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EL OBSERVATORIO DEL TEJO/JULIÁN SÁNCHEZ
                Hasta el Fondo Monetario Internacional (FMI) mira hacia el norte de Europa ponderando la idea de reproducir sus políticas económicas bajo la advertencia de que, para frenar los populismos que hoy conllevan un riesgo evidente de retroceso en la apertura económica, es necesario combatir la desigualdad social. En consecuencia, el organismo evalúa dicha propuesta actualmente como el palmario tema central de su discurso. Dicha perspectiva viene a realizarse bajo el razonamiento consistente en que el crecimiento económico ha sido demasiado bajo durante excesivo tiempo por mor de la crisis y, en consecuencia, los beneficios económicos generados han llegado a muy pocas personas.

En la presentación de su informe de previsiones económicas Maurice Obstfeld, economista jefe del FMI, explica su propuesta ante esta situación: “Que los Gobiernos gasten más en educación, tecnología e infraestructuras para elevar la productividad mientras que se den pasos para reducir la desigualdad”. Ello no obsta para que dicha institución preconice nuevas reformas en el mercado de trabajo a efectos de “impulsar la participación de la fuerza laboral, reducir las barreras de entrada y mejorar la formación de los trabajadores”. Pero lo más sorprendente de la nueva versión política del organismo, viene a ser que el Fondo apoya la “apertura de las fronteras a la inmigración como remedio al envejecimiento de la población y la reducción de la población activa”, como solución al gran problema en referencia a la inversión de la pirámide demográfica en el continente europeo.

Pero no viene a ser éste el único organismo propulsor del giro económico divergente de la hasta el momento preconizada política de austeridad, en este mismo sentido aparenta pronunciarse el Banco Central Europeo (BCE) según manifestaciones de su presidente Mario Draghi, quien ha apelado a una propuesta de aumento de salarios, alegando que “llevan años creciendo por debajo de la productividad”. Y también solicitando medidas de cierta expansión fiscal con el objetivo de que sus recursos se centren sobre la inversión en infraestructuras. Declaraciones ambas que se salen de la ortodoxia dominante estos años, donde la austeridad aparentaba ser el parámetro imperioso en la preconización de las políticas económicas de la Unión Europea.

Es evidente que el auge de los populismos de uno y otro signo, se ha venido asentando sobre el axioma de la desigualdad social, caracterizada en los países desarrollados por un empobrecimiento progresivo de la clase media, cuyas consecuencias han conseguido causar alarma al mundo económico más atento a las tendencias mundiales. La sensación de ser los perdedores de la globalización provoca en amplias capas sociales una desafección generalizada hacia el sistema político y económico, por lo que esta circunstancia ha venido a constituirse en el combustible sustanciador del motor originario de las diversas consignas populistas, las cuales tratan de conquistar al efecto sucesivas parcelas de poder con el objetivo de consolidar su supervivencia y apuntalar su razón de existir.

Los últimos acontecimientos internacionales que han propiciado el giro radical hacia tendencias pretendidamente superadas, tal y como podemos considerar el nacionalismo, cuando no a la xenofobia, en muchos países, ha debido hacer reflexionar a los máximos mandatarios del ámbito socioeconómico. Del triunfo del brexit al referéndum húngaro contra los refugiados, así como de las políticas que se autoproclaman alternativas al fenómeno Donald Trump, se constituyen como ejemplos indicativos del fin de los consensos con los que se construyó el orden internacional a finales de la Segunda Guerra Mundial, los cuales están siendo sustituidos por propuestas extremistas o utópicas, que no preconizan un futuro especialmente tranquilizador.

El propósito de los organismos mentados no viene a ser otro que el instar a la superación de las propuestas irresponsables dimanantes del populismo, aún desde el rigor y la disciplina presupuestaria, reorientando la nueva política económica a estimular el crecimiento y, al mismo tiempo, frenar la brecha social que otorga impulso a los fundamentos de los enemigos de una economía abierta.

En lo referente a nuestro país, si la idea deviene en no verse nuevamente situado en el furgón de cola del convoy europeo, debe de atender a estas nuevas tendencias mediante la corrección de diversas irregularidades observadas en su actual estatus socioeconómico, atendiendo a su principal carencia que viene a ser la consolidación urgente y efectiva de un gobierno estable. Aunque presumiblemente nuestro país cerrará este año con un crecimiento en torno al 3% y acumula ya doce trimestres con incrementos del PIB, propiciando, en principio, la sensación de que la recuperación sea una realidad, los desequilibrios constatados, tales como el elevado déficit público, la desbocada deuda exterior o el alto nivel de desempleo hay que considerarlos como de considerable gravedad, cuyas perspectivas sitúan a España en una posición de debilidad frente a nuevos colapsos económicos.

En este sentido el Grupo de Opinión y Reflexión en Economía Política (EuropeG), mediante la publicación de un documento titulado “Recuperación y persistencia de fragilidades: deuda interna y sector exterior en España 2013-2016”, pone en duda la solidez de la recuperación económica de España como consecuencia de la «abultada» deuda externa, la cual viene a situar en situar en el 90% del PIB y los pasivos exteriores exigibles alcanzan los 1,7 billones de euros. El informe hace patente su contrariedad por efecto de que el actual crecimiento económico de nuestro país se sustente básicamente sobre la demanda interna, lo que impide una corrección adecuada de los desequilibrios exteriores. “Modificar esta tendencia exige no solo mantener el esfuerzo exportador, sino incrementarlo, al tiempo que se comprime la intensidad importadora por unidad de demanda final”, sentencia el informe de EuropeG.

Dichas correcciones e implementación de medidas complementarias se deben efectuar si la menor pérdida de tiempo. No viene a ser ya de recibo el sacar pecho alegando que España haya salido de una crisis con saldos positivos por cuenta corriente con el exterior y que con el actual ya contamos con cinco ejercicios continuados acreditadores de dicha circunstancia. A este respecto EuropeG puntualiza la cuestión alegando que España se ha visto beneficiada por factores externos que no deberían hacer olvidar las tareas todavía pendientes, tales como podemos considerar a elementos como la política expansiva del BCE, la depreciación del euro o el abaratamiento del precio del crudo. Compendios estos que han venido a apuntalar la recuperación económica generando situaciones excepcionales como el hecho de que España, con un abultado déficit y deuda pública, haya podido financiarse a tipos negativos. EuropeG señala que ello solo puede explicarse a efectos de la intervención del Banco Central Europeo (BCE), así como por la equívoca percepción generalizada de que el organismo presidido por Mario Draghi vaya a mantener su política monetaria expansiva indefinidamente.

En consecuencia con lo expuesto, si al final se debe trabajar en un acuerdo de gobierno cuyas perspectivas hayan de implementar la aplicación de los fundamentos propugnados por los diversos organismos internacionales en orden a las nuevas tendencias, uno de sus fundamentos básicos habrá de ser la idea de que las políticas públicas deberán establecerse sobre la base de mejorar la competitividad exterior de España y no en añadir presión a la demanda interna. Apostar cada vez con mayor decisión por el funcionamiento democrático, el respeto, la formación, la inversión en investigación, el apoyo a la dependencia y a la conciliación familiar, apostar por políticas de igualdad. Buscar el consenso sobre la implementación de un entramado de cultura, convivencia y cooperación que desemboque en la certera creencia de formar parte de un modelo excelente de convivencia y cohesión social, tal y como ya se viene estableciendo en los sistemas de convivencia de los países del norte de Europa donde nos sacan lustros de ventaja, han de constituirse como las nuevas constantes a definir.

Esperemos que, de una vez, y en esta ocasión sí que sirva de precedente, los intereses de futuro de nuestra nación vayan por delante de las apetencias y circunstancias de nuestros desconcertados próceres políticos. El diagnóstico ya se ha establecido, la aplicación de su receta es lo que todavía queda pendiente. Que comiencen a enseñarnos a confiar, si verdaderamente se ha de pretender una convivencia de futuro donde la demagogia y la mediocridad queden fuera de su genuino contexto.            Julián Sánchez

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