: “El desarrollo no es una nueva ideología, como seguramente argüirían los últimos ideólogos en una desesperada y sofisticada maniobra. Es, del mismo modo que la justicia, un ideal que, más o menos soterrado, ha existido siempre; pero que nunca había sido ni tan deseado colectivamente ni, sobre todo, tan terrible a corto plazo. Su formulación no cabe en un programa, sino en un plan, porque ni es una utopía, ni un mito, es un proyecto y una empresa. Y no hay peligro de que degenere en verbalismo retórico porque no admite más instrumentación que la rigurosa, ni más medida que la de los hechos” (sic).

Esta contundencia empleada por Fernández de la Mora tratando de fundamentar la continuidad del régimen único  ante la pluralidad social e ideológica del país, se renueva en el tiempo ante la contundencia de Pablo Iglesias, principal portavoz de podemos al clamar por el objetivo de una victoria electoral sin paliativos que propicie la facultad de “echar al Gobierno el P.P. y derrotar al PSOE”, recurriendo desde ese “centro” que él mismo proclama al recurso de la máxima marxista “el cielo no se toma por consenso, sino por asalto”. No sé si tendrá algo que ver esta alocución a la renuncia al respeto de los principios democráticos o al juego limpio en las urnas.

Ni creo, ni veo, hoy por hoy, a nadie capaz de auto arrogarse el papel de vigilante y ejecutor de la ética general pretendiendo dotarse de la atribución de un poder superior, así como prometer a todo el mundo el salario suficiente para el acometimiento de sus necesidades vitales, independientemente de que se le otorguen las posibilidades de ganárselo cotidianamente. Ya lo dijimos; “no hay riqueza sin trabajo, ni progreso sin fundamento”, de gratis ni el aire que respiramos, todo lo demás populismo y manipulación.

En la raíz de la mayor parte de los problemas de todo tipo que tenemos ahora, está ese mensaje irresponsable de que las cosas se pueden conseguir sin esfuerzo, sencillamente porque al final, la sociedad únicamente suele otorgar valor a aquello que se ha obtenido fruto del empleo de una energía que nos ayudará a conservarlo. El llamado Estado del bienestar al que tanto aludimos en Europa y que inapelablemente queremos y debemos mantener a toda costa, es el fruto del esfuerzo de varias generaciones de europeos que supieron generar riqueza y distribuirla de forma más equitativa que en el resto del mundo. El problema es que la alegría y el despilfarro de algunos han gripado el motor y ahora tenemos que realizar una reparación profunda, que comienza por una cura de realismo y un convencimiento de que sin el acometimiento de un esfuerzo colectivo no podremos emerger de esta situación.

La regeneración sociopolítica ni puede ni debe venir de la mano de ningún sector de la sociedad en particular, ni menos de la demagogia y del populismo. La regeneración sociopolítica ha comenzado ya desde el núcleo central de nuestra propia sociedad, la cual se ha revelado ante el abuso, el despilfarro y la injusticia y comienza a estigmatizar y denigrar las actitudes de quienes han hecho de los recursos públicos su medio de vida particular.

Todos los ciudadanos/as debemos de inquirir a nuestros representantes la autodepuración, la sacada del contexto político e institucional del indeseable que se aproveche de su situación representativa para medrar a costa del deterioro común. La política y la economía deben quedar libres de indeseables y quienes las han utilizado para su propio beneficio deben quedar marcados y sellados socialmente para toda su trayectoria vital, además de sometidos a las consiguientes consecuencias administrativas y penales. La regeneración hemos de propiciarla nosotros mismos con nuestra actitud y no dejarla en manos de un caudillo o mesías prometedor cuyo camino, seguramente habrá de conducirnos a más de lo mismo. El control de la ética en general no puede ni debe quedar en manos de visionarios o profetas, o dicho control está en manos de todos, o corre peligro de ser de todo menos ética.

Julián Sánchez

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